Lapatilla
Dos son los hechos a los cuales en política no debemos atender demasiado. Uno son las encuestas; no porque sean falsas, sino porque hasta las mejores son válidas sólo el día en que se hicieron. El otro son las profecías, las que perteneciendo a las religiones, en política no tienen nada que hacer. Esto último no puedo sino reafirmarlo al leer el reciente artículo publicado por Joaquín Vilallobos en “El País” bajo el título: “El chavismo llegó para quedarse”.
¿Cómo lo sabe Villalobos? Yo, en cambio, no tendría ningún problema para afirmar: “La verdad es que no sé si se queda o se irá”. ¿Cómo puedo saberlo si no tengo ningún acceso a las puertas del futuro, ninguna ideología que asegure triunfos y derrotas irreversibles, ninguna ciencia universal? Pero ¿tiene algo de eso Villalobos? Al menos cree tenerlo. De otra manera no habría tenido riñones para lanzar su tremenda profecía: “el chavismo llegó para quedarse”.
Vamos al grano: Villalobos asegura que el chavismo llegó a Venezuela para quedarse. ¿Cuáles son sus argumentos? Principalmente, tres. El primero es que el chavismo reorientó los beneficios del petróleo hacia los sectores más desposeídos. El segundo es que el carisma de Chávez trascenderá a su vida, como el de Che Guevara. El tercero es que la oposición ha cometido profundos errores, descapitalizando su potencial electoral. Y además, agrega, la oposición se encuentra dividida en una ensalada de más de 70 organizaciones .
Ahora, desde un punto de vista formal, los tres argumentos pueden ser considerados correctos, es decir, Villalobos no ha mentido. Sin embargo, la experiencia indica que hay dos modos de no decir la verdad. Una es sustituirla por una mentira; y éste no es el caso. La otra, más sutil, es decir sólo una parte de la verdad; y éste es el caso.
Es cierto como afirma Villalobos que el chavismo reorientó la renta petrolera hacia algunos sectores más empobrecidos. Pero también es cierto -y ahí calla Villalobos- que ha provocado una de las inflaciones más altas del mundo, la que también recae sobre los más pobres. Tampoco dice Villalobos algo que hasta el ministro Giordani reconoce: que el sistema productivo nacional se encuentra destruido, o que la alimentación de los venezolanos depende sólo de importaciones, entre ellas de las del “imperio”.
Es verdad también que el carisma de Chávez trascenderá a su vida, pero no como el de Che Guevara, o como Allende -agrego yo-, quienes murieron peleando y no en la cama. Además, en ningún país de América Latina se ganó una elección apelando al nombre de Che Guevara. Si hasta Pepe Mujica, ex tupamaro, tuvo que distanciarse de sí mismo para ser elegido. El guevarismo, es muy sabido, nunca fue ideología de los pobres. Solo fue la de esos pobrecitos que perdieron sus vidas en montañas ignotas. Eso lo sabe Villalobos mejor que yo.
El chavismo seguirá, por cierto, apelando al nombre de Chávez y esa será parte de su mística; no hay que ser profeta para saberlo. Pero cada partido posee sus nombres muertos. La oposición venezolana tiene por ejemplo el de uno de los más grandes demócratas del continente: Rómulo Betancourt; y hará muy bien en recordarlo cada vez que pueda.
El tercer argumento es más complicado. Es cierto que la política de la oposición facilitó el camino al chavismo y todo lo que de ella cuenta Villalobos puedo subscribirlo. Lo que no dice Villalobos, sin embargo, es que esa oposición no ha sido diezmada, es decir, continúa manteniendo más de un 40% sólido. Tampoco dice Villalobos que desde la campaña de Rosales, la tendencia electoral de la oposición es creciente y la del chavismo decreciente. Pero lo más importante -y eso lo obvia Villalobos, cuyo artículo parece ser escrito hace 10 años- es que en la oposición venezolana ha habido un importante desplazamiento hegemónico. Eso quiere decir, la derecha opositora ha perdido la conducción, la que ahora es ejercida por partidos predominantemente de izquierda o de centro. Más todavía, durante su campaña, Capriles levantó, aunque de modo algo desordenado, un programa social en algunos puntos más radicales que los del propio chavismo.
¿Qué en la oposición hay más de 70 organizaciones? En ese punto la mofa es más que injusta. Porque Villalobos, si es que conoce el proceso político venezolano, ha de saber que de esas 70 organizaciones hay sólo cinco o seis que merecen el nombre de partido. El resto es perfectamente prescindible. Y bien; ninguno de esos cinco o seis partidos son de derecha sino -para decirlo en el antiguo vocabulario de Villalobos- “socialdemócratas”. Más todavía, esos cinco o seis partidos no sólo son coalicionables; son, además, programáticamente compatibles. En cualquier caso más compatibles de lo que lo son las diversas fracciones del chavismo a las que Villalobos parece ignorar. Esos cinco o seis partidos, dicho en breve, son la sustancia de la MUD, organización que coordina las diferencias y los plazos del conjunto político opositor. En otras palabras, le guste o no a Villalobos, en Venezuela existe la oposición mejor constituida de todo el continente (incluyo a la chilena que, como es sabido, depende de una sola persona: Michelle Bachelet, algo que no ocurre en la oposición venezolana)
Eso no quiere decir por supuesto que la derrota del chavismo está cantada antes o después de la muerte de Chávez. Todo lo contrario: lo más probable es que el chavismo mantendrá su posición dominante (no hegemónica, dominante) durante algún tiempo. Y con alguna seguridad, el PSUV podrá seguir siendo partido mayoritario aún perdiendo elecciones. Pero eso no autoriza a nadie para afirmar que el chavismo llegó para quedarse.
Pues, ¿qué significa en política “quedarse”? Si eso significa establecerse, no hay dudas: el chavismo probablemente no desaparecerá, como no desapareció el peronismo o el aprismo. Por lo tanto el tema no es si se queda, sino “como” se queda. O para escribir con ejemplos: el peronismo permaneció en Argentina, pero adoptando formas políticas que nada o poco tienen que ver con el peronismo de Perón. Más aún: el menenismo y el kirchnerismo son en gran medida la antítesis del peronismo originario. El aprismo a su vez tuvo en Perú dos periodos con un mismo presidente, pero el primer gobierno de García no sólo no tiene nada que ver con el segundo sino, además, fue todo lo contrario. Lo mismo ocurrió en México, ¿o alguien va a decir que el PRI de Peña Nieto es el mismo de Lázaro Cárdenas o el de Carlos Salinas de Gortari? El ejemplo más notable es quizás el del uribismo. El uribismo se quedará en Colombia; pero no como uribismo sino como santismo; es decir, para quedarse deberá negarse a sí mismo; o convertirse en “otro”
Sí; efectivamente, los partidos a veces se quedan, pero al precio de dejar de ser lo que fueron, o lo que es igual: en política quedarse significa irse- de- sí- mismo. Sin ánimo de profetizar, lo mismo puede que ocurra con el PSUV, esa versión venezolana del PRI mexicano.
Y si alguna vez el PSUV para quedarse, se va de sí ¿dónde está el problema entonces? Lo importante es que se irá, no que se quedará.
En política nadie llega para quedarse. No hay, efectivamente, algo más transitorio que la política. Nada está hecho ahí para siempre. La política como la vida es contingente, depende siempre de lo no previsible. Todos los días hay que repartir de nuevo las cartas. Los factores que la condicionan son múltiples: un asesinato a mansalva, una epidemia, una catástrofe tectónica, una crisis financiera originada en Singapur (por ejemplo), la biología y su mortalidad, una inundación, un caso de corrupción innombrable, y tantas cosas más, marcan las arenas políticas de modo incesante. En política en fin -y eso es lo que subrayo- lo único que se puede pre-decir es el pasado. ¿Y el futuro? Hay que dejárselo a horoscopistas y a marxistas. Pero Villalobos no es ninguna de las dos cosas.
Incluso Antonio Gramsci que era marxista -aunque de los buenos- afirmaba que en política hay que actuar “con el pesimismo de la inteligencia y con el optimismo de la voluntad”. Joaquín Villalobos, en cambio, escribió su artículo sobre Venezuela haciendo exactamente lo contrario. En mala hora.
Ver el artículo de Villalobos acá