Es común en los hombres que creen cumplir una misión providencial en la vida de los países imaginar que la vastedad del poder que acumularon durante su existencia no terminará nunca; que ante él se pasmarán las fuerzas mismas de la naturaleza. Pero la realidad no es así. Nada existe tan fuertemente arraigado entre los seres humanos que la muerte no se encargue de derrumbar. Esta vez, quien sucumbió fue el dictador de Venezuela, Hugo Chávez Frías.
Sucedió lo que todos sabíamos que acontecería, y que el régimen que él tan mefistofélicamente se encargó de construir y afianzar temía e intentaba por todos los medios ocultar: la enfermedad que lo afectaba tuvo el desenlace inevitable. Se abren ahora nuevos caminos para la gran nación sudamericana, heredera de los sueños libertarios de Simón Bolívar.
Sufren ciertamente en esta hora las viudas y los herederos del chavismo, en particular su delfín Nicolás Maduro, quien ha de sentirse huérfano y desamparado. De allí la sobreactuación de ayer, durante la comparecencia previa al anuncio del deceso de su mentor, cuando amenazó a los supuestos enemigos del régimen, internos y externos, que según él urden secretamente una infernal conspiración contra el bolivarianismo. Hipotéticos fantasmas a los que acusó incluso de haber “inoculado” el cáncer que padecía su moribundo líder.
Sufren también los sanguinarios tiranos de Cuba, Fidel y Raúl Castro, quienes, tras décadas de haber consolidado su dictadura marxista mediante el auxilio de la Unión Soviética, encontraron en la billetera del gorila bolivariano el apoyo financiero que precisaban para sostener su infame arquitectura de odio y represión, una vez producido el colapso del régimen moscovita.
Padecen y se lamentan y lamentarán interminablemente por su ausencia los aplicados discípulos de los países satélites del chavismo, Daniel Ortega y Evo Morales, que se beneficiaron con petróleo, cooperación militar y todo tipo de dádivas procedentes de Caracas. Exprimieron todo lo que pudieron al hoy extinto fundador del denominado “socialismo bolivariano del siglo XXI”, un engendro ideológico que ni el propio Chávez sabía a ciencia cierta en qué consistía, como alguna vez dijo el presidente salvadoreño Mauricio Funes.
Preocupado también estará el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, a quien tampoco seguirán alcanzando los generosos regalos del mandamás venezolano. Aunque probablemente su dolor sea menos agudo, ya que entre sus perspectivas políticas maneja seguramente la posibilidad de ser ungido como el sucesor de Hugo Chávez en la región.
Harto desasosiego cundirá a estas horas en las cortes de la emperatriz Dilma Rousseff y la reina Cristina Fernández de Kirchner, quienes también supieron sacar su abundante tajada durante el alucinante reino del déspota venezolano. La primera, concretando negocios petroleros e invadiendo de productos alimenticios a la desabastecida Venezuela; la otra, dando desesperados manotazos a la petrochequera de Chávez para pagar los impresentables bonos de la muchas veces abultada deuda externa argentina. Lloran, pues, desesperadamente las viudas del tirano.
Se abre, sin embargo, como decíamos, una gran oportunidad para el pueblo venezolano, una vía para reencontrarse con la libertad tantas veces conculcada por Chávez y sus bufones, que hoy intentan por todos los medios a su alcance controlar el poder y permanecer en él por los siglos de los siglos, en nombre del desaparecido líder que antaño los unió en torno a su controvertida figura. De hecho, la primera medida de Maduro tras dar a conocer el fallecimiento de su mentor fue ordenar un fuerte e intenso despliegue militar y policial, a fin de contener cualquier manifestación pública que eventualmente pudiera amenazar la hegemonía del régimen.
Es de esperar que, en medio de toda esta turbulencia, el pueblo de Venezuela recupere las riendas que le permitirán conducir su propio destino, de acuerdo a lo que establecen la Constitución y las leyes; en un marco de paz, seguridad y libertades plenas, sin intervenciones ni injerencias externas de ninguna índole.
Lo primero y fundamental es que en el tiempo marcado por la Constitución se realicen elecciones realmente libres y transparentes, justas electorales en las que todos los candidatos corran con igualdad de oportunidades.
El pueblo de Venezuela ha vivido una larga noche de 14 años y merece ahora con dignidad y espíritu de superación salir del pozo en el que el bolivarianismo autoritario lo sumió. Sus conocidas virtudes y su estoicismo le permitirán, con toda seguridad, sobrellevar exitosamente la terrible encrucijada que hoy el destino le plantea a su patria.
Esperemos que también nuestra región pueda comenzar a transitar por una etapa de mayor madurez y decencia, sin la presencia de estériles enfrentamientos ideológicos que tanta división y rencor han generado entre latinoamericanos. Y sobre todo, sin los petrodólares como elemento altamente contaminante de la manera sucia que tuvieron los gobiernos de relacionarse en los últimos 14 años con el dilatado reinado del hoy extinto presidente venezolano.