Es increíble como en un momento de dolor ante la muerte de Hugo Chávez, el vicepresidente venezolano, Nicolás Maduro, no tuvo empacho ni vergüenza para asegurar que el cáncer a Chávez le fue inoculado, tratando de crear ese tipo de misterios que se basan en la culpabilidad del otro para seguir creando polarización.
Maduro no aprendió estos artilugios por sí mismo, Chávez fue quien acusó a Estados Unidos de haber creado detonaciones subterráneas para provocar el terremoto de Haití en el que murieron más de 300 mil personas.
Maduro dijo que pronto en la historia una comisión científica podrá determinar que a Chávez se le provocó el cáncer, lo que en otras palabras es lo mismo que decir que Chávez fue asesinado. El argumento del autoritarismo es que siempre se necesita de lo trágico para crear mitos, leyendas y martirios. Nadie puede convertirse en mártir por muerte natural, siempre serán necesarios un tiro de gracia, un accidente sospechoso, una persecución implacable o cualquier otro aditamento que la cultura popular asuma como trágico.
La figura del mártir es la única que puede prolongar la vida de un movimiento. Cuanto más trágica es la muerte, más larga será su herencia y su vida póstuma.
Esta creatividad de la propaganda y del imaginario público para crear fábulas y misticismo demuestra que este gobierno, íntimamente, siempre ha manipulado y usado al público al que públicamente le rinde pleitesía.
Creo que una comisión, a la inversa de lo que sostiene Maduro, podrá fácilmente probar que Chávez ya no estaba desde hace tiempo ecuánime físicamente para gobernar por lo que, sobre la base del secreto y del hermetismo, se ha faltado al mandato constitucional.
Maduro hubiera tenido que dar un mensaje de paz y conciliación. En lugar, con sus payasadas, siguió generando polarización.