Silva gritó como el guardiamarinas del Titanic cuando vio aproximarse el iceberg: advirtió que a Maduro lo creerán un loco, o algo peor, un ingenuo, si sigue hablando de que Chávez se le apareció en forma de pajarito, o que un retrato suyo se convirtió en uno de Maduro. A Silva se le atragantaron las fantasías de Schemel que Maduro tomó en serio en la campaña, y le dice que todo se está derrumbando por la falta de papel higiénico y porque el pajarito le recomendó a Maduro devaluar un mes antes de las elecciones. Silva dice la verdad, todos deben ir presos, y del socialismo, si te he visto no me acuerdo.
Silva sabe que le quitaron el poder que le confirió Chávez, como a Toby Valderrama ahora su programa; no hay misticismo femenino que sobreviva a la falta de toallas sanitarias.
Confiesa que Maduro no le responde las llamadas, usa su relación con los cubanos para enviar un mensaje, dice que ministros deben ser removidos y cuáles permanecer en sus cargos: no le hicieron ningún caso.
La muerte de Hugo Chávez lo dejó desamparado y en el chavismo no surgirá otro Chávez y los chavistas están dejando de ser chavistas para volverse venezolanos corrientes que hacen cola para comprar harina PAN.
Habla de sus conversaciones privadas con Fidel Castro para recordar los vínculos con la isla; acorralado, anuncia su vuelta para el lunes. Le queda un triste consuelo: tuvo audiencia total esta semana, por la calle los buhoneros venden la grabación.
Esta grabación influirá entre los chavistas como una carga de acción retardada; algunos quieren que vuelva Silva para negar la realidad, suponer que nada ocurrió, volver a lo de siempre. Imposible, las palabras de Silva corroen la fe de los chavistas humildes que ven los signos de riqueza de tantos dirigentes, las camionetas, las casas a las que se mudan, los buenos relojes. Silva ratificó lo que publicaba Nelson Bocaranda en la prensa, las especulaciones de muchos articulistas, las conversaciones de los analistas sabatinos de café, que siempre acusaron a Diosdado de corrupto y a Maduro de débil. Nada tan natural que ahora ambos se abracen en La Orchilla con el ministro de la Defensa y José Vicente para desmentir las acusaciones, ahora dividirse sería el acabose.
Los cubanos no han divulgado esta grabación, jamás se arriesgarían a una maniobra tan peligrosa que los enemistaría con un sector del chavismo, a la vez parece demasiado traído por los pelos que el propio Maduro, o Cabello, hayan facilitado esta grabación donde hablan mal de Cilia y acusan a Cabello de corrupto. Alguien del entorno de Silva, por razones personales, para vengarse o porque estaba harto, fue el culpable, con el aplauso posterior y entusiasta de muchísimos chavistas.
Silva anuncia el final: Maduro gira a la derecha. Pero lo hace avergonzado, sin reconocer que ya demasiados tripulantes del Titanic buscan los botes de salvamento, quieren reunirse primero con los empresarios y más tarde darán otros pasos, porque el chavismo nunca fue una doctrina elaborada, un discurso realmente original, sino la fe en un hombre que hoy yace sepultado en una lomita de Caracas.
Reconozcámosle un mérito a Silva: habló sin que lo interrumpieran. Ese que tenía enfrente no nació en esa isla de gritones. ¡Qué manera de callar a un cubano!