El domingo pasado el Gobierno sorpresivamente transmitió por el “canal de todos los venezolanos” la película Invictus –1999– dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman en el papel del presidente sudafricano Nelson Mandela, y Matt Damon, desempeñando a Francois Pienaar, capitán del equipo sudafricano de rugby, los Springboks.
Se trata de una historia real, de un drama deportivo a través del cual el espectador puede entender los esfuerzos hechos por Nelson Mandela por construir una política de reconciliación entre la mayoría negra, que fue oprimida durante el apartheid, y la minoría blanca. De los métodos que utilizó para desmantelar el odioso régimen del apartheid, sacar a su país del hoyo, construir una sociedad multirracial y lograr la igualdad política.
El mensaje intrínseco en Invictus es la reconciliación, que puede aliviar las tensiones sociales y evitar guerras civiles. ¿Cuál fue la intención de asomar ideas tan edificantes a través de un canal de televisión donde a diario, y en todo horario, linchan moralmente a dirigentes demócratas de Venezuela y el mundo? No hay cambio de señas en la planta oficial, porque el lunes volvieron a las mismas andadas de siempre, agarraron de sopa a los dirigentes estudiantiles y profesores universitarios que libran una lucha en defensa de la autonomía universitaria, los calumniaron e insultaron como hacen siempre con el resto de los venezolanos que critican y disienten de la revolución bolivariana.
Es una excelente iniciativa la de repasar a través de películas, documentales y libros la vida, obra y pensamiento de Mandela, un verdadero revolucionario, sabio, generoso, culto, que nunca dejó de luchar por la justicia y la igualdad de los derechos políticos. Ese es el gran legado que deja este premio Nobel de la Paz a toda la humanidad.
Si la persona que autorizó la transmisión de Invictus en horario estelar ha hecho otra lectura, no entendió el verdadero mensaje y me alegro que esa película haya llegado hasta los espectadores más radicales y sectarios, que hayan podido conocer y comprender la dimensión del líder sudafricano, capaz de perdonar a aquellas personas que lo encerraron en una prisión durante casi 30 años, que construyó un país nuevo, sin discriminaciones, donde todo el mundo pudo hablar libremente, criticar sin miedo a que lo metieran preso.
En una Venezuela degenerada por una crisis de valores, donde se ha degradado tanto la forma de hacer política y se promueve la violencia, incluso en las instituciones –como sucede en la Asamblea Nacional–, es un logro que al menos un funcionario, que hace vida en un mundo en el cual se desprecia al contrario, donde reinan la intolerancia y los sentimientos de venganza, haya tomado la iniciativa de exhibir en la pantalla un filme que exalta cualidades que escasean más que muchos productos de primera necesidad: la moral y la decencia, que en política son virtudes paradigmáticas.
Posiblemente no hubo intención de hacer pedagogía política al transmitir la cinta sobre Mandela; pudo ser consecuencia de algún imprevisto que siempre surge en las programaciones de los medios audiovisuales, pero el resultado fue muy oportuno, porque en un momento de fuertes presiones sociales, lo único que impedirá que estallen y se lleven al gobierno bolivariano por los cachos es unir las dos porciones de país, la que ejerce con unos energúmenos el control de la nación, de sus recursos y de su gente, y la de una multitud –sin duda, la mayoría– que se resiste a ser sumisa.
Necesitamos hombres como Mandela, mediadores y conciliadores que puedan unir al país más dividido del mundo, como fue Sudáfrica en la época del apartheid.