El llamado “sentido común” y la jerga ? o mejor, las jergas ? son los más insidiosos enemigos de un pensamiento verdaderamente liberador.
Del llamado sentido común hay tanto y tan malo que decir que me limitaré a comentar algo ya sentado por Vladimir Nabokov, el mago. Dice Vladimir que, sobre todo cuando escribes ficciones, los aguafiestas duendecillos del sentido común se confabulan para treparse por las patas de tu escritorio y se te cuelan en el teclado ? y el disco duro y los periféricos ? para importunarte con preguntas del todo inconducentes tales como “¿y porqué ella y no otra?”, “¿ qué estaba haciendo él allí?”, et cétera.
Los gremlins de sentido común, como si fuesen servidores de una batería antiaérea, terminan por derribar tu musa justo cuando está en pleno ascenso hacia las doradas manzanas del sol. ¿Qué habría sido de Cervantes o Shakespeare si lo duendes del sentido común se hubiesen salido con la suya?
Con seguridad, después de la primera paliza, Don Quijote se habría curado de su monomaníaca chifladura y Hamlet habría contratado directamente unos sicarios para darles bollete a la resbalosa de su vieja , la reina de Dinamarca, así como al cuñado del rey, el tío desleal, sin mayores dubitaciones ni tanto ser o no ser. Y nadie habría sabido de ellos.
Se argüirá que el sentido común sólo es problemático tratándose de novelistas, guionistas de cine o telenovelas, dramaturgos y sus figuraciones.
Que hay otros discursos a los que un poco de sentido común no sólo no puede hacer daño, sino todo lo contrario. Yo creo que el llamado sentido común tiene tantos vasos comunicantes con la llamada “sabiduría convencional” ,esa ave zonza oportunamente denunciada por J.K. Galbraith, que primero debe exigirse una definición inequívoca, sin ambigüedades, de lo que pueda ser el fulano sentido común.
Tengo para mí que que el arte de pronosticar certeramente no encierra más que imaginar con puntería. Nada más; tampoco nada menos. Y para imaginar con puntería hay que bajar del avión a los duendecillos del sentido común, esos pasmarotes.
2.-
Se advierte que el tema es frondoso y se presta a debate, mas lo cierto es que hay disciplinas intelectuales que bien pueden verse descaminadas si se ciñen exclusiva e indefectiblemente a los dictados del sentido común. Piénselo y quede para otra ocasión lo que tenga que decirme porque la bagatela de hoy viene dedicada a las jergas y su poder obnubilador.
Es gastado y facilón comenzar por recurrir a la etimología, pero una vez más no voy a resistirme: Según el DRAE, jerga es un “lenguaje especial y familiar que usan entre sí los individuos de cierta profesiones u oficios, como los estudiantes, los toreros, etc.”. De jerga proviene jerigonza: “lenguaje difícil de entender”. Y ahora lo mejor: según el venerable diccionario, dícese “jerga” de cualquier tela gruesa y tosca, de cualquier “colchón de paja”.
Traigo ahora a casa un apunte que hizo Marthe Robert en uno de sus mejores libros. Se trata de un diario íntimo que recoge las reflexiones que le iban sugiriendo sus lecturas . Helo aquí: “Toda jerga supone una ideología que, por una u otra razón, teme dejarse ver a plena luz . El saneamiento o la liberación del pensamiento pasa, por tanto, necesariamente por un rechazo crítico de la jerga, ya sea escrita o hablada” [1]
Ningún gremio ha hecho tanto, modernamente hablando ? e incluso, « posmodernamente »? por la propagación de jerga insustancial como los científicos sociales. Y muy especialmente aquellos que trabajan para organizaciones multilaterales. Octavio Paz dejó páginas incandescente en las que fustigaba la jerga de la Unesco.
Hoy día, a la de los tecnócratas hay que añadir la jerga de las ONG, tan traspasada por esa sigilosa forma de censura como es la correción política.Muchos ejemplos pueden invocarse, pero me quedaré sólo con una palabra que, confieso, me saca de mis casillas.
Esa palabra es « sustentable », tan aborrecible como el cacofónico anglicismo « empoderamiento ». Como tantos otros especímenes de jerga,una vez ha sido concienzudametne vaciado de contenido a fuerza de uso y abuso, lo que queda es un comodín que « viste » muy bien cualquier frase perdida en un informe.
Un estudio publicado por el Washingtonhace varios años por el Washington Post, mostraba el crecimiento exponencial del uso de la palabra « sustentable » en miles de informes de todo tipo, escritos en inglés por sociólogos y economistas desde 2003 a la fecha de publicación del informede mi cuento. Extrapolando los resultados, calculaba que para 2030 la aparición de la palabra « sustentable » alcanzará, en cualquier texto, una media de una vez por página. Hacia 2061, ocurrirá unas ¡once veces ! por oración. De seguir así, en 2109 todas las oraciones serán ellas mismas, simplemente, una sola palabra : « sustentable ».
Lo peor es que los sabihondos de las ciencias sociales no hayan logrado todavía ponerse de acuerdo en torno a qué queremos decir cuando decimos « sustentable ».
Ibsen Martínez está en @SimpatiaXKingKong