Conforme el BCV publica las cifras, más evidente se hace la crítica situación del sector externo de la economía venezolana. Los datos correspondientes a las exportaciones no petroleras son desoladores. Estas exportaciones son el pivote sobre el cual debe sustentarse la diversificación de la economía. Como es claro del gráfico ajunto, mientras que en 1997 Venezuela vendió al exterior bienes y servicios por US$ 5.541 millones, equivalentes al 23,2% del total exportado, diez y seis (16) años después, en 2013, el país a duras apenas exporta productos valorados en US$ 3.364 millones, lo que representa un menguado 3,8% de la totalidad de las exportaciones. Es decir, entre ambos años, 2013 y 1997, las ventas de productos no petroleros al resto del mundo cayó 40,0%. Semejante destrucción de capacidades exportadoras debe tener una explicación.
Fue siempre una aspiración nacional la diversificación de la economía. Para ello los distintos gobiernos, de todos los signos y con sus defectos y virtudes aplicaron un conjunto de estímulos para proteger la industria nacional, apenas incipiente, de las importaciones y para promover las exportaciones, distintas a las petroleras. Con ese propósito se impusieron aranceles para encarecer los bienes importados, se aplicaron restricciones cuantitativas para limitar la cantidad de mercancías importadas que podrían entrar a Venezuela y se otorgaron un conjunto de estímulos a la producción nacional, tales como créditos baratos y preferenciales y además se estableció el INCE y escuelas técnicas con el objeto de preparar la mano de obra calificada para que estuviese en condiciones de laborar en las industrias en formación. Estas políticas aplicadas sistemáticamente desde 1960 es lo que permite explicar la conformación del eje industrial que se extiende desde Las Tejerías en el estado Aragua hasta Valencia, estado Carabobo y otras zonas industriales como las que existieron en Caracas, Barquisimeto, Guayana y Maracaibo, entre otras. De ese establecimiento industrial solo queda el recuerdo, los vestigios y el testimonio de una política de industrialización ciertamente costosa pero que habilitó la manufactura en Venezuela, con trabajo venezolano de buena parte de los bienes que se consumían y permitió elaborar los insumos para procesos industriales más complejos.
Al unísono, se entendió que había que promocionar las exportaciones y para tal fin, tal vez de manera contradictoria, se aplicaron diversos mecanismos tales como los créditos fiscales y otros subsidios a las empresas que exportaban, se subvencionó igualmente las importaciones de maquinarias para procesos productivos de mayor densidad, destinados a las exportaciones y se creó el Instituto de Comercio Exterior con el objeto de estudiar el comportamiento de la economía mundial y explorar las oportunidades que brindaba el comercio internacional para los productos donde se asomaban las posibilidades de Venezuela. El gran obstáculo para esta política lo significó una especie de dogma que siempre ha acompañado como una sombra a la política económica de Venezuela: la fijación del tipo de cambio. Creyó la clase política que la estabilidad macroeconómica de Venezuela la aseguraba, en si misma, un esquema de tipo de cambio fijo y en eso se equivocó.
A partir de 1999, los signos de la dependencia de la economía venezolana no han hecho otra cosa que acentuarse. Al compás de las directrices de Jorge Giordani, principalmente y en rol secundario en el elenco, Nelson Merentes, perfiló el difunto Hugo Chávez una política que se ha traducido en la quiebra del esfuerzo de años. Fijado el tipo de cambio como una profesión de fe y con alta inflación, es imposible exportar. Así, en 2013, queda muy poco de lo construido por más de cuatro décadas. No hay política industrial ni mucho menos una que incentive las exportaciones no petroleras. Todo lo contrario, con la clara orientación desindustrializadora, se lanzó el sector público venezolano a una carrera sin frenos a comparar en el exterior cantidades incuantificable de bienes que fácilmente se pueden elaborar en Venezuela, con trabajo local y materias primas igualmente locales. Frente al aumento de la demanda interna estimulada por el gasto público, optó el gobierno por adquirir en el exterior lo que la economía hoy no puede producir por falta estímulos y también por la pérdida de capacidades productivas. En lugar de promocionar la industria nacional, tomó el gobierno el atajo de las importaciones, camino aparentemente más fácil para resolver el abastecimiento interno pero a la vez el más costoso e insostenible. Actualmente Venezuela es una factoría petrolera en decadencia porque ni siquiera el nivel de producción de crudos se puede levantar.
Sin política industrial, menos se podría esperar acciones claras y consistentes para promover las exportaciones no petroleras, desaprovechando así las excepcionalmente condiciones favorables de una economía mundial en crecimiento y con precios favorables para el acero, el aluminio, el mineral de hierro, ciertos rubros agrícolas y productos petroquímicos, entre otros que Venezuela debió pero no pudo exportar en cantidades abundantes.