Hace días Cabello sorprendió a propios y extraños declarando que proponía a Nicolás Maduro como presidente del PSUV, ya que en su condición de presidente de la república le correspondía, de acuerdo a la tradición implantada por el finado teniente coronel, ocupar el cargo de presidente del partido. De esta declaración, un poco fuera de tiempo político ya que nadie habla de la presidencia del partido y en teoría el congreso del PSUV será a mediados del 2014, se desprenden elementos de suma importancia para analizar lo que ocurre al interior del nido de alacranes y la cultura totalitaria que finalmente se impuso en el oficialismo.
La aparente claudicación de Cabello ante el as de las bicicletas ocurre días antes de que éste emprendiera su periplo por el imperio asiático en busca de los dólares que Giordani y Merentes han pulverizado con su errada política económica, de lo cual puede inferirse que el teniente envió el meta mensaje: vete tranquilo que yo no soy Gómez ni tú eres Cipriano. Ayer complementó el mensaje afirmando que en Venezuela no ocurrirá un golpe de Estado. Cualquier observador acucioso se preguntaría qué necesidad tiene Cabello de andar desmintiendo asonadas militares si él se ha cansado de afirmar que las fuerzas armadas son rojas rojitas y más chavistas que el hijo político del comandante. Hay aclaratorias que oscurecen.
Llama también la atención que Cabello propone a Maduro como candidato a la presidencia del partido. A diferencia de Chávez que se autonombraba jefe de todo lo que pensaba era importante, en este caso aparece Cabello apadrinando la aspiración de Nicolás, lo cual deja abierta la posibilidad de que le sea disputada la misma por algún otro dirigente. Dicen algunos que Bernal estaría pensando seriamente postularse y no está claro si impulsado por el mismo Cabello.
El elemento más grave en la cultura de designar presidente del partido al jefe del gobierno es que se acaba con la separación entre Estado y partido político, haciendo normal que cada jefe de partido, en los distintos niveles, se convierta a su vez en jefe de alguna dependencia del gobierno y lo que es mucho peor, del Estado. Siendo Maduro jefe del partido y jefe del Estado y colocando en todas las esferas del Estado a militantes del partido es imposible garantizar la división de poderes establecida en la constitución.
Además la constitución establece claramente la prohibición de uso de fondos públicos para promover alguna parcialidad política, habla de cinco poderes del Estado autónomos e independientes y establece la prohibición a las Fuerzas armadas a pertenecer a algún partido político.
Desde el PSUV se ha hecho práctica cotidiana violar la constitución e ir reduciendo la democracia a una repartición del botín que significa Venezuela entre los grupos internos. Es tan grave como lo anterior que frente a esa cotidianidad no se alcen voces de protesta y repudio ciudadano.
Realizar una simbiosis perfecta entre el Estado y el PSUV es un salto atrás en nuestra cultura democrática. No queda claro si Cabello claudicó ante Nicolás o por el contrario quiere aparecer como el verdadero poder que es capaz hasta de nombrar al presidente del partido. Lo más probable es que el tamaño de la crisis y el creciente repudio ciudadno hacia la élite del PSUV los esté obligando a bailar pegao para tratar de frenar la ira del pueblo.
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