Dentro de quince días no más, inmediatamente después de las elecciones del 8 de diciembre, y en la provinciana dimensión de los estados y alcaldías de tierra adentro, ¿ quién “mandará” más? ¿El gobernador, el alcalde o el comandante del CORE local?
La pregunta no va a dirigida a nadie en particular, y la razón de ello es que en Venezuela no va quedando ya a quien preguntarle por el futuro inmediato, como no sea a Noreida, la pitonisa de La Pastora.
Hay, desde luego, quienes todavía recurren a los siempre campanudos peritos en “análisis de entorno”, los atildados encuestólogos de la comarca cuyo invariable abracadabra es una máxima según la cual “lo importante no es la foto, sino la tendencia.” La verdad, antes de que que me corten con semejante cuchillo de cartón piedra, marca Powerpoint, prefiero consultarle a la bella Noreida, aunque me mienta en sánscrito.
Digamos, pues, que la de quién mandará más después del 8 de diciembre es una pregunta retórica que hago pensando en los artículos que, denodadamente, escriben generales en retiro y expertos civiles en materia militar como la imprescindible Rocío San Miguel.
En ellos se habla de un ser para mí ya mitológico, como Fafner, el guardían del tesoro de los nibelungos. O como el hipogrifo o el Hanumán, ese mono gramático de la India; como el ave Roc, el dragón de la Cólquide, el mochuelo de Atenea o el unicornio : me refiero al llamado “militar institucionalista”.
¿Existe realmente? ¿Ha existido alguna vez? ¿No será ya una especie irremisiblemente extinta, como el tigre de Tasmania, el darwiniano pájaro Dodo o la quagga, la singularísima cebra surafricana cuyo último ejemplar murió en 1844?
A lo que parece, se ha extinguido por completo el militar institucionalista del que machaconamente nos hablan los generales Fernando Ochoa Antich y Carlos Peñaloza, como si hablasen del celacanto, del coquí dorado de Puerto Rico y el delfín de agua dulce del Yangtzé: irreparables criaturas desaparecidas de la faz de la tierra.
2.-
El relato canónico sobre el militar insitucionalista venezolano recurre con frecuencia a una alusión vaga que, para decirlo con el verso del gran Rubén Darío, “ es una sombra que no encuentra su estilo” y es ese también mitológico “descontento de los cuarteles”, el llamado “malestar de la oficialidad joven” y otras melodiosas martingalas con que arrullan a los tontos en los mentideros de Los Palos Grandes o Las Mercedes.
En su versión más sonada y masiva, la fuente de la leyenda del descontento cuartelario es una señora que trabaja en los servicios de mecánica dental del Hospital Militar que tiene una sobrina casada con un maestre técnico de la Fuerza Aérea que, a su vez, es muy amigo de un señor muy serio que trabaja en “alimentos y bebidas” del Círculo Militar y proviene de una familia de San Cristóbal que “son todos miltares” de toda la vida. Por eso está muy enterado.
Bueno, el señor muy serio es quien dijo, bajando la voz en un aparte durante un bautizo regado melancólicamente con whisky de 4 años ( ¡así estará la vaina de jodida! ¡Dígame eso: bebiendo “Clan McGregor”, Dios nos agarre confesados!), que los institucionales andanarrechísimos y que en los baños de Fuerte Tiuna aparecen anónimos pasquines pegados con engrudo que dizque recogen un larvado descontento contra los interventores cubanos y desaprueban a los narcogenerales.
Hay variantes más sofisticadas, pero ¡ay!, teñidas de esa obsesión cartográfica del militarismo latinoamericano, que afirman que en las remotas aguas de la fachada atlántica del territorio en reclamación del Esequibo flota el casus belli que podría desencadenar una reacción de los insitucionales que ponga fin al actual estado de cosas. Soñar no cuesta nada, digo yo; “¡muy difícil”, diría la Gaceta Hípica.
3.-
Lo único cierto,amigos, es lo que hemos visto desde hace ya largos años: un creciente y sostenido predominio uniformado en el ámbito de lo civil, ya de suyo convenientemente desinstitucionalizado por el Nunca Bien Llorado, como para admitir que, entre retirados y activos, el gobierno de los estados y alcaldías, tanto como el alto funcionariado del Estado, esté integrado muy mayoritariamente por militares de alta graduación que no hablan ni actúan precisamente como juristas expertos en Derecho Constitucional.
Tengo para mí que la sublimación del 4 de febrero como fecha patria, las golpizas que efectivos de la Guardia del Pueblo propinan impunemente a un reportero, los saqueos tutelados, la injerencia militar en la fijación administrativa de precios y, por supuesto, la ensoñación de un militar institucionalista, forma todo parte de un mismo añejo fenómeno latinoamericano que comenzó para nosotros en 1830.
Vivimos desde hace tiempo un avatar más del militarismo de chafarotes que Manuel Caballero creyó superado en 1904. Tanto así, que el presidente, pese a las jinetas de su camisa roja que buscan semejarse a las de un uniforme, luce, pobrecito, como un rehén de su gabinete verde olivo.
Para ilustración de algún que otro lector que se haya rascado la cabeza al leer el titulo de este artículo, finalizo copiando las acepciones que de la palabra chafarote y unos de sus derivados, trae el Diccionario de Americanismos de la Asoción de Academias de la Lengua Española.
Chafarote:Machete tosco; militar ignorante y grosero
Chafarotero: Que admira o simpatiza con los militares.
Afirmo que toda la cháchara sobre los institucionalistas es, en el fondo, chafarotera y que, por elemental principio civilista, a los demócratas venezolanos sólo nos queda el voto.
Si está usted de acuerdo conmigo, entonces haga el favor, vaya y vote el 8D.
Ibsen Martínez está en @SimpatiaXKingKong
Publicado originalmente en Ibsen Martínez