El Gobierno –ayudado por la presidenta del CNE, Tibisay Lucena- trata de maquillar y ocultar su fracaso en las elecciones del 8-D, insistiendo en que obtuvo una ventaja en los votos globales emitidos y en el número de alcaldías obtenidas. Vista desde esta perspectiva, habría que admitir que superó a la oposición, aunque no a quienes difieren del régimen, por un estrecho margen, en el caso de la votación general; y por una cómoda cantidad en el total de los municipios.
En el fuero interno, sin embargo, la dirigencia del PSUV tiene que estar muy preocupada por lo ocurrido en las grandes capitales y en bastiones que durante años habían logrado controlar, como Barinas y Maturín. Haber perdido en nueve de las doce ciudades más populosas de la nación fue un duro revés para un proyecto hegemónico que pretende implantarse en una sociedad fundamentalmente urbana. El PSUV se ruralizó. Esto no estaba en sus planes. La derrota en Barinas tuvo un sabor aún más amargo: se produjo en la capital del estado donde nació el fundador del movimiento y padre de la “revolución” bolivariana, la fecha decretada por la cúpula del partido como el Día de la Lealtad y el Amor al Comandante Supremo Hugo Chávez. El ardid no funcionó ni en la ciudad llanera, ni en otros centros urbanos.
La victoria de la alternativa democrática en la Alcaldía Metropolitana, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto, San Cristóbal, Mérida, Porlamar y otras ciudades relevantes, fue producto de múltiples factores entre los que debe destacarse la calidad de los candidatos electos en las primarias de febrero de 2012, la precaria gestión de los alcaldes oficialistas y la cohesión que se obtuvo con la Unidad, que permitió potenciar el esfuerzo de Henrique Capriles y la MUD. Si el espectáculo tan lamentable que se vio en El Hatillo se hubiese multiplicado en todo el territorio nacional con varios candidatos opositores optando por cada alcaldía, el triunfo del Gobierno habría sido arrollador. Probablemente los aspirantes distintos a los oficialistas no habrían ganado en ningún núcleo urbano significativo, el país estaría totalmente teñido de rojo y para los jerarcas del régimen sería más fácil imponer un esquema autoritario y monolítico desde Miraflores y La Habana. La Unidad demostró una vez más ser el hilo conductor y eje ordenador de la actividad opositora. Una clara mayoría de los candidatos que desconocieron los acuerdos unitarios y se lanzaron por su cuenta fueron devorados por la polarización.
La Unidad permitió resistir el ventajismo escandaloso, las amenazas contra dirigentes como Antonio Ledezma, Gerardo Blyde y Miguel Cocchiola, y la ofensiva global del Gobierno durante las semanas previas a la realización de la consulta. Según el rector Vicente Díaz, los pasados comicios fueron los más desequilibrados e inequitativos de los que se tenga memoria durante los últimos quince años, y eso que durante estos tres lustros el abuso de poder ha sido el signo dominante de los sufragios. Sin la fuerza de la Unidad esos dirigentes, y muchos otros, habrían sido fulminados sin que los sectores de la oposición hubiesen podido reaccionar para evitar el ajusticiamiento.
A partir de 2006, cuando un acuerdo unitario permitió seleccionar a Manuel Rosales candidato presidencial, la Unidad se convirtió en la principal divisa opositora. A la fuerza que se deriva de esa cohesión le teme el régimen, por eso la hostiga, la descalifica, la amenaza. Sabe que mientras la Unidad exista, es posible acabar con la tiranía impuesta por el tándem cubano-madurista.
Entre las elecciones del 8-D y la próxima consulta nacional importante pasarán casi dos años. Los líderes de la oposición no estarán apremiados por la artesanía que toda cita comicial implica. La MUD tendrá suficiente tiempo para renovarse de acuerdo con los principios democráticos que se han ido imponiendo en su interior. Así como se organizaron las primarias de 2012, del mismo modo podría diseñarse un método de consulta participativo que permita refrescar el liderazgo de la MUD.
Lo que sería criminal es que, en nombre de las diferencias inevitables y saludables existentes, se desaten fuerzas centrífugas que atomicen a la dirigencia democrática y la conviertan en un archipiélago de grupos sin la menor posibilidad de incidir en el porvenir nacional. ¡Cuidado con la argentinización de la oposición! Este suicido garantizaría que el régimen rojo se eternice y Venezuela se cubanice totalmente.
@trinomarquezc