Hoy nuestra política es reflejo del deceso del hombre fuerte. Su producto es la creación de una sociedad llena de entes indecisos que son conducidos como autómatas que tienen como único consuelo endosarle sus culpas y fracasos a aquellos que los esclavizan.
El sentimiento de orfandad y dependencia, auspiciado por el Estado benefactor, se ha esparcido en nuestra población como un cáncer, que carcome todo intento de avance. El sentido de responsabilidad individual no existe: todo debe ser regalado, otorgado o subsidiado. Es común escuchar: “¿cuando alguien actuará?”
El hombre ha dejado de ser hombre. Ya no responde a sí mismo; es el producto de una escisión que ha separado la racionalidad, de lo instintivo. Esa ruptura le ha quitado su carácter de individuo, para convertirlo en masa, dependiendo de otros para poder ser. Tiene prohibido el autodeterminarse.
El hombre auténtico define sus propios valores. En la medida en que su propia naturaleza se expresa, su voluntad es capaz de legislar la realidad, pues esa fuerza de voluntad y vitalidad son las principales herramientas que le ayudan a construir su camino en la vida. Hoy el hombre esencial se encuentra muerto; sus valores son definidos por una sociedad de seres que no pueden aceptar y cambiar la realidad en la que viven. Necesitando de otros, dichos seres sobreviven de la caridad de quienes los usan de una forma vil y baja: – esos guiadores de rebaño que los sacrifican a sus anchas.
Nuestra sociedad ha ido sedimentándose bajo la grotesca influencia de una idea de orfandad; de la necesidad de un padre protector y benefactor, casi divino. Al político -manifestación corriente de ese ansiado “padre”- se le entrega el peso del futuro. Mas como padre, si se equivoca, no recibe castigo; su “moral” y capacidad de entendimiento se encuentran por encima de la nuestra, por ello no pide perdón. El Estado (que equivale a los gobernantes, en nuestro caso), como padre mayor, se dedica a la dádiva; como conductor, el Estado nos lleva por el camino de la perdición. Venezuela es un fiel ejemplo. Con las mentiras contadas, se crea una imagen de resignación y de abnegada entrega, donde un irrenunciable destino que el “Estado-papá” nos ha construido, se ve roto día tras día ante la fatalidad y esperanzas desvanecidas. Ese patriarca continúa limitando las libertades individuales, justificando que la invasión a nuestro espacio es necesaria, y tomando decisiones que son correctas; pues -se dice- no somos capaces de construir nuestro propio futuro.
Por ello, hoy, los jóvenes clamamos por una vida hecha por y para el hombre: una vida en la que el Estado no determine nuestro devenir. Una vida en la que, a través de nuestro libre transitar y con nuestras propias manos, podamos crear el futuro que nos merecemos; una Venezuela futura digna de grandes hombres. ¡Que seamos Padres de nosotros mismos, de nuestro propio andar, de nuestra vida y de nuestra propia esencia! – Hombres responsables de su libertad; veladores de su futuro.
Pavel Quintero / @PZakh