El chavismo es un representante por excelencia de una cierta izquierda reaccionaria. Es perfectamente posible conciliar la protesta cívica y pacífica con la participación electoral.
La revolución chavista es un caso “de librito” del Estado todopoderoso y opresivo, retratado magistralmente en la novela de George Orwell 1984. Parafraseando el término orwelliano, uno podría hablar de SOCICHA o SOCIalismo CHAvista para referirse a la versión tropical del Socialismo Inglés descrito en la novela. Especialmente creativo y digno de análisis es el uso del doble lenguaje en el SOCICHA. La lista es extensa: Los Ministerios del Poder Popular, son en realidad los reductos de la oligarquía chavista; la paz es la guerra contra el pueblo; el abastecimiento seguro es la gerencia de la escasez; el plan Patria Segura no protege a nadie; la nacionalización de Pdvsa es en realidad la entrega al capital extranjero, etc, etc.
Pero donde los estrategas de mercadeo político de SOCICHA han sido especialmente tóxicos y difíciles de desenmascarar es en el uso artero de la palabra fascista para referirse a los opositores al régimen autoritario de la oligarquía chavista y sus herederos. La verdad del asunto es que todo lo que históricamente ha caracterizado al fascismo, desde la creación del término en la Italia de Mussolini, está presente en la conducta del chavismo.
La similitud es de tal magnitud que resulta casi increíble que el régimen haya tenido éxito en endilgarle su conducta al adversario en una operación de travestismo político de proporciones históricas. Sin intentar una comparación exhaustiva, uno podría distinguir varios rasgos importantes que revelan la inequívoca naturaleza fascista del chavismo.
Primero y principal, la pretensión de controlar el movimiento sindical y obrero hasta el punto de crear organizaciones gobierneras paralelas. Segundo, la obsesión por la hegemonía comunicacional. Tercero, el secuestro de todas las instituciones públicas y la anulación de los balances y contrapesos esenciales para la existencia de la democracia.
Cuarto, la formación de bandas armadas y brigadas de asalto para aterrorizar a los adversarios políticos. Quinto, la conformación de un partido hegemónico, beneficiario único de los privilegios del poder. Sexto, el control desembozado de las instituciones creadoras de valores cívicos y sociales, como las escuelas y las universidades. Séptimo, la distorsión de la historia para ajustarla a la versión heroica del líder supremo.
Mussolini en Italia y Chávez o Maduro en Venezuela. Octavo, la polarización extrema de la sociedad, el desprecio y la exposición al odio de quienes se oponen al avance de la presunta epopeya popular representada en el fascismo.
Las similitudes no terminan aquí, pero pienso que la situación se parece mucho a aquello de que si un animal maúlla, es peludo, con cola y caza ratones, lo más probable es que se trate de un gato.
El chavismo es pues un representante por excelencia de una cierta izquierda patriotera y reaccionaria cuyas prácticas son indistinguibles de las del fascismo. A muchos venezolanos les ha tomado años reconocer esta perturbadora realidad pero las evidencias de la represión desembozada de estos últimos tres meses, con su doloroso saldo de muertos, heridos y encarcelados, revelan finalmente contra quiénes estaban destinadas las armas y los equipos que Venezuela tiene años comprando en una escalada bélica promocionada como un mecanismo de defensa contra nebulosos planes de invasión imperiales. En realidad, es una patraña más que ahora se exhibe impúdicamente en su verdadera dimensión: la historia de que la revolución era pacífica pero armada debe entenderse en el sentido de que la revolución no trae paz y que las armas son para usarlas contra el pueblo si este se rebela contra sus presuntos benefactores.
Asi entendidas las cosas, los resultados de las elecciones del pasado domingo constituyen una verdadera zurra, una pela, al fascismo encubierto del SOCICHA. El reconocimiento apresurado de los resultados electorales de parte del PSUV hace pensar que algunos de sus líderes están genuinamente preocupados por el oneroso precio político de la represión y las violaciones a los derechos humanos que se han cometido ante los ojos de todos los venezolanos y el resto del mundo durante estos tres meses interminables de sufrimiento. Pero el hecho cierto es que sus propios desafueros y la indomable resistencia ciudadana han terminado por desenmascarar al régimen y a su sofisticada operación de manipulación política y sicológica en el ámbito nacional e internacional.
La respuesta ciudadana constituye una señal contundente de que es perfectamente posible conciliar la protesta cívica y pacífica con la participación electoral y que la convergencia de ambas es en realidad indispensable para enfrentar a un adversario tan poderoso como la oligarquía chavista. El movimiento de protesta liderado por los estudiantes, combinado con la sabiduría del liderazgo opositor y la MUD en escoger dos candidatas indiscutibles para reemplazar a los alcaldes prisioneros de la injusticia, ha terminado por abrir un boquete enorme en la armadura de teflón que protegía al régimen y que le permitía promocionarse como un defensor de los intereses del pueblo. El costo ha sido elevadísimo, pero ahí están los resultados. Paradójicamente, el oponerse abiertamente y con un lenguaje bien definido ha terminado por ser el mejor remedio contra la polarización, porque es impensable pretender explicar los resultados de las elecciones en San Cristóbal y San Diego sin concluir que los indecisos, y probablemente parte del chavismo, votaron por las dos mujeres representantes de la voluntad popular que el régimen pretende desconocer.
Dura y compleja la lección de estas jornadas de protesta y que el liderazgo opositor está obligado ética y políticamente a analizar en profundidad. En entenderla está la clave para derrotar al verdadero fascismo representado por la oligarquía chavista sin darle oportunidad de que se esconda nuevamente bajo el ropaje de izquierda progresista y popular.