Todo apunta hacia él. Nadie más que Chávez ha sido el responsable de esta hora menguada de la revolución. No sólo los “pragmáticos” admiten el desastre, como ha quedado evidenciado en el intento de producir el accidentado viraje capitalista. Hasta la izquierda radical del “proceso” -reducto de las plañideras del “Plan de la patria”- le reprocha al comandante haber descuidado la principalísima tarea de sembrar una conciencia revolucionaria refractaria a las amenazas… Sí, es increíble: quienes antes ovacionaron el consumismo frenético de años anteriores -“signo de la prosperidad socialista”, según el engañoso mercadeo- ahora acusan “al fundador” por no haber preparado a las masas para encarar las desafiantes acechanzas de un futuro que llegó a trompicones de la mano de la crisis económica.
El “Supremo” -al igual que el Carlos Andrés de la “Gran Venezuela” de los ¿70- se dejó llevar por la orgía y no vislumbró la inminencia de las vacas flacas. El “gran estratega” no las vio venir y sólo ha dejado deudas ocultas, cuyos montos asombrosos representan hoy el símbolo de esta Venezuela convertida en caja negra inauditable. A su manera, siempre acatando las apariencias, todos los sectores revolucionarios reconocen el nocivo legado. La herencia combina unas cuentas públicas hundidas en la sordidez, con un pueblo chavista habituado a un esquema inviable de dádivas. Ese es el debate que se da en el oficialismo y que, sin duda, será el gran tema del III Congreso del PSUV: cómo recuperar el apoyo entusiasta de los descamisados venezolanos, ahora que los recursos son insuficientes y ahora que el socialismo dejó de ser la francachela saudita de Chávez.
Los chavismos -porque es ostensible que ya no son una unidad compacta- no tienen a la mano respuestas satisfactorias: ya no hay dinero para continuar el festín del comandante, ni mucho menos existe el liderazgo fuerte y popular que se necesitaría para cultivar -en tiempo perentorio- una conciencia revolucionaria a prueba de estrecheces. Los “chinomonetaristas” creen que el pragmatismo es la receta, aun cuando ella constituya una ruptura con los postulados del Plan de la patria y unos grandes sacrificios sociales derivados del dramático ajuste. Frente a ellos están las viudas del “modelo” -a las que se ha sumado Diosdado, nada menos que el jefe de la “derecha endógena”, una ironía-, empeñadas en sublimar el proyecto ideológico “originario”, a pesar de que ya no hay músculo financiero para mantenerlo.
En ambos casos, la reconquista del pueblo chavista, el quid del asunto, parece una quimera, al menos en lo inmediato. Queda claro que, en el corto y mediano plazo, ambas ofertas remiten a lo mismo: a muy duras privaciones. La medición de los “daños colaterales” resultará clave.