El 22 de enero de 2009, en Caracas, Cristina Kirchner y De Vido compartieron un acto con un Hugo Chávez más chispeante que nunca. Ambos presidentes repasaban la lista con los 21 acuerdos a firmar ese día. Fue Cristina la encargada del segundo anuncio. “Es una Carta de Intención entre el Instituto de Investigaciones Agrícolas de Venezuela y la empresa argentina Talleres Marisa SRL”, dijo. Un Chávez sonriente la interrumpió. “¿Marisa?”, preguntó. “Marisa, sí, SRL”, confirmó la Presidenta.
Talleres Marisa SRL, una fábrica de silos ubicada en Arteaga, es la empresa tradicional de la familia de Roberto, María Eugenia y María Isabel Vignati, los tres jóvenes que en los últimos meses, a través de Bioart SA, exportaron a Venezuela cuatro barcos de granos con sospechosos sobreprecios de hasta 80%. Aquel acuerdo con el organismo venezolano, que claramente pasó por el filtro de Julio De Vido, apuntaba a la construcción de plantas procesadoras de semillas de varios cultivos. El nombre de uno de ellos llamó la atención de Cristina, pero Chávez le explicó: “A la caraota en Argentina la llaman el poroto”.
Fue el propio De Vido, según fuentes que presenciaron aquellas negociaciones, quien meses antes había vinculado a ese grupo con altos funcionarios de la Corporación Venezolana Agrícola (CVA), luego reconvertida a Corporación de Alimentos (CVAL). Así, el 23 de setiembre de 2008, la firma ya había conseguido su primer gran contrato en tierras venezolanas.
Según actas publicadas en la “Gaceta Oficial” de Venezuela, Leguminosas del Alba SA, una empresa cubano-venezolana, aprobó ese día la construcción de una planta de semillas en Urapai, en el Estado Yaracuy, con un presupuesto de 6.107.304 dólares. Sin licitación ni concurso, aquella obra fue asignada a Talleres Marisa.
Leguminosas del Alba SA era presidida por Silvia Lorenzo Marrero. Y uno de sus directivos era Ricardo Miranda Rodríguez, que luego pasó a otra empresa estatal, CVA Pedro Camejo. Desde allí se ocupó –desde 2012– de importar maquinaria agrícola argentina, en muchos casos a través de la intermediación directa de Bioart SA. Fueron esos los dos principales clientes de los Vignati. El dinero para pagarles provenía sobre todo de dos cuentas oficiales, el “Fondo Chino” y el “Fondo Zamora”.
La predilección de esos funcionarios hacia los argentinos era llamativa. En noviembre de 2009, Leguminosas del Alba SA necesitaba “una planta eléctrica CUD 688” y Talleres Marisa se la vendió por 363.450 dólares. Tres meses después usaba 330.000 dólares para el acceso a la planta de semillas. De nuevo fue elegida la fábrica de Arteaga.
No tenía contrincantes.
Pero el gran negocio de los Vignati en suelo bolivariano surgió a mitad de 2009, cuando Leguminosas del Alba decidió importar 20.243 toneladas de “caraota negra” de Argentina y Nicaragua. En febrero de 2010 se asignó la mayor parte del cupo a la empresa rosarina Trading Sur SA. Cobró 12,16 millones de dólares por 16.000 toneladas. Detrás de ese operativo también estuvieron, una vez más, los dueños de Bioart SA.
Al menos hasta mitad de 2011 Talleres Marisa SRL accedió a contratos millonarios con la empresa mixta cubano-venezolana. El último fue por 2.626.046.51 dólares para levantar otro silo en el Estado Portuguesa.