Durante febrero y junio de este año anduvieron asolando al país como perros rabiosos, disparando, atropellando y reprimiendo a cuanto ciudadano tuviera el coraje de denunciar la dictadura de Maduro y gritar que su gobierno, aparte de su origen espúreo, era un “estado forajido” al margen de la ley y de naturaleza exactamente igual al de los hermanos Castro de Cuba, Bashar al Asad de Siria y Robert Mugabe de Zimbawue.
Las diferencias podrían ser de duración y cantidad, pero, al igual que tamaños asesinos, no repararon en el número de ciudadanos indefensos -y cuyo único delito era defender la Constitución- que debían y podían ser masacrados, pues no cumplían otra misión que derramar sangre por el tiempo que fuese necesario.
Parecían criminales de otras épocas, de los que se veían en los campos de exterminio nazi y las dictaduras de Videla y Pinochet, pero estaban ahí, no pocas veces sonreídos y orgullosos de que forman parte de una maquinaria de guerra decidida a barrer las calles de Venezuela de manifestantes antiMaduro.
Dejaron miles de testimonios en fotografías, audiovisuales de celulares, cámaras digitales y tabletas, porque, aparte de reprimir, querían disuadir a “plomo limpio” a los que se sintieran animados a darle continuidad a las protestas.
En strito sensu, fue la primera represión de los años de Internet, los Smatphones y las I Pad, una que podía seguirse, como si fuera un serial de televisión por cable, desde las casas, calles y lugares de trabajo.
“Duro oficio” el de estos sicarios y mercenarios on line, pero asumido sin rubor, pues se sentían como protagonistas de la última película de terror.
Cincuenta venezolanos encontraron la muerte por la saña de balas de fusil, y otros proyectiles antimotines; los heridos pasaron de 500; y miles fueron lanzados a cárceles donde se les torturó sin piedad.
Hoy, los más connotados, los más conspicuos, los más sobresalientes, forman parte de una lista de 27 psicópatas que están siendo requeridos por la justicia de Estados Unidos, que abrió el primer capítulo del expediente por el que se presentarán más temprano que tarde ante los banquillos de la justicia global.
No son, sin embargo, todos cuantos y todos quienes, pero sin duda que serán numerados en las próximas semanas o meses, cuando toda la línea de mando sea desenmascarada, identificada, fichada y, como los primeros 27, empiece a sufrir las angustias de quienes se ensañaron y a menudo se burlaron del dolor de sus connacionales.
Es el comienzo de la “cacería”, de la cacería de los cazadores, de los que, armados hasta los dientes, y sufragados por un “estado forajido”, no tuvieron empacho en justificar sus pagas -y aun sobrepasar las metas- para aspirar a un aumento.
Oficiales de la Fuerza Armada Nacional y los cuerpos de inteligencia unos; civiles de diferentes instancias del estado otros; generales, coroneles, ministros, gobernadores y alcaldes, absolutamente empacados en la confianza de que, como hasta tiempos relativamente recientes, se podía delinquir y después guarecerse en anacronías como la “Soberanía Nacional” y “la no injerencia en los asuntos internos de otros países”.
Y, “los colectivos”, etiquetas del hampa común y de la hampa organizada, los equivalentes a las “tropas de asalto” hitlerianas y las “unidades de respuesta rápida” castristas, entrenados para suplantar, y aun dirigir, a unidades de la Guardia Nacional y la Policía Nacional, si era que la naturaleza de las operaciones insinuaba algún camuflaje.
La reciente detención, sin embargo, de uno de los suyos en Aruba, la de Hugo “El Pollo” Carvajal, general y exdirector de la Dirección de Inteligencia Militar, DIM, pero por cómplice del narcotráfico y colaborador de la guerrilla colombiana, seguro les resultó como un mazazo, pues fue la demostración de que, se refugien donde se refugien, “los 27” también seguirán dentro de poco su camino.
Días también de horror, para su jefe, el presidente llamado Maduro, con una soga al cuello que desatar, la de quitarse de encima la evidencia de que ordenó asesinar venezolanos, y que le abre en su futuro la celda de los calabozos donde estuvieron aquel expresidente Liberia, Charles Taylor y el de la exYugoeslavia, Slodoban Milosevic.
Abandonado, aun por sus miles de acreedores, los que ahora preferirán perder “sus reales” antes que retratarse con un reo de la justicia internacional.
Y si ese es el caso de Maduro ¿qué crujir de dientes no esperan a Noguera Pietri, Quevedo, Padrino López, Rangel Silva, Rangel Gómez, Rodríguez Chacín, Vielma Mora, y tantos otros que ganaron los galones de “oficial” para infamarlos y hacer mofa de ellos?
Pero esperen, que apenas estamos en el comienzo de la “cacería”, de la cacería de los cazadores, vendrán nuevas y más abultadas listas, unas en las cuales la identificación de los que prestaron su concurso en todos los tramos de las represión, también verán sus nombres y apellidos ardiendo en la hoguera de del terror y del miedo.
Igualmente, haciendo parte de la falange siniestra que en el siglo XXI se unió a la del siglo XX, pero con la mala suerte de que, en los días que corren, la tecnología digital y comunicacional si ha avanzado para que no quede un solo delito sin documentación.
De modo que, se acabaron las formas de camuflarse para vivir del delito más rechazado y odiado por la sociedad contemporánea, la violación de los derechos humanos, las que aun alientan la malformación de los totalitarismos viejos y nuevos, las que todavía permiten excrecencias históricas tal los regímenes de Cuba y Corea del Norte, las que dejan permear que dictadores de vocación frustrada como Correa de Ecuador, y Evo Morales de Bolivia, atropellen a sus pueblos con sobrado cinismo en sus rostros.
Y horrores inenarrables, como los de Bashar al Assad, en Siria, Robert Mugabe en Zimbawue, Ahmad al Bashir de Sudán.
Y siguen los casos de los caudillos, profetas y mandamases con gobiernos autoritarios pero de baja o mediana intensidad, tal los de Vladimir Putin en Rusia y Alexander Lukashenko en Bielorrusia por confesión propia, hijos o nietos del “padrecito” Stalin, por cuya inspiración, no solo aspiran a sojuzgar “vitaliciamente” sus países, sino al mundo, o parte de él.
Todos íntimos, cofrades, hermanos y compadres, antes de Chávez y ahora de Maduro, a cuya dictadura, no solo han dado apoyo político, militar y económico, sino que, al hacerlo a cambio del cobro de decenas de miles de millones de dólares, han contribuido a la ruina que, de manera generalizada, roba alimentos, medicinas, salud, educación y seguridad a los venezolanos.
Tendríamos que extendernos con profusión y minuciosidad en la participación de los dictadores cubanos, Raúl y Fidel Castro, en la catástrofe humanitaria que hoy sacude a Venezuela, pero es pedirle demasiado al director de “La Razón”, Pablo López Ulacio, un editor que hace esfuerzos ímprobos para procurarse papel y mantener uno de los pocos espacios de libertad que aun restan a los venezolanos.
Es una de las últimas trincheras, de las batallas en que se bate el cobre por la defensa de un derecho humano fundamental: el derecho a estar correcta y honestamente informados.
En todo caso, delitos que van aumentando el expediente por el que los culpables de la violación de los derechos humanos en Venezuela, terminarán tras las rejas