Un proceso de ruina similar al de Venezuela no existe en América Latina, hasta donde se observa. La razón es simple: Ninguno de los países que se identifican con el socialismo posee las riquezas que necesitan los Castro para revertir los 60 años de atraso en los que hundieron a su isla. Someter a los venezolanos hasta que Cuba se recapitalice es la fin del proyecto del cual Nicolás Maduro y sus milicias cívico-militares son los cancerberos.
En Venezuela está en evolución un proyecto de dominación social; no es sólo un cambio del modelo político o económico. En países como Bolivia y Ecuador, gobierno y oposición difieren en la concepción y administración el Estado. Sus discrepancias abarcan los criterios de distribución de la riqueza y la justicia; igual disienten en la concepción de la libertad. Sin embargo, los datos prueban que las decisiones de sus gobernantes guardan relación con lo que el sentido común interpreta como bienestar colectivo. Lo cual explica que Evo Morales y Rafael Correa se declaran socialistas, pero no por eso actúan a contrapelo de lo que prescribe el conocimiento económico, social o jurídico.
En Bolivia y Ecuador se desarrollan modelos con los que se puede o no estar de acuerdo; pero lo que no se podría afirmar es que sus dirigentes persiguen la indignidad de sus ciudadanos. Por lo demás, esos gobiernos han dejado claro que utilizar el poder para posicionar un ideario no autoriza la destrucción de un país. Por eso, no es casualidad que los expertos del BID y del BM reconozcan que Bolivia tendrá este año el mayor crecimiento económico de toda la región. Mientras tanto Nicolás Maduro lleva a cabo un programa de dominación con el pretexto de establecer el socialismo. Quizás la prueba más concluyente de ese proyecto es la convicción de la cual hace alarde la elite oficialista de liderar una revolución, cuando no son más que piezas de los Castro.
Dominar significa apoderarse del inconsciente y de la conciencia del otro. Es reescribir sus deseos y direccionar su voluntad para beneficio de quien somete. En el caso venezolano, los Castro y sus aliados internacionales modelaron el razonamiento del Presidente y de los jefes del gobierno. Incluso, les hicieron creer que son amos del poder; pero en realidad son los instrumentos que ellos utilizan para consumar el saqueo de la nación
Las ideas, creencias y costumbres constituyen el terreno donde se lleva a cabo el combate por la autonomía o el sometimiento de los pueblos. Cuba lo sabe y por eso, insiste en modificar la cotidianidad del venezolano. Su propuesta reza que la reconfiguración de la psique del ciudadano debe mantenerse hasta que muchos emigren y el resto sustituya en su interior el orden por la anomia; el bienestar en lugar de la escasez. En ese canje también deberán convertir la justicia en impunidad, la igualdad en privilegios; y, deberán asimilar que las instituciones se reemplazarán por la voluntad del gobernante.
Los adversarios del gobierno no escapan a la confabulación cognitiva que está en marcha. Por ejemplo, se les vendió la ilusión según la cual un proyecto de dominación trasnacional se detiene con los medios que los partidos utilizan en las disputas por los cargos de representación. Esto es, con marketing y algo de calle; con críticas sobre los servicios públicos y denuncias sobre violaciones a los derechos humanos y la libertad de prensa. Todo acicalado con los llamados a participar en elecciones alteradas por el gobierno.
Estudios recientes sobre el sistema cognitivo revelan que se puede estar ciego para lo evidente; sobre todo, se puede estar ciego para la ceguera propia. Tal vez, este descubrimiento explique por qué se insiste en derrotar al gobierno sin colocar lo electoral como el corolario de una alianza entre sectores que si bien divergen, pueden reunificarse para recuperar la dignidad de la Republica. Un requisito sin el cual la autonomía de los venezolanos no será rehabilitada ni se producirá una vuelta a la normalidad democrática.