“No sería capaz de leer -Las venas abiertas de América Latina- de nuevo.
Caería desmayado. Para mí esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima.
Sería ingresado al hospital.”
Eduardo Galeano (su autor)
Preámbulo de una entrega extensa
Me alargaré en esta entrega porque quiero darle relevancia a un hecho que no ha sido evaluado con el peso específico que merece: las sanciones individuales contra los violadores de derechos humanos del régimen madurista, hecho que califico sin ambigüedad de histórico.
Entiendo que esta semana frenética en la que el régimen volvió a descuartizar la Constitución por enésima vez (¿quién se sorprende todavía?) y donde fuimos nuevamente testigos de la desorientación y esterilidad opositora en la Asamblea Nacional -sus patéticas “negociaciones” con el chavismo (¿qué negocian?)-, nos mantuvo distraídos, pero aprovecho el descanso decembrino, el fin de año y el deseo de libertad para el esperanzador año 2015 que amanece, para mandarme esta entusiasmada y larga reflexión.
Léanla con tiempo, y si no lo hicieren, al menos lean la extraordinaria y valiente entrega de Jesús “Chúo” Torrealba sobre el mismo tema y el imperdible análisis (en twitter) de Thays Peñalver sobre el alcance de las sanciones norteamericanas contra funcionarios venezolanos violadores de derechos humanos. Ambos son esenciales, desde aquí aplaudo su coherencia.
En mi caso, escribo largo sobre las sanciones como reconocimiento a dos culturas: la norteamericana y la venezolana. En cuanto a esta última, la venezolana, como reconocimiento especialísimo a sus estudiantes que con sangre, sudor y lágrimas han hecho todo y de todo por reivindicar la libertad en el país; también a los promotores y luchadores de derechos humanos que en Venezuela han impuesto un cambio histórico de mentalidad más humanista; y, por último, a María Corina Machado, Leopoldo López y Daniel Ceballos, porque a través de la política han intentado materializar sus ideas de democracia, justicia, libertad y prosperidad, con ejemplo y sacrificio. Estamos viviendo una auténtica y radical transformación del enfoque de hacer política en este siglo. Se les reconoce y se agradece.
Su medalla histórica será la libertad de nuestra patria.
El verdadero prócer
No soy de los que oculta sus afinidades ni formo parte del coro soso de quejosos que acusa a los Estados Unidos de América de todas las venas abiertas de América Latina.
Soy, sí, y lo expreso abiertamente, sin prejuicios ni retóricos cuidados intensivos, un admirador de la cultura y de la democracia estadounidense. Lo soy y lo seré, en especial de los ejemplares forjadores de su fundación: Thomas Jefferson o Benjamin Franklyn, a quienes leo y releo cada vez que puedo.
Si como decía el historiador Thomas Carlyle: “la historia del mundo es solamente la biografía de sus grandes hombres”, la de Estados Unidos está enaltecida por la presencia de ese par de maravillosos espíritus.
A diferencia de la cultura francesa de la que admiro obviamente su literatura, su poesía, su romanticismo y desabrigada bohemia, que tanto esplendor ofreció a las artes plásticas, a la estética y a la filosofía, de la cultura norteamericana admiro sus biografías, su quehacer político y la doble semblanza de sus pensadores-hacedores de historia.
Personajes como Jefferson, Franklyn o más tarde como Lincoln o Luther King, no se conformaron con ser los más lúcidos espíritus de su época, sino que se esforzaron e hicieron que su lucidez intelectual y pensamiento crítico se convirtieran en realidad social y política; como Miranda, Bolívar o Gallegos y Betancourt en Venezuela.
Creo que el verdadero prócer, el verdadero líder forjador de cambios nacionales e históricos, es un hombre de pensamiento lúcido que se esfuerza por materializar sus ideas en el quehacer cotidiano, que intenta hacer de su “hábito mental” una realidad social y política, o más, una realidad histórica.
Pocos lo logran. Ese es el desafío que vive Venezuela en esta hora difícil de reinvención fundadora: ¿lo lograremos?
De la democracia en América
Admiro especialmente de los Estados Unidos su desafiante y agrietada libertad, su permanente reinvención social y el espíritu crítico de su cultura, todo en el marco de mejorar las condiciones de vida y el bienestar individual y colectivo de sus ciudadanos.
Ese “hábito mental” de su ciudadanía por no conformarse, por cuidar con celo su libertad, por proteger sus derechos, por mantener el imperio de la ley y el estado de derecho, por intentar cambiar la realidad hasta hacerla más humana y más libre (claro, y más próspera), por hacerla más placentera y productiva, por reinventarse siempre, me hace reconocerlos y admirarlos, pese a sus grietas e imperfecciones.
Pienso, semejante a Alexis de Tocqueville, que en los Estados Unidos de América se ha desarrollado el modelo de democracia liberal más cercana a la idea que algún día tuvo la Ilustración francesa sobre un gobierno donde la soberanía reside en el pueblo, insisto, pese a sus imperfecciones y grietas
Cómo lo lograron y porqué lo explica mucho mejor que nadie el mismo Tocqueville -esa lectura deslumbrante- cuando habla en su exploración de la “Democracia en América” de los “hábitos de la mente” del pueblo norteamericano.
Los “hábitos de la mente”, es decir, las costumbres, los ritos, las tradiciones, las prácticas religiosas, los rituales sociales y populares, la cultura de su gente. En ese sentido, el “hábito mental” norteamericano es reformista, es decir, es crítico, se “iguala” al poder confrontándolo, desafiándolo y criticándolo.
¿Qué tiene esto que ver con nosotros?
Violadores flagrantes de derechos humanos
Venezuela ha llegado a un estado de canibalismo político y barbarie sin precedentes en nuestra historia democrática. El chavismo llegó para devorarse -despedazando y ensangrentando- a su propio pueblo.
No sólo nos disparó en la frente desde su aparición el 4 de febrero de 1992, nos ha descuartizado -como criminal en serie- desde entonces. Somos una nación flagelada, herida de muerte.
Admiro y agradezco como venezolano de los Estados Unidos de América, de su pueblo y de sus líderes, el recibimiento que ha dado a miles de venezolanos que han naufragado en su propia tierra, que han sido perseguidos, acosados, torturados, vilipendiados y desterrados por la dictadura chavista. Al menos yo jamás olvidaré ese gesto.
A diferencia de muchos “pueblos hermanos” -que no se han comportado como tales- de América Latina, los norteamericanos no sólo nos han tendido una mano como sociedad, han levantado una voz crítica ante los desmanes del régimen madurista como nadie en la región -para su propio bochorno y el de sus líderes- ha hecho.
No sólo han levantado la voz crítica, han actuado políticamente en defensa de los derechos humanos de los venezolanos sancionando individualmente a los responsables de las peores atrocidades que ha padecido pueblo latinoamericano alguno en las últimas décadas.
No olvidemos que “violar derechos humanos” no es un concepto abstracto, es un dolor, una desgarradura, una expresión sensible que implica muerte, cárcel, persecución, tortura, flagelación, humillación, bochorno nacional e internacional, llanto, muchísimo horror y tragedia, como ha padecido y sigue padeciendo Venezuela desde que Chávez nos disparó en la frente su revuelta rabiosa.
El pueblo norteamericano a través de sus representantes políticos: Rubio, Merentes, Díaz Balart, Ros-Lehtinen, del presidente Barack Obama y de su sensible administración han sido críticos y han llevado su crítica a una sanción política y administrativa, muy relevante y paradigmática para la región.
Insisto: relevante y paradigmática. No tenemos aún modo de evaluar cuán importante ha sido este gesto, el tiempo lo mostrará. Sus protagonistas, sean demócratas o republicanos, liberales o conservadores, deben sentirse orgullosos porque se han dado la mano para, mancomunadamente, tendérsela a América Latina. La historia de la pujante relación entre nuestros pueblos cambiará.
Por ahora, hay que destacar el formidable cambio en el “hábito mental” de los Estados Unidos para tratar a América Latina. La memoria de Jefferson, Franklyn, Lincoln y Luther King se ha impuesto.
En esa dirección va la coherencia.
Sanciones sí; invasiones no.
En el pasado, por cierto, no muy lejano, los Estados Unidos y su muchas veces inaceptable política internacional de “seguridad” cometió desmanes terribles con reprochables invasiones militares a países latinoamericanos.
El criterio de la “bota militar” y la guerra era el penoso quehacer de su política de estado. Otras veces, volteaban hacia los lados y se desentendían cuando los violadores de derechos humanos de la región, sobre todo férreas dictaduras militares, se comportaban como aliados. Ambas posturas eran incoherentes con los principios rectores de la democracia norteamericana.
Gracias al diálogo crítico y diplomático de la sociedad civil venezolana, al esfuerzo denodado de muchas personas (artistas, activistas, estudiantes, escritores, abogados y algunos políticos), al loable ejercicio humanista y progresista -en cuanto a la reivindicación de derechos sociales y civiles- de la administración Obama y al “hábito mental” en permanente reinvención crítica del pueblo norteamericano (y de sus representantes), en un hecho sin precedentes por su relevancia y magnitud histórica, el inaceptable criterio de la invasión militar de los Estados Unidos en contra de sus vecinos latinoamericanos cambió por la sanción “individual” a personas que desde el gobierno han cometido la atrocidad de violar derechos humanos, es decir, que agreden, encarcelan, torturan, sodomizan y asesinan gente inocente, como puedes ser tú o yo, tus hijos o los míos.
Era urgente, era necesario un cambio de disposición y mentalidad frente a la peor atrocidad que puede sufrir sociedad alguna: la violación flagrante de sus derechos humanos.
Lo hemos logrado, la generación humanista de Venezuela ha obtenido su primer triunfo internacional en la promoción y defensa de los derechos humanos.
El triunfo no sólo es venezolano, es latinoamericano.
2015: el cambio de hábito
El gesto crítico contra la dictadura madurista ya no es sólo una vociferación, es un hecho político y jurídico objetivo, un cambio de “hábito mental” que aunque no sea perfecto, podrá ser perfeccionado con el tiempo. No es una inhumana guerra ni un desgarrador embargo que afecta a una nación entera, es una sanción individual a un criminal, a un energúmeno violador de derechos humanos.
Su extraordinario efecto está aún por conocerse, no sólo porque favorece la vida y la libertad de los ciudadanos de la América toda frente al poder arbitrario y tiránico de algunos de sus regímenes, sino porque evita la nefasta experiencia de la guerra, los embargos o las medidas que afectan de manera colectiva a un país y no, como debería de ser y de ahora en adelante será, a quienes desde el poder (usurpado y dictatorial como en el caso de Venezuela) asesinan, encarcelan, torturan y persiguen a quienes lo critican y a quienes disienten.
Las sanciones no cambiarán mucho la realidad venezolana, que debemos transformar los venezolanos con nuestros propios esfuerzos, reinventando nuestro “hábito mental”, dejando el lunatismo, la desidia y muchas otras cosas, pero sí influirán coercitivamente entre los cada día más desarticulados y aislados violadores de derechos humanos del madurismo que enfrentamos.
Las sanciones sirven para saber que los que luchamos por la libertad y la democracia, de manera noviolenta, civil y humanista, no estamos solos…, y si resistimos, y si no nos cansamos, prevaleceremos. Y así será, y así lo estamos haciendo.
El 2015 será definitivo, respiremos hondo, tomemos aire, concentrémonos, llega la avanzada definitiva, tú eres el prócer de la nueva Venezuela.
Nuestro hábito mental ha cambiado, la libertad es nuestro destino, cada día falta menos, mucho menos…
¿Lo sientes?
@tovarr