El pasado lunes el opositor y actual Gobernador del estado de Miranda Henrique Capriles describía la situación en Venezuela como “explosiva”. Tan pesimista valoración la compartía en Washington con el Secretario General de la OEA Luis Almagro, a quien le planteó la necesidad de que este organismo envíe observadores a las elecciones parlamentarias que se van a celebrar en el país sudamericano el próximo 6 de diciembre.
Al líder de Primero Justicia no sólo le preocupa la transparencia de unos comicios que el Gobierno de Nicolás Maduro pretende controlar con su aplastante propaganda. A Capriles, al igual que a muchos venezolanos, le alarma una situación económica que cada día hunde más en la miseria a la población.
Pocos días antes de que pidiera ayuda a la OEA con el consiguiente exabrupto de Maduro, que no perdió tiempo en tildar dicha entidad de “trasto que no sirve” manejado por “una burocracia imperial”, en las redes sociales se hacía viral el vídeo de una anciana de ochenta años a las puertas de uno de los establecimientos estatales, rompiendo a llorar cuando le preguntan “¿Qué aspira a comprar hoy?”. En una interminable cola bajo el sol, la mujer alcanza a decir “Lo que haya, tengo hambre.” Y de ese modo su testimonio se propagó en Twitter con la etiqueta #Crónicasdeunacola.
El lamento de esta señora se suma al de la multitud que se agolpa en las cadenas de distribución oficial y que no encuentra productos básicos como la leche o la harina para confeccionar las tradicionales arepas. La realidad “explosiva” a la que hace alusión Capriles es la consecuencia de unas medidas estatistas que han conducido al país al abismo. Cuando Maduro llegó al poder en 2012 el dólar paralelo estaba a 17 bolívares y ahora el dólar libre, de acuerdo con Dolartoday, está en más de 680 bolívares. O sea, hoy la moneda nacional vale considerablemente menos. La hiperinflación, que según el economista Steve Hanke de la Universidad John Hopkins está por encima del 500%, estrangula el poder adquisitivo de los venezolanos. De acuerdo a datos del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cendas), actualmente se requieren casi ocho salarios mínimos para que una familia pueda adquirir la canasta básica.
¿Y de qué forma Maduro afronta el descalabro que su Gobierno ha desatado? De la única manera en que los populismos abordan sus propios errores: demoniza a la oposición y busca factores externos a los que responsabiliza de todos los males que hoy azotan al país. A pesar de que, según estudios recientes de Datanálisis, a los venezolanos hoy les preocupa más la hambruna y el desabastecimiento que el alto índice de criminalidad, el discípulo de Chávez acaba de anunciar otra ley habilitante a modo de cortina de humo. En esta ocasión ha dicho que va a montar “cárceles especiales” para quienes estén implicados, entre otros delitos, en lo que se conoce popularmente como bachaquerismo, que no es otra cosa que la adquisición de productos en el mercado convencional para su posterior reventa. Y no ha faltado tiempo para que acusara al propio Capriles de ser uno de los organizadores de estas supuestas bandas dedicadas a “atracar, bachaquear o narcotráfico” con el fin “de crear un caos”.
A Nicolás Maduro sólo le queda el recurso de los insultos y los descalificativos para defender su insostenible populismo, pero las #Crónicasdeunacola son la verdad que cada día le estalla en la cara.
Publicado originalmente en el diario El Mundo (España)