Hace dos años, se produjeron manifestaciones públicas tanto en Kiev como en Caracas. Mientras que la Revolución de la Dignidad en Ucrania rápidamente llegó al poder, en Venezuela los cambios políticos han ido por una vía mucho más lenta. Sin embargo, las elecciones parlamentarias que se realizaron el 6 de diciembre, en las que la oposición obtuvo dos tercios de los escaños, han llevado a un aceleramiento de los acontecimientos políticos en Venezuela.
A pesar de que en la noche de las elecciones el presidente Nicolás Maduro reconoció la derrota, su gobierno ha prometido desconocer toda legislación que apruebe la Asamblea Nacional y ha establecido a otra, la Asamblea de los Comunes, que no está dispuesta en la constitución. Todavía más, aprovechó la última sesión de la Asamblea Nacional para nombrar a 19 magistrados de la Corte Suprema, y ha hecho un llamamiento a sus simpatizantes para evitar que la Asamblea recién elegida entre en funciones el 5 de enero. Al igual que Ucrania dos años atrás, Venezuela va rumbo a una crisis constitucional.
Sin embargo, existe un paralelo aún más antiguo y ominoso entre Venezuela y Ucrania: la hambruna intencional de 1933 en la Ucrania Soviética. La decisión tomada por Stalin en 1932 de obligar a los agricultores independientes – los kulaks – a trabajar en grandes granjas colectivas, causó la muerte por inanición de 3,3 millones de personas en Ucrania el año siguiente.
La catástrofe se desató cuando Stalin, convencido de que los kulaks le ocultaban grano al estado soviético, requisó sus semillas, creyendo que con esto obligaría a los agricultores a emplear el grano oculto para sembrar. Sin embargo, no había grano oculto – y, por lo tanto, tampoco había simiente para plantar la cosecha de 1933. Stalin culpó del resultante colapso en la producción de alimentos a conspiraciones lideradas por los muertos y los moribundos.
En lugar de enfrentar la catástrofe que se estaba desarrollando, y a pesar de los bajísimos niveles de producción, Stalin aumentó las requisiciones de granos – decisión que llevó a una hambruna masiva. Al público se le ocultó información, lo cual impidió que se tomaran medidas para rectificar la situación. Incluso se rechazaron ofrecimientos de ayuda humanitaria, especialmente por parte de Polonia.
Antes de que sucediera, era difícil imaginar una hambruna en un país tan fértil como Ucrania. Es igualmente difícil imaginar una catástrofe similar en un país que tiene las reservas de petróleo más grandes del mundo. No obstante, éste es precisamente el escenario que enfrenta Venezuela al entrar al 2016.
Los ingredientes fundamentales para semejantes desastres provocados por el hombre son cuatro: represión del mercado, supresión de información, persecución sistemática de la disidencia y atribución de la culpa por el desastre a sus víctimas (lo que justifica radicalizar las políticas que causaron el problema). Desgraciadamente, Ucrania no es el único ejemplo: el costo en vidas humanas – estimado entre 15 y 45 millones de víctimas – del Gran Salto Adelante de 1958 – 1961 en la China de Mao Zedong, fue aún mayor.
Al igual que en Ucrania y China, el gobierno de Venezuela ha estado intentando colectivizar la producción. Después de su reelección en 2006, Hugo Chávez decidió acelerar la “revolución” y nacionalizó bancos, telecomunicaciones, el cemento y el acero, supermercados, cientos de otras empresas y millones de hectáreas de tierra. Y, también al igual que en Ucrania y China, la producción de las empresas afectadas colapsó rápidamente.
Más allá de la expropiación directa, el gobierno implementó un sistema que atacó la habilidad natural del mercado para auto-organizar la economía. El mercado no es una panacea, y sólo puede funcionar bien dentro de un estado que opera adecuadamente, pero sí es una poderosa fuerza estabilizadora. Los precios del mercado proporcionan información sobre los bienes que escasean. Las ganancias crean incentivos para responder a la información que contienen los precios. Y los mercados de capital asignan recursos en busca de ganancias. Es posible que los mercados fallen, y las políticas pueden contribuir a mejorar los resultados; pero Chávez y Maduro, del mismo modo que Stalin y Mao, atacaron al propio mecanismo del mercado.
En Venezuela, un sistema generalizado de control de precios y del mercado de divisas está causando estragos. El tipo de cambio se asigna administrativamente a un precio que es alrededor de 130 veces inferior al del mercado. Ni siquiera el narcotráfico es tan lucrativo como esta oportunidad de arbitraje, con obvias consecuencias.
Una fórmula para el precio “justo” mantiene artificialmente bajos a todos los precios (el fijar un precio más alto envía a los infractores a prisión), lo que causa escasez, racionamiento y colas que consumen un gran número de horas de la vida diaria de la mayoría de los venezolanos. La escasez de productos esenciales ya ha cobrado muchas vidas, sin siquiera mencionar sus devastadoras consecuencias para la producción. Y, a pesar del control de precios, la inflación está por sobre el 200%, debido a que el banco central monetiza un déficit fiscal de más del 20% del PIB.
El incremento del precio del petróleo que inicialmente acompañó a la adopción de estas políticas, mitigó su impacto, ya que las importaciones podían compensar la caída de la producción. En 1998, cuando Chávez fue elegido por primera vez, el petróleo languidecía a US$8 el barril; en 2012, el promedio del precio fue de US$104.
Pero, en lugar de utilizar esos extraordinarios ingresos en prepararse financieramente para una época de vacas flacas, Chávez optó por usar el alto precio del petróleo como colateral de préstamos masivos y cuadruplicó la deuda pública externa. Esto le permitió gastar en 2012 como si el precio del barril hubiera sido de US$197. Pero hoy día, cuando el crudo venezolano está por debajo de los US$30 y el país no tiene acceso a los mercados de capital internacionales, las importaciones han declinado a una fracción del nivel que tenían en 2012. Ahora es que se están sintiendo las consecuencias de la previa destrucción de la capacidad productiva.
Sin el mecanismo del mercado, el ajuste se está realizando con demasiada poca información y demasiados incentivos perversos, lo cual hace que su repercusión en la producción y en el bienestar sea aún más devastadora. En el próximo año habrá una nueva reducción drástica de las importaciones. No sólo ha bajado aún más el precio del petróleo, sino que las importaciones de 2014-2015 se financiaron en parte disminuyendo las reservas y otros activos, y autorizando importaciones privadas pero sin pagarlas, una expropiación de facto del capital de trabajo – la semilla del grano – de las empresas privadas.
Las implicaciones de esta locura son ominosas. Para evitar una catástrofe humanitaria, es preciso tomar medidas rápidamente: restaurar el mecanismo del mercado; unificar el tipo de cambio (como lo acaba de implementar el presidente Mauricio Macri en Argentina); establecer un sistema alternativo de transferencias sociales que sustituya al racionamiento; sanear el fisco; reestructurar la deuda externa de manera ordenada; y conseguir un apoyo financiero masivo de la comunidad internacional.
Maduro no está haciendo nada de esto; en su lugar, dedica su energía y creatividad a mantenerse en el poder, sea a través de métodos limpios o sucios. Pero el tiempo se está acabando. A menos que Maduro cambie, la nueva Asamblea Nacional – donde la mayoría de dos tercios permite que la oposición enmiende la constitución – tendrá que cambiarlo a él.
Traducción de Ana María Velasco
Publicado originalmente en Project Syndicate