El segundo aniversario del encarcelamiento del líder opositor venezolano Leopoldo López, y el primero de la detención arbitraria de Antonio Ledezma, son una lamentable marca del régimen de Nicolás Maduro, que debería poner en libertad inmediatamente a todos los presos políticos que mantiene encerrados en las cárceles del país.
En vez de perseguir a los que le critican y de tratar de ignorar por todos los medios posibles el mandato inequívoco de cambio expresado por los venezolanos el pasado 6 de diciembre, Maduro debería concentrar sus esfuerzos en tener una actitud sincera y constructiva con la oposición para tratar de sacar a Venezuela del pozo en el que se encuentra por la desastrosa gestión chavista.
Decir que la situación económica es desesperada —en un país con sobrados recursos humanos y materiales para mantener una sociedad pujante— sería reiterativo si no fuera porque cada día se alcanzan cotas más altas de degradación en la calidad de vida de los venezolanos, verdaderas víctimas de una manera de gobernar que poco tiene que ver con el progreso y el bienestar de los ciudadanos.
La batería de medidas económicas anunciadas esta semana por Maduro es un vano intento de reconducir una situación imposible de enderezar si no hay un diálogo político sincero que conduzca a pactos y consensos. Subir el precio de la gasolina un 6.085%, (sí, seis mil por ciento) de un día para otro, devaluar manteniendo un férreo control de cambios o mantener testarudamente los precios regulados por el Estado de unos 100 productos —causa originaria de la gran escasez en los comercios— son medidas que dan fe del desgobierno general.
Si mañana saliera de prisión —y ojalá fuera así— López se encontraría con un país más empobrecido y con una profunda parálisis institucional. Sus dos años en la cárcel son un triste aniversario.