Duda convertida en un hábito que también concede sentido e identidad, nos convoca hoy el Día de la Independencia, como lo haremos el venidero 5 de julio. Nos preguntamos todavía sobre el motivo esencial de una y otra fecha, herencia de una nunca bien ponderada tradición escolar que jamás despejó la incógnita celebracional. Sin embargo, nos percatamos de una no muy otra efemérides.
Una pila de años atrás, el Extinto Presidente (seña y clave histórica que sirve para identificar inmediatamente a Chávez Frías, no tan exactamente parecida al de Ilustre Americano o Benemérito que nos lleva directamente a Guzmán Blanco o a Gómez), aseguró que entregaría el poder en 2021. Y, aunque – ya consabido – él no lo logró, como tampoco su sucesor, recordemos que, en su momento, se creyó una humorada o algo demasiado distante, en un país culturalmente formado en el mandato quinquenal y la no reelección inmediata.
Instalados ya en el celebérrimo ’21, cumplimentando a un amigo que hablará en esta sesión solemne de la municipalidad, resultado de una transición democrática que ha arrojado sus frutos, meditamos un poco sobre estos tiempos recientes. Y es que tan importante fue la renuncia de Maduro Moros, cinco años atrás, como la de Vicente Emparan en 1810.
Parece mentira todo lo que ha ocurrido y que quizá, enunciándolo, huelga comentar. Por ejemplo, la renuncia y la efectiva realización de sendos comicios que transparentaron la real correlación de fuerzas políticas en el país; la reforma constitucional que, al votarla la ciudadanía, se equiparó a una constituyente que no entorpeció la recuperación y el normal desarrollo de las instituciones esenciales; el regreso al sano período presidencial de cinco años, sin reelección; la eficaz transición encabezada por una mujer, cuyo desempeño marcó todo un hito y contribuyó a sincerar y revalorizar el oficio político; la reindustrialización galopante, abierta una economía convincentemente competitiva que elevó los niveles de vida configurando una sociedad post-rentista y de equidad; la reprofesionalización de las fuerzas armadas para una nación en paz, después de derrotada la imitación de una guerrilla que ha desaparecido de la misma Colombia al igual que la rancia oligarquía que la generó; el enjuiciamiento por delitos de lesa humanidad y otros ligados al narcotráfico, comprobada la culpabilidad de unos como la inocencia de otros que imperaron desde 1999; el acuerdo con Georgetown que permitió integrar al estado Esequivo (sic), cuya capital es Tumeremo, una buena porción del territorio antes reclamado, quedado el resto para un aprovechamiento compartido entre Venezuela y Guyana; el abaratamiento de los abundantes bienes y eficientes servicios, quedando en el recuerdo la escasez y las enormes colas, como los apagones y la sed; la multiplicación de los centros médico-asistenciales, como de las escuelas y hasta de las publicaciones antes imposibles de las universidades; el descenso de las tasas de homicidios, haciéndolos prácticamente inexistentes en caseríos, pueblos y ciudades ordenadas y seguras; la democratización de los partidos afianzados por los principios defendidos, auto-disueltos los de ocasión; la inmediata reconstrucción de las localidades que sufrieron el impacto del terremoto, con un saldo – además – de constructores presos por la evidente piratería de sus obras.
Estamos acá, esperando el acto del amigo orador, rememorando a aquél Emparan de 2016 que finalmente renunció y, cuando él o el mismísimo Aristóbulo miraron hacia la formación de soldados, en ésta, la Plaza Bolívar, surgió una voz que les ordenó: “!Quietos!, rige una Constitución para esto!”. Hasta nos reímos de ciertas cosas, como el Nobel de la Paz que se ganó José Antonio Abreu ese año, planteado por los seguidores del Extinto como su candidato para la transición, las exequias diferidas de Fidel Castro en la comarca del socialismo isleño tan parecido ahora al modelo chino o vietnamita, el repentino derrumbe de un Kim Jong-un que provocó otra dura crisis de los cohetes, la tozuda resistencia de Pablo Iglesias ante un referéndum revocatorio por el que esperan los exiliados Felipe VI y los republicanos reducidos a gobernar la diminuta Gibraltar que en mala hora devolvió Gran Bretaña, o el caso de aquél sobradote diputado opositor que al fin descubrió y realizó su definitiva vocación de “estríper” en un local nocturno de Boca de Ratón.
@LuisBarraganJ