La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética.
Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, nº 28.
El Papa Francisco una vez más ha vuelto a hablar del diálogo. Una vez más lanzando el salvavidas a la narcodictadura chavista de Nicolás Maduro y lo hace justo en el momento en que, nacional e internacionalmente, el régimen se ha puesto al margen de la historia, ejerciendo la más brutal represión contra la población civil venezolana, que se halla en estado absoluto de indefensión, sometida al imperio de un Estado fallido y totalitario de amplia tendencia fascista.
La misión diálogo del Papa viene acompañada por la nefasta intervención de los expresidentes Fernández, Torrijos, Zapatero y el indeseable Samper, además de la inexcusable disposición de Primero Justicia (Julio Borges y Henrique Capriles) y de Un Nuevo Tiempo (Manuel Rosales y Timoteo Zambrano). La propuesta sobre la cual versa el nuevo proceso de diálogo incluye la realización de las elecciones regionales en 2017, las presidenciales en 2018 y casa por cárcel a los presos políticos. De esta forma se intenta detener el proceso de rebelión iniciado en estas últimas semanas en las que el pueblo venezolano, “fiel a su tradición” ha decidido alzar la cerviz y plantarle cara al desafío histórico ineludible de desalojar al régimen chavista.
Este histórico proceso ya fue manchado de sangre. Al inicio de las protestas opositoras que exigen elecciones generales, liberación incondicional de todos los presos políticos y restitución inmediata de todas las facultades constitucionales de la Asamblea Nacional, el régimen chavista desplegó sus fuerzas paramilitares, llamadas “colectivos”, y a todos los organismos de seguridad para que, sin mediar el respeto a los derechos humanos, se dispersen todas las multitudinarias concentraciones ejerciendo la fuerza bruta y asesinando, cuando les es posible, a los manifestantes. Ya suman más de treinta opositores muertos en manos de los colectivos del terror. Víctimas directas de la barbarie chavista han sido el Cardenal Jorge Urosa Savino, el pasado miércoles santo en la Basílica de Santa Teresa cuando un grupo de paramilitares chavistas ingreso al recinto sagrado e intentó agredir al purpurado. También, no de ahora sino de siempre, el Cardenal Baltazar Porras, objeto de todos los odios chavistas por su incondicional condena a la sinrazón que les motiva. Sumado a estos ataques sistemáticos contra todo el Episcopado venezolano que, con una respectiva excepción muy conocida, ha condenado al régimen chavista y su discurso de odio contra la población, están los ataques contra los centros educativos católicos y diversas instituciones de atención social, como Cáritas a quien se le ha impedido ingresar medicamentos al país.
Sin embargo, pese a todo ello, y a la indescriptible tragedia humanitaria que padece Venezuela, signada por la altísima escasez de alimentos y medicamentos, la inflación y la inseguridad más alta del mundo, el desmantelamiento total del Estado de Derecho y Justicia Social preconizado en la Constitución Nacional, el Papa piensa que una vez más el diálogo es posible. El mismo proceso en el que Él fue burlado frontalmente en el 2016 y que ha tenido como mediador, entre otros, al Nuncio Apostólico, público simpatizante del chavismo, mismo personaje que en enero de este año aseguró ante la Plenaria de los Obispos que el diálogo era inviable en esta crisis.
Con una pistola en la mano es fácil que nos sienten a dialogar mientras llevamos en nuestros brazos todas las tristezas y toda la sangre de esta hora desesperada de la que queremos salir para ser libres. Pero en la realidad práctica los venezolanos estamos convencidos, como Amartya Sen, que la libertad es el único camino para la libertad. Por eso estamos en la calle, porque sólo la rebelión nos hará libres.
Cuando el Papa piense en diálogo, debe informarse que nuestros presos políticos, presos de conciencia, no tienen que ser negociados como una estrategia para sostener el establishment izquierdista del cual el mismo Pontífice es abiertamente fanático. Que el problema de fondo y de forma no es elegir los gobernadores de unos estados ni la restitución de unos poderes ilegítimamente secuestrados al único Poder con legitimidad de origen como lo es la Asamblea Nacional. Que el problema de fondo no es seguir cohabitando como si los delincuentes chavistas fuesen los elegidos divinos para dirigir perpetuamente los destinos de Venezuela. Que no es exigir democracia porque no la hay sino hacerla a partir del desalojo del régimen y la constitución de un nuevo Gobierno. Que el tema no es dialogar para cohabitar más tiempo sino para LIBERARNOS de la opresión y la miseria.
El Papa pretende sustituir la ética cristiana con su propia ideología manipulando una vez con la misión diálogo para darle tiempo extra a la catástrofe que vive Venezuela y que con tanta valentía nuestros Obispos han denunciado. Esto hace inaceptable que él asuma un rol intervencionista tan parecido y complaciente a los intereses de esos pocos parásitos que siguen viendo en la región latinoamericana a Venezuela como su caja chica. Ignorar la grave crisis que tenemos hasta el atrevimiento de insistir en el diálogo una vez más después de haber sido burlado no es digno de un Papa. Al fin y al cabo ya no se acepta aquella deslumbrante fórmula de Weftalia del “cuius regio, eius religió”.