Se arrojan por el barranco de los caudillos para castigar los vicios de la democracia. Para Schumpeter profesionales, empresarios, profesores, técnicos, intelectuales, son factores dinámicos de la sociedad, sus grupos mejor formados académicamente, lo que induce al error de que algunos pocos den crédito a sus opiniones políticas, más ahora gracias a las redes sociales. Pero al carecer de experiencia en la materia, también carecen de criterio confiable, “piensan políticamente como niños”, dice Schumpeter. Su reacción es moralista (falsamente, con frecuencia), simple, confrontacional, porque carecen de know how.
Son aspirantes a dirigentes amateur, que les entretiene la política y transitan por ella cómodamente, sin la más remota idea de cómo se consiguen votos ni se enfrentan adversarios con frecuencia sucios, avezados, malintencionados. Un liderazgo contranatura suyo equivaldría nombrar una egresada de colegio de monjas administradora de lenocinios. Twitter es actualmente sicoanálisis colectivo de los sectores medios. Quedan desnudas su intolerancia, impericia política, equivocaciones, mentiras, deficiencias, incapacidad para rectificar y corregir, oír argumentos, dialogar, y su propensión al error.
El debate sobre las elecciones automatizadas daría para una tesis de grado. Se les ha ocurrido una bandera de lucha como el regreso a las elecciones manuales, una especie de arcaísmo, similar a solicitar que los bancos y las universidades prescindan de las computadoras, porque pueden trampear clientes y estudiantes. Todo con el tonto prejuicio del “fraude tecnológico” que les metieron en la mollera.
Ejemplo. Un “experto” afirma rotundamente y con plena irresponsabilidad que “en ningún país democrático hay voto electrónico”. Se le responde que existe en EEUU, la India, Brasil, Filipinas, Bélgica, entre las democracias más grandes del mundo, y se implanta progresivamente en Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá y muchos otros. Casi 30% de los electores del planeta votan con máquinas. Como contrarrespuesta, el barajo vivaracho ingenuo, el sombrero de copa: “eso es bueno allá, pero no aquí porque el gobierno es tramposo”.
Parecieran creer que el fraude apareció en el mundo con los sistemas automatizados. Ahí la ignorancia aflora en su plenitud: la gran historia de los secuestros electorales latinoamericanos se escribió con sistemas manuales. México, “la dictadura más perfecta”, fue por 70 años el arquetipo, sin máquinas de votación. La trapisonda de los Republicanos en Florida contra Al Gore en 2000, fue precisamente gracias al conteo manual, según consenso de los expertos. La mínima decencia intelectual obligaría al interlocutor a aceptar la evidencia.
En los países democráticos se vota de las dos maneras. Y para concluir la exhibición de piratería, la performance de un “espíritu calzado a revés”, diría Moliere, torcido, pone el broche de oro: arrojar “sospechas” sobre quien argumenta lo contrario, vinculaciones oscuras, marañas posibles, sin darse cuenta que patea un aguijón. Se acusa a la oposición activa de traición y si se les responde, se ponen a llorar como babies.
Las elecciones automatizadas en Venezuela son una buena noticia frente al chavismo que puede usar abusivamente la administración pública como aparato electoral. Es el conjunto del Estado contra una fuerza disidente. Gracias a las máquinas la disidencia ha obtenido victorias, porque los resultados no se pueden cambiar. Y si están en la Ley y la oposición carece de los votos necesarios en la Asamblea Nacional para reformarla… ¿por qué se exige el “voto manual?
Piden cosas irrealizables, como “un CNE equilibrado, igualdad en las condiciones electorales, cuando se libran luchas agónicas contra un régimen precisamente por ser autoritario y abusivo? Bastó con que se pidiera en voz alta la eliminación de las “captahuellas” para que el gobierno aprovechara para ratificarlas y humillarnos. Tendremos todo eso cuando la democracia regrese al país. Es de suponer que se trata de una maniobra del gobierno para agarrar venados que caen furiosos, no contra el cazador sino contra los propios opositores.