Ante la posibilidad de una noticia dramática que altere el cuadro político, se cae en la tentación de olvidar las características del régimen, suponer que basta con sacar un voto más que el PSUV para derrotar el proyecto chavista. En Venezuela se está desarrollando una estrategia electoral que comprendía desde la convocatoria de las elecciones presidenciales a las regionales, separadas por unas semanas para que la primera arrastrara la segunda, complementada ahora con el nombramiento de un sucesor para darle continuidad a un proyecto poco democrático, lograr lo que anunciaba así el mismo Chávez que hablaba de 30 años o más de gobierno del PSUV, convertido en un PRI del siglo XXI. Este PSUV, como en el caso de México, sería una alianza de empresarios muy enriquecidos, un grupo político y masas populares, y utilizaría abusivamente los distintos poderes permitiendo una oposición puramente nominal, cuya función sea de adorno, y a la que le costará mucho ganar elecciones frente al partido revolucionario, en realidad el propio Estado ahora en posesión de 20 gobernaciones.
El PRI permitió evitar los conflictos dentro de la revolución mexicana que le costaron la vida a más de un dirigente, incluso en tiempos recientes. El presidente escogía a su sucesor, el famoso tapadito, que se imponía electoralmente en unas elecciones tramposas, frente a una oposición debilitada, el PAN, con los medios de comunicación en manos del PRI, el respaldo de empresarios como el famoso Carlos Slim, cuya fortuna creció desmesuradamente gracias a unas privatizaciones amañadas.
En Venezuela el Gobierno también manipula los distintos poderes, controla la prensa y las estaciones de radio del interior y utiliza ese poder en favor del candidato chavista. Hasta ahora ha ganado las elecciones con votos, pero si fuera necesario usaría otros métodos.
A corto plazo no se dividirá el PSUV, se aceptará que Maduro sea el sucesor. Otra cosa ocurrirá si Chávez no está presente y surgen las divisiones, a menos que el Presidente sobreviva más de lo que se espera, y cumpla la función de Fidel Castro en la isla, la del hermano mayor cuya voluntad se respeta, y Maduro haga de Raúl Castro.
El chavismo representa un proyecto de dominación que inicialmente funcionó como una satrapía que celebraba elecciones, donde sólo contaba la voluntad de Chávez pero al que las circunstancias lo obligarían a institucionalizarse, a establecer unas reglas de juego, porque hasta en la misma Cuba, a imitación de la China actual, se ha limitado el tiempo en el poder del presidente. El PRI fue varias décadas una dictadura democrática, hasta que su apertura a la economía de mercado lo obligó a celebrar elecciones limpias.
Luce más necesaria la unión y comprender que la lucha contra semejante proyecto requiere trascender la labor electoral o los raciocinios, necesarios y valederos, de constitucionalistas. Se trata de forjar una nueva mayoría que incluya los pobres y enfrente las arbitrariedades no sólo con declaraciones.
Los que insisten en presentar a Diosdado como alguien poco amigo de Cuba anulan su futuro político, sólo mañana cuando haya que tomar decisiones conflictivas quizá se quiebre el chavismo, pero limitarse a apostar por su división, por la devaluación, no basta para convertir a la oposición en una gran fuerza unitaria ni para crear una propuesta atractiva para el país. Mientras tanto, Maduro hace campaña, aprovecha el tiempo.