En Noviembre de 1532, luego de varios y fracasados intentos militares, el temible conquistador español Francisco Pizarro, hizo una jugada maestra con la cual logró apoderarse de un vasto imperio y sus formidables riquezas. A pesar de contar con mucho menos hombres que los incas, Pizarro se las ingenió para atrapar en una emboscada y poner bajo su control a su último emperador, el aguerrido Atahualpa. Ya cautivo, y buscando salvar su vida de alguna manera, Atahualpa ordenó a todo su imperio trabajar para los españoles. Le pidió a sus súbditos que recogieran y entregaran a sus captores, todo el oro y la plata que pudieran conseguir en la vastedad de sus territorios. Así lo hicieron los incas. Durante meses, iban y venían trayendo cuanto metal precioso pudieran encontrar. Francisco Pizarro había descubierto que teniendo cautivo al máximo jefe inca, lograba controlar todo su imperio y apropiarse de sus riquezas. Exprimió hasta más no poder ese descubrimiento. Después de tenerlo unos meses en cautiverio, aterrándolo con las descripciones de cómo lo matarían, los españoles decidieron ahorcar a Atahualpa en Agosto de 1533. No lo hicieron sin antes haber pensado y resuelto el problema de la transición del gobierno inca, para asegurarse que podrían mantener el imperio a su servicio. En medio de grandes ceremonias, los españoles designaron como nuevo emperador inca a Túpac Huallpa, un gobernante títere, hermano menor de Atahualpa. Tuvieron la sabiduría de nombrar como sucesor a alguien muy cercano a Atahualpa, de manera que los incas les siguieran obedeciendo, al tiempo que éste les obedecería a ellos de manera más directa. Así se aseguraron que la transferencia de riqueza continuara.
Más de cuatro siglos después, en las mismas tierras del continente americano, el hijo de otro español, Fidel Castro Ruiz, está aplicando el mismo principio para dominar un gobierno y un país: apoderarse del cacique para apoderarse de la tribu. Luego de varios y disímiles intentos de conquista militar, ejecutados a lo largo de décadas en forma de guerra de guerrillas, el jefe de un pequeño país, Cuba, se apropia de uno mucho más grande, Venezuela, tomando el control de su jefe, Hugo Chávez. Primero, lo convirtió en su prisionero ideológico. Al hacerlo, aquella misma riqueza detrás de la cual andaba Pizarro, ahora convertida en oro negro, empieza a fluir hacia los nuevos conquistadores. Después, en una segunda fase, Fidel Castro y su hermano Raúl, toman control incluso físico del presidente venezolano. Llega un momento en que los súbditos de este último ya no pueden verlo más. Los incas solo sabían que Atahualpa estaba en manos de Pizarro. No sabían mas nada de él. Los venezolanos solo sabemos que Chávez está en manos de Castro. No sabemos mas nada de él. Ahora los cubanos preparan y organizan la transición en Venezuela, tal como los españoles organizaron la de los incas en su momento. Por alguna razón, el hermano de Chávez, Adán, no está disponible como lo estuvo el hermano de Atahualpa para ser elegido como cabeza del nuevo gobierno, pero los candidatos existentes, prometen igual fidelidad del pueblo chavista al tiempo que ofrecen también continua obediencia suya a Cuba. Así, los Castro, como Pizarro en su momento, se aseguran que el flujo del oro negro continúe.
Tupac Huallpa duró muy poco como emperador y el imperio inca terminó desplomándose. Está por verse como se desarrollará el paralelismo cubano-venezolano del siglo XXI. El juicio de la historia sobre la conducta de Pizarro y la elite inca se pierde en los entretelones de las leyendas negra y dorada, pero ni Fidel Castro ni al PSUV, la historia los absolverá.