Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno,
y todos estos tienen un solo lenguaje;
y han comenzado la obra,
y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer.
“Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda la que habla su compañero.” Y se crearon las lenguas, y se desunió el pueblo; dejaron de construir la Torre de Babel y abandonaron la Ciudad. Hay quien dice que esa torre es lo que hoy conocemos como el zigurat de Etemenanqui en la antigua Babilonia, pero quién sabrá la verdad sobre el hecho. Lo que sí podemos afirmar es que, en efecto, la lengua pareciese una de las cosas más importantes para hacer de un pueblo, pueblo. La lengua en ejercicio, es decir, la comunicación es el aglutinante por excelencia, porque viene a significar pasado, presente y futuro de una nación que comparte costumbres, historia y deseos: cultura y metas.
Nos reconocemos los unos a los otros como compañeros en la lucha por erigir una nueva torre de babel que, sin desafiar a Dios, quiere desafiar a las fuerzas dominantes en el orden mundial. Tenemos que hacerlo en nombre de la justicia, en acto justo frente a los dones que hemos recibido en tierra, mente y espíritu. ¿Podremos?
Es necesario luchar frontalmente contra los males de una sociedad llevada por la banalidad, cosa que va desde el show mediático hasta el ya mentado consumismo. Pero no me refiero al manido discurso contra “El Imperio” sino al simple hecho de empezar a acumular “cosas” por el simple gusto de llenar vacíos en nuestras vidas. Y hago esta aclaratoria porque la trampa del consumo abarca incluso el consumo irrestricto de “nociones” para llenar los vacíos intelectuales o sentido: identidad. Y peor aún creemos que la identidad se hace en el rechazo, en el contraste, y no en la unidad, en la construcción.
La perversión de este tipo de consumo es que es tan alienante como aquél del que tanto se hacen banderas en contra, el de esclavizarse con la compra de cosas. El tema aquí de mayor importancia es que el consumo enajenante de ideas, termina por escindir al individuo y resquebrajar a la sociedad de la que forma parte. Se pierden entonces criterios para distinguir la verdad vivida, experimentada, necesaria, de la verdad dada como cápsula –e incluso ajena, importada-.
Venezuela sigue siendo un país de “la periferia” como dijeran las teorías desarrollistas desde 1950 en adelante. Los países industrializados o de primer mundo, llevan la batuta del consumo mundial; mientras que la periferia, somos las economías rezagadas desde la perspectiva tecnológica y organizativa; contamos con una heterogénea estructura productiva y nos centramos en productos primarios (petróleo, hierro, aluminio etc). La tan mentada teoría “centroperiferia” atribuida al argentino Prebisch, que hizo ver que la relación entre las regiones disímiles (de los países poderosos y los demás) es una brecha creciente que tiende a ensancharse, pues aquéllos manejan nuestras economías al establecer los términos de intercambio del comercio internacional. Además de, por supuesto, procurar la situación de ser ellos la “demanda” (quienes compran) que controla los precios de la “oferta” (quienes venden) es decir nosotros. En los años 70 se buscó entonces “afectar” ese orden de cosas con “la sustitución de importaciones” buscando procurar el desarrollo de una industria nacional, procesando nuestra materia prima y abasteciendo al mercado interno. Pero… los costos de implementar tales modelos sin la debida precisión, y precaución, se tradujo en intentar erigir la Torre de Babel para desafiar al cielo sin hablar la misma lengua entre nosotros. Así se cayó en la terrible década pérdida que, tras el Viernes Negro de 1983 para Venezuela, termina con las medidas económicas de 1989, vuelta a nuestra esquina “periférica” dependiente del FMI.
Desde hace algunos años el presidente Chávez vino hablando de que “Nuestro norte, es el sur” buscando reavivar la idea de que seamos nuestro propio centro y periferia, constituyendo un bloque y procurando hacernos de los ladrillos que erijan una nueva Torre de Babel. Si bien algunos proyectos ambiciosos se han mencionado con este fin, no es menos cierto que seguimos siendo la “oferta” del consumo directo de los países desarrollados; por un lado porque es del petróleo que se financian todos los proyectos nacionales y nuestros compradores son justamente los líderes de consumo mundial: China y EEUU. (los cuales tienen un negocio completo entre mano de obra barata el primero, patentes industriales el segundo; bonos del tesoro el primero sobre el segundo y mercado de consumo masivo el segundo que enriquece al primero) Conclusión: Ellos sí tienen “centroperiferia” mutua. (Si es bueno, malo, qué pasa con sus poblaciones, es algo que prefiero dejar por fuera; por razones varias). Por otro lado se esquiva la necesaria transferencia tecnológica necesaria para avanzar en tan ardua tarea y se elude la tarea urgente de diseñar modelos que promuevan la eficiencia en la ejecución de proyectos, simple lógica de castigo y premio a quienes entorpezcan o favorezcan la gestión de los recursos para los fines planteados.
El punto al que quiero llegar es que nuestro proyecto nacional de liberación cultural y económica, o proyecto nacionalista de independencia, soberanía, antiimperialismo etc… no puede ser posible a menos que comprendamos las ventajas comparativas que tenemos como nación y se tomen con manos firmes, colectivas, las medidas necesarias para ello. Desde nuestra ubicación geoestratégica, pasando por nuestros recursos naturales, siguiendo por el potencial turístico, y continuando por nuestra extensión territorial y unidad lingüística y cultural: hablamos la misma lengua y tenemos nuestra propia realidad civil y democrática.
No obstante tenemos una población pequeña, la mayoría dedicada a la burocracia estatal y no al campo productivo; más allá de discutir si la propiedad de los medios de producción debiera estar en manos del Estado de la forma que hoy está, lo cierto es que ese aparataje productivo adolece de tecnología que permita optimizar costos, procesos encauzados a la eficiencia y estándares de calidad que propendan a la exportación de productos terminados que se ubiques eficazmente en los mercados regionales y permitan hacer del Bolívar una moneda fuerte, más que en títulos. ¿Usted quiere que el dólar no sea un tema diario? Empiece por favorecer la diversificación de las exportaciones, para ello hay que trabajar.
¿Pero cuál es el problema? El problema es que nos hemos dedicado al consumo indiscriminado de las palabras, y no hemos digerido las ideas. Hemos deglutido ideas hambrientos de sentido y no hemos comprendido la responsabilidad común que implican. Nos hemos embriagado de discursos y proclamas, y no hemos reparado en la sobriedad necesaria para llevarlas al campo de acción. Hemos visto que somos un país con menos del 10% de la población total del llamado “enemigo del norte” y nos hemos dedicado ha hablar distintas lenguas, enfrentados inútilmente, para “erigir” la Torre de Babel que ponga a temblar al que nos supera en 1000% de tamaño. Eso, sin hablar de China.
¿Acaso creemos que podemos fabricar suficientes ladrillos con un pueblo dividido? Sólo nos condenamos a terminar abandonando la ciudad, y dejando el zigurat a medio hacer… Empecemos por hablar venezolano.
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