La justicia nazi fue la máxima expresión del secuestro de las leyes por una ideología, allí nada de lo que se hizo fue ilegal y mucho menos ilegitimo. La mayoría del pueblo marchó y apoyó cada medida cegado por el carisma de un líder que supo envolver a las masas usando dos poderosas armas: el odio y el resentimiento. Nadie tuvo temor al futuro, creyeron que los ampararía siempre el escudo de la impunidad, mucho menos se imaginaron el fin porque el control era tal que silenciaba lo inevitable. Persiguieron, torturaron y asesinaron hasta el último día.
Cuando la ley se convierte en instrumento de la mayoría para atropellar a la minoría, todo puede suceder, hasta la justificación vía derecho del holocausto de casi siete millones de personas. De allí que se establezcan contrapesos al poder, no como simple capricho de un grupito de leguleyos, sino para evitar que este se transforme en absoluto. Un mecanismo para marcar claras diferencias entre la voluntad personal y el espíritu de las leyes. Para que nunca más un pueblo se vea en manos de gobernantes que los llevan a su propia destrucción al sonido de consignas y aplausos de júbilo.
El relato del abogado alemán, Ingo Müller, en su libro “Los juristas del horror” no es simple escrito de historia contemporánea, es una alerta a quienes tienen la obligación de impartir justicia hoy y pueden verse seducidos por el fanatismo, la irracionalidad y la sumisión a la que conducen algunos sistemas políticos. Müller vivió como el nazismo se hizo con el control de la ley y la doblegó al Führer. Pobre de aquel pueblo cuya moral ha enfermado terminalmente y es capaz de desfigurar la justicia entregándola a intereses políticos, porque irremediablemente harán del revanchismo y la venganza la norma.
Pero hasta los regímenes más férreos tienen su final y cuando el nazismo llegó a su fin, muchos se preguntaron ¿Cómo fue posible? ¿Cómo fuimos capaces de rendirnos ante un caudillo cumpliendo al pie la letra sus designios? Lo más sorprendente es que mentes brillantes sirvieron al régimen nazi y contribuyeron a justificar sus desmanes. Todos al servicio de un hombre que no fue más que un populista que supo manipular la mente de un pueblo sumido en la debilidad.
Cada uno de nuestros actos marca la manera cómo seremos recordados en el futuro próximo. Quienes hoy abusan, humillan y acorralan porque aseguran tener todo el poder bajo control, tienen dinero para chantajear y armas para asustar al pueblo, tendrán que responder algún día a la justicia. No a la que hoy se arrodilla frente al ausente, tendrán que responder a la que una vez baje la marea pueda instaurarse en libertad y bajo los preceptos de absoluta independencia.
Lo que se justifica hoy tendrá que explicarse luego. Nuestro papel en estos días es no callar, no permitir que nos dobleguen haciéndonos pensar que nada podemos hacer. Es nuestro deber resistir el atropello con el valor de quienes amamos este país y no estamos dispuestos a entregarlo. A veces la lucha por la justicia puede ser larga, pero nadie puede decir no dará resultados. Con fuerza y optimismo en el futuro podemos lograrlo.
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