La lucha del Ejecutivo de Venezuela contra la pobreza prevalece sobre todos los problemas que arrastra el país y que no ha solucionado en 14 años, publica El País de España.
Francisco Peregil/Caracas/El País de España
Hace siete años, cuando Hugo Chávez se encontraba en la mitad de los 14 años que lleva al frente del Gobierno, uno llegaba al aeropuerto internacional de Caracas y los propios empleados ofrecían el cambio de divisas a un precio tres veces más alto que el oficial. Hoy en día la cosa funciona igual, salvo que el cambio del mercado paralelo multiplica ya por cuatro al del Gobierno. Hace siete años, viajar por la carretera vieja de la Guaira, desde el aeropuerto a Caracas, significaba atravesar un rosario de barrios míseros donde el riesgo de asalto a mano armada era muy probable. Hoy, la sensación de peligro es aún mayor. Hace más de un lustro las distancias en Caracas se calculaban siempre con cola o sin cola, es decir, con atasco o sin él. Y había decenas de mototaxis para evitar las congestiones. Hoy, la situación es exactamente la misma.
Cada cierto tiempo, desde que Hugo Chávez llegó al poder en 1999, los mercados solían sufrir el desabastecimiento de algún alimento básico. Chávez solía culpar de “acaparamiento” a las grandes empresas que pretendían “desestabilizar” al Gobierno. Mandaba a las autoridades, bien acompañadas de camarógrafos, hacia algún almacén y ordenaba la distribución inmediata del producto en cuestión. La oposición se quejaba de que eso era pura demagogia. Este enero escasearon el aceite, el pollo, la harina y el arroz. Y el Gobierno volvió a sacar a la calle los productos que había en un almacén de la mayor compañía privada del país.
Hace siete años el Gobierno sufría las críticas de dos grandes canales informativos de televisión. Hoy solo queda uno, Globovisión. La Asociación Human Rights Watch ha publicado sendos informes en los que acusa a Chávez de convertir al Tribunal Supremo en su títere y de asfixiar a las voces críticas. Se podría aportar más datos sobre cómo han aumentando el déficit fiscal y la deuda externa. Pero ninguno de esos problemas impide que la mayoría de los venezolanos siga confiando en él. Chávez sólo ha perdido una de las 14 elecciones convocadas desde 2009. La confianza de los electores en él es tan alta que su rival en las presidenciales del 7 de octubre, Herinque Capriles, ha optado por atacar a los más altos cargos del Gobierno diciéndoles que “ningún chavista calza en los zapatos de Hugo Chávez”.
Ante la pregunta de cuál es el principal logro de Chávez, desde el flanco chavista se sigue escuchando la misma frase que ya se escuchaba a mitad de su mandato: Chávez hizo visibles a millones de personas que siempre fueron invisibles para el Estado; les otorgó conciencia política; puso a los pobres en el primer puesto de la agenda y de ahí no los bajó. “A finales de los noventa había un 60% de pobres y ahora están en torno al 25%. Ésa es la gran verdad que a una parte de la comunidad internacional le cuesta reconocer”, explica el diputado por Venezuela del Parlamento Latinoamericano Calixto Ortega. “Hay problemas, como el de la inseguridad, que están por solucionarse. Pero los pobres reconocen en Chávez un líder fundamental, perciben en él que su preocupación es sincera”.
Decenas de analistas en Venezuela opinan que Chávez pudo haber aprovechado mucho mejor el precio extraordinario al que se ha situado en los últimos años el barril de petróleo. Pero ante ese tipo de argumentos, el Gobierno responde en los canales del Estado aportando sus cifras: en los dos últimos años se entregaron 20.341 viviendas a familias damnificadas por las inundaciones de 2010. Aún permanecen otras 18.100 familias malviviendo en refugios. Pero el Gobierno, en nombre de Chávez, ha prometido realojarlas este año.
En enero de 1999, cuando a Hugo Chávez le quedaba un mes para ganar sus primeras presidenciales, Gabriel García Márquez escribió un artículo titulado El enigma de los dos Chávez, que terminaba así: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”. Catorce años y catorce elecciones después, la mayoría de los venezolanos siguen inclinándose por el primer Chávez.