El gobierno, más exactamente Nicolás Maduro, apodado ahora como “El Usurpador”, luce atrapado. Sin juego político distinto que no sea otro que competir con Diosdado en quién de los dos insulta y amenaza más a la oposición. Está inmovilizado entre decidir si las elecciones son muy pronto o un poco más tarde. Sin otra posibilidad, pues tiene que hacerlas. No tiene forma de liberarse de el cepo que le puso el líder intergaláctico cuando lo designó: “Mi opinión firme, plena, como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en ese escenario (el de su ausencia absoluta, la cual es irreversible), que obligaría a convocar a elecciones presidenciales ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente”
Maduro tiene dos opciones, acelerar las elecciones o atrasarlas y en ninguna de las dos le va muy bien que digamos. De hacerlas pronto, no tendría el tiempo suficiente para sembrar su figura en el corazón chavista con un Diosdado haciendo el trabajo de zapa más allá de los abrazos y besos en público para pretender conjurar el maleficio. De postergarlas, se enfrentaría a los efectos impopulares de un paquetazo rojo que más temprano que tarde tendrán que instrumentar.
Sin embargo, no pensemos en la oposición que todo está resuelto. Unas elecciones muy próximas pueden ser contraproducentes por el efecto de un Cid Campeador conduciendo las batallas electorales o por el efecto que pueden producir la proximidad de las dos últimas derrotas electorales cuyas causas no se han terminado de explicar a nuestros seguidores. Y en el segundo caso, el costo político de un paquetazo rojo no necesariamente es automático y dependerá más de lo que hagamos que de las propias medidas tomadas o no por el régimen. Por lo que copiando el estilo cantinflérico de los “partes médicos” para explicar la salud del Amo debo decir que una victoria de Capriles no es ni imposible ni fácil.