El 9 de enero el TSJ toma una decisión con miras a ofrecer una respuesta institucional a una situación no prevista en el texto constitucional: la ausencia temporal del presidente electo. La decisión del TSJ fue consistente con su tradición, origen y naturaleza.
Es tradición que el TSJ actual jamás ha sentenciado contra el gobierno; su origen estuvo en una Asamblea Nacional absolutamente controlada por el gobierno y su naturaleza es el resultado de integrantes que exhiben con orgullo sus inclinaciones cromáticas.
Era imposible que el TSJ aplicara la decisión que cabía, la interpretación analógica: una ausencia temporal; dándole al presidente electo el mismo tratamiento que a un presidente en ejercicio. Eso hubiese preservado la voluntad del pueblo expresada el 7-O y hubiese sido constitucionalmente impecable.
El TSJ se decantó por una aberración. Dejar en el poder a un grupo de funcionarios de un gobierno que cuya finalización obligatoria generaba la necesidad de las elecciones del 7 de octubre. Hoy, en la práctica, en Venezuela mandan personas que no fueron electos por el pueblo.
Si el TSJ hubiese aplicado la interpretación analógica se habrîa caía la fórmula que tanto éxito le ha dado al gobierno en los encuentros electorales: un presidente-candidato en la eventualidad indeseable de nuevas elecciones. Esta fórmula garantiza la inauguración de obras durante la campaña, el uso abusivo y sin medida de las cadenas y la utilización discrecional del músculo del Estado con fines promocionales y logísticos.
Frente a esta aberración no hay instancia jurídica alguna. Solo cabe el legítimo derecho a la lucha política democràtica y a la protesta. En política la lucha es para lograr algunos de estos objetivos: cambiar las cosas, dejar testimonio o acumular fuerza.
Cambiar las cosas requiere que quienes las desean mantener iguales ya no puedan más y quienes las adversan tengan con que. En el caso de esta aberración no se cumplen ninguna de las dos condiciones.
Dejar testimonio es válido. Sobre todo de cara a observadores futuros o eventuales aliados en el presente. Supone conciencia intima de que en lo inmediato solo queda el pataleo.
Acumular fuerza es diferente. Implica un adecuado manejo de estrategia y táctica. Presupone tener un objetivo supremo, una ruta para llegar y preguntarse en cada bifurcación si la decisión de lucha y protesta, tanto en su contenido como en su forma, contribuirán a acercarnos a ese objetivo mayor.
Y en política cualquier objetivo supremo pasa por lograr que el pueblo (no la sociedad civil) ayude a definir y asuma para si ese propòsito, que se enamore de él y que esté dispuesto a trabajar para lograrlo.
La mejor táctica con esta aberración es aprovecharla para debatir con el pueblo más humilde la importancia de la separación de poderes, el por qué una justicia que no es independiente no es justicia, cómo eso impacta en la vida cotidiana, còmo en el mundo entero se relaciona prosperidad con independencia de poderes.
Pero el prerrequisito para hacer eso es entender que los pobres no por humildes son idiotas que lo único que quieren es que les regalen una lavadora. Los más humildes prefieren respeto que regalos. En regalos no se puede competir con el poder, pero en respeto, consideración y participaciòn si.
Si la protesta ayuda con esto se acumula fuerza, si no es puro testimonio.