Este es el análisis sobre la situación venezolana publicado en El País de España y escrito por Luis Prados.
El secretismo sobre la enfermedad de Hugo Chávez y la incertidumbre generada sobre el futuro de Venezuela han puesto de manifiesto más que nunca las paradojas del “socialismo del siglo XXI”. Empezando porque la retórica y los mitos del régimen chavista, reiterados con venenosa cursilería hasta la náusea por sus voceros, son decimonónicos –Bolívar, la patria, el Ejército y el sentimentalismo católico-, siguiendo porque el proyecto de “hombre nuevo” tiene en la realidad más de lumpen que de revolucionario –la insoportable inseguridad ciudadana de Caracas está consentida políticamente como un arma de intimidación- y terminando porque el supuesto campeón de la lucha antiimperialista en América Latina se ha convertido de hecho en un protectorado cubano.
Ya se sabía de los 50.000 cooperantes cubanos residentes en el país con responsabilidades en áreas sensibles de la seguridad nacional, de la venta a precio preferente de 110.000 barriles diarios de petróleo con los que la isla cubre el 60% de sus necesidades energéticas y de los más de cien días que pasó Chávez en La Habana en 2012, pero la reunión del pasado domingo en la capital cubana de los principales dirigentes chavistas con Raúl Castro tuvo todas las trazas de un verdadero consejo de ministros en territorio extranjero dirigido por un líder extranjero, la prueba del nueve de que es la gerontocracia castrista quien dirige la crisis venezolana.
Del cónclave salió –sin ni un triste tuit a los que el comandante moribundo era tan aficionado- el nombramiento de Elías Jaua como ministro de Exteriores, quien junto con el vicepresidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, parecen formar la troika –la imaginación política castrista no debe dar para mucho más que para este remedo soviético de aquel trío que formaron Breznev, Podgorny y Kosiguin- encargada de garantizar tanto la estabilidad institucional del chavismo sin Chávez como los intereses y supervivencia del régimen cubano.
¡Quién le iba a decir a Fidel Castro que más de 50 años después sus sueños se iban a hacer realidad! La historia viene de lejos como ya contó Enrique Krauze en su libro El poder y el delirio. Poco después del triunfo de la Revolución, el 24 de enero de 1959, Fidel viajó a Venezuela que estrenaba democracia ese año. Su entrevista con el entonces presidente electo Rómulo Betancourt para pedirle petróleo fue tan breve como desagradable. Betancourt le dejó claro que su país no regalaba el crudo sino que lo vendía. Ese día comenzó una enemistad que llevaría a la ruptura de relaciones entre los dos países en 1961, la expulsión de Cuba de la OEA al año siguiente a iniciativa formal de Betancourt y la planificación por Castro de dos invasiones de Venezuela por tropas cubanas, en 1966 –dirigida esta por Arnaldo Ochoa, el futuro general y héroe de África ejecutado en 1989- y en 1968, ambas estrepitosamente fracasadas.
Sin embargo, en otra paradoja de la historia, 1989 iba a resucitar el proyecto. Ese año, que como escribe Krauze, “fue el que liquidó el socialismo real” con la caída del Muro, fue también el año del Caracazo, “cuando el socialismo en Venezuela comenzó, seriamente, a despertar”. Dos años después de salir de la cárcel tras el intento de golpe de 1992, Chávez viajaría a Cuba donde sería recibido al pie del avión por Fidel. Comenzó entonces una relación de dependencia, de maestro a alumno, entre los dos hombres que se consumaría con el ascenso de Chávez al poder.
Nada se sabe sobre el verdadero estado de salud de Chávez y sea cual sea su destino nada indica que vaya alterar, al menos a medio plazo, el futuro del país. El régimen ha interpretado a su conveniencia las ambigüedades de la Constitución y controla sin obstáculos todos los resortes del Estado. A la oposición, un estado de opinión entre las clases medias, hartas de la demagogia, los abusos y el desgobierno chavista, más que una alternativa organizada, y donde no faltan los líderes proclives a ser cooptados o comprados por el poder, solo le queda esperar. Esperar a la tercera invasión, esta vez pacífica, institucional, cubana.