El mundo cambió y el papel dejó de ser el muro de los lamentos de los hombres libres. Ahora tenemos el ciberespacio y todas las redes digitales y sociales que han multiplicado la escritura y los reclamos. Un blog puede sumar más lectores que un periódico. De allí que la prensa tenga casa en la hoja y domicilio en la red. Y está el Twitter, esa tremenda invención que afila los lápices digitales en 140 caracteres donde a todos se nos da alojamiento confortable y sin canon de arrendamiento. Pero a los enemigos de la palabra les ha dado ahora por buscar microbios en el Twitter. Surgen acusaciones de que la red se utiliza para atacar nuestro actual orden de cosas y hasta se acusa de algunos movimientos de inteligencia para detectar a los enemigos digitales de esta muchachona bella llamada revolución. Nunca he creído en el anonimato y una de las cosas posiblemente reprochables de algunos tuiteros es que se guarecen en identidades apócrifas. Pero prefiero que se tenga la libertad de escoger entre una identidad verdadera o falsa a que haya regulación en la red. Ya esto se convierte en un problema de consciencia de cada quien a la hora de teclear sus frases. Lo cierto es que siempre seremos responsables de lo que digamos tengamos o no un antifaz. Obviamente los métodos de presión han cambiado. Ya no se encarcela y se coloca a la víctima no digamos ante un Trujillo o algún contemporáneo Pedro Estrada sino que se instruye a un hacker a que se haga de la cuenta sospechosa para desmantelarla.
Pretender que el Twitter desestabilice es algo francamente risible y sólo vinculable con la pretensión de que vayamos a tener un Hermano Mayor a lo Orwell que ordene que todos seamos protagonistas de una versión de realidad parecida a la de los cuentos de hadas. Porque toda sociedad contemporánea tiene miles de problemas y la democracia, en tanto que no da abasto para que todos estemos simultáneamente contentos, tiene el escollo de que tendrá siempre más críticos que aplaudidores. La perversión se da cuando las libertades y la legalidad parecen agrietarse, los límites de la protesta son desdibujados y entonces sí que retornan los brujos y el aquelarre. Y aunque nos parezcan lejanos los Trujillos, los Estradas y sus métodos crueles y vetustos, parece alcanzarnos la sensación de que algún peligro se cierne hasta para los cándidos caracteres de un mensaje ciberespacial.
Karl Krispin @kkrispin