Américo Martín: Las cuitas del poschavismo

Américo Martín: Las cuitas del poschavismo

En el séptimo círculo del infierno dantesco están los fraudulentos, género que incluye los aduladores y amantes del oro, los falsos magos, estafadores, hipócritas, ladrones, malos consejeros, falsificadores e intrigantes.

Muy mala reputación tendrían cuando se escribieron los versos de la Divina Comedia para que Dante los haya colocado en una de las divisiones de la horrenda mansión de Satanás. No creo que esos especímenes se hayan aclimatado en Venezuela, pero en la eventualidad de que así ocurriera, quizá la primera playa donde desembarcarían o la primera puerta que tocarían sería la del estremecido mundo del poschavismo, desgraciadamente devenido residencia de desesperadas intrigas.

Muy mala estaría la temperatura interna cuando en la campaña presidencial quisieron sobornar a Macario González y JG García Urquiola, dos verticales dirigentes de la oposición. Creyeron halagarlos diciéndoles que por su certificado liderazgo “valían más”. En la avidez por envenenarle infructuosamente el alma a Macario, soltaron otras perlas reveladoras.





–Aprovecha, Macario. Ganarás un buen dinero y entrarás con nosotros en la explosiva lucha entre militaristas y civilistas, Diosdado, Maduro y José Vicente. El presidente no da más, se retira después del 7-0 y la lucha es por la sucesión.

Tomemos esto con algodones, por supuesto; pero pensemos en la desesperación de aquel hormiguero revuelto cuando el país le ponga punto final a la Divina Comedia, y haya que tomar una decisión para cubrir la ausencia del presidente Chávez.

La realidad es tan sorprendente, tan burlona, que el fantasma del chavismo sin Chávez ha aterrizado en nuestra tierra. No hubo un devoto del presidente enfermo que no rechazara indignado esa eventualidad. El Olimpo del partido, con sus dioses de anime, se revolvía colérico cuando alguien insinuara, se preguntara o simplemente esperara antes de decir nada, que algún día el supremo demiurgo pudiera salir del escenario. La respuesta orillera amenazaba con la destrucción a quien dentro o fuera del gobierno no afirmara que el chavismo era Chávez.

La ecuación siempre terminaba condenando a la MUD. Los rumores malignos provenían de sus laboratorios, donde quiera que se encuentren. Hubo líderes del PSUV que se especializaron en relacionar semejante especulación con el del guión del golpe y el magnicidio. Y por más que la conducta opositora fuera translúcida y coherente como lo ha sido y seguirá siendo, la acusación seguía y hasta se recrudecía. Es más, sea por la monomanía paranoide que atrapa el cerebro estremecido de los autócratas o protodictadores o por la fría decisión de mantener la peligrosa división del país por considerarla indispensable para su permanencia, la cúpula del poder rompía la necesaria relación entre “el signo y el sentido” exigida como prenda de rectitud por Leopold Senghor, el gran poeta africano de la negritud. Por no seguir ese sabio consejo, los dueños del poder redoblaban la lucha contra los conspiradores de la oposición justamente cuando ésta ratificaba, confirmaba y remachaba su adhesión superprobada a la vía pacífico-electoral.

Pero bueno, resulta que hemos entrado en el reino del chavismo sin Chávez, vulgo: el poschavismo. Lo primero que se ofrece a la vista es la danza macabra de los aspirantes a la sucesión o sus beneficiarios alrededor del cuerpo enfermo del presidente. Sus altibajos declarativos acerca del diagnóstico, evolución o remisión del mal que lo aqueja, ya no denotan preocupación por lo que le pueda suceder al líder, sino angustia por la situación en que quedará cada uno de ellos. Angustia y algo peor: uso de la decaída imagen para favorecer las oscuras negociaciones en las que están envueltos.

Con la designación por Chávez de los gobernadores y su intento de nombrar heredero a Nicolás Maduro, quedó claro que la cumbre del PSUV no estaba en capacidad de tomar decisiones importantes en ausencia del presidente. Arrebatar con su mágico dedo el derecho de los militantes a elegir o ser elegidos e incluso la posibilidad supletoria de que los dirigentes regionales buscaran un consenso, sólo demostraba el miedo de la dirección a tres cosas: la ausencia del gran timonel, el ejercicio de la libertad de decidir, propia de las democracias y más si se proclaman pomposamente “participativas” y “protagónicas” y los secretos o abiertos pasos que se proponga dar el rival. Y cuando hablo de rival no aludo sólo al inocultable enfrentamiento entre Maduro y Diosdado, sino a su proyección a todo el partido, desde el cogollo hasta los pies.

El último acto de este drama ha sido el más humillante. A falta de Chávez, Raúl. Y a aquella isla han ido a parar todos, desfilan contritos frente a un gobierno foráneo para poner en sus manos el destino de Venezuela. Bajo la facilitación –para no decir jefatura– del presidente de Cuba han concebido un pacto destinado a correr la arruga. Por el momento Maduro a la presidencia y Diosdado a retener la caja de machetes. Ha sido la suprema humillación, la insólita muestra de su bolivarianismo de cartón, la insigne hipocresía de sus soflamas sobre la independencia. Se arrodillan frente a un gobierno ajeno sin perjuicio de autoproclamarse albaceas del Libertador.

Pero creo que el esfuerzo será inútil. En el momento de obligarse a declarar la ausencia “temporal” o peor aún: absoluta, esta unidad de palitos mantequilleros no sobrevivirá. Y entonces descubriremos la verdadera naturaleza del chavismo sin Chávez. ¡Que Dios nos encuentre confesados!

 

@AmericoMartin