El centro de la recuperación democrática en Venezuela pasa por romper los vínculos de dependencia política, administrativa, simbólica, militar y estatal, en general, con Cuba. Desde aquella frase de Raúl Castro, según la cual Venezuela y Cuba eran “la misma cosa” hasta hoy, la dependencia no ha hecho sino aumentar hasta llegar a esta vergonzosa situación.
Son muchos los hechos que revelan este bochornoso contexto. Los albaceas políticos de Chávez han considerado que el lugar para limar sus diferencias, llegar a sus trémulos acuerdos, enviar sus desangelados mensajes, es el aeropuerto de La Habana bajo la sardónica vigilancia de Raúl Castro. La ignorancia histórica que parece poseer, como si se la hubieran ganado en combates intelectuales en la Sierra Maestra, el Trío venezolano de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Rafael Ramírez, le impide ver cómo su dependencia a Cuba es tan fuerte como el rechazo que suscita.
El mundo presencia, tal vez con cinismo, cómo Venezuela no tiene Comandante en Jefe de su Fuerza Armada porque el que era hasta el 10 de enero no se juramentó; pero aun para aquellos que se han tragado la historia “sobrevenida”, también resulta inusitado que el Comandante en Jefe de la FAN no se comunique con sus subordinados -Ministro de la Defensa, Comandante Estratégico Operacional y Comandantes de componentes- o, peor aún, que esté bajo los “cuidados intensivos” del Comandante en Jefe de una fuerza militar extranjera.
Como paciente, Chávez podría ser visitado y “visto”, como al parecer los hacen miembros de su familia y los integrantes de la prótesis gobernante venezolana, el triunvirato. Pero, como alegado Presidente de la República, capaz de designar -según han mentido- a un nuevo ministro, debería estar en condiciones de ejercer su indelegable comando militar.
Es posible que algún oficial visitó o pueda visitar a Chávez. Sin embargo esto no tiene nada que ver con el ejercicio de una función delicada e intransferible para quien quiera que sea el Presidente de la República.
ILEGÍTIMOS. Estos enredos han puesto en evidencia que el centro del poder que queda se ha trasladado a Cuba. No se trata de que el Trío viaje a ese país y cuando lo haga el poder se traslade. No es así. Es que se trasladan para superar sus debilidades y, exhaustos, buscan ejercer el poder que se ha radicado en La Habana. El poder no va con ellos: está allá.
¿Cuál y cómo es el poder que desde la isla se ejerce en Venezuela? Ese poder es una mezcla del símbolo que representa Chávez, administrado por el Buró Político del Partido Comunista de Cuba, personificado a su vez por un zángano sagaz, Raúl Castro. Es como el brujo que desarrolla un ritual cerca de donde se encuentra el cuerpo agobiado del símbolo que invoca y, una vez en trance, explica, expresa e interpreta, lo que aquel cuerpo no puede decir. Es el insólito espectáculo de cómo un personaje que se construyó a sí mismo a través de su locuacidad irrefrenable, ahora mudo, ha sido tomado por interpuestas e interesadas personas.
Venezuela es un país institucionalmente paralizado y sólo mueve una extremidad, el dedo meñique o los ojos, cuando en Cuba se constituye una decisión arreglada entre la cúpula cubana, el Trío patético y el uso simbólico de Chávez.
Por tal razón, denunciar la ilegitimidad del impreciso ejercicio de Maduro no es ningún radicalismo como piensa el gobierno y algún descaminado sector de la oposición. Desconocer la legitimidad de lo tratan de hacer creer que Maduro puede hacer, no significa llamar a no pagar impuestos, comerse la luz roja de los semáforos, andar desnudos en la Plaza Bolívar, quemar cauchos en cada esquina o convocar a una guerrilla en el cortafuegos de El Ávila. Denunciar la ilegitimidad del gobierno que rige hoy a Venezuela comporta básicamente construir una narrativa y una política sobre lo que deberá acontecer en Venezuela en un mes, en un año o en un siglo; pero que deberá acontecer para el rescate de la democracia. Veamos.
LA POLÍTICA AL MANDO. Se harán de seguidas algunas analogías -léase bien, analogía no es algo idéntico sino que tiene algunas semejanzas. Cuando Hitler ocupó Francia y un sector civil y militar de la sociedad francesa decidió “colaborar” con el régimen para evitar -pensaban- males peores, hubo un hombre excepcional, el general Charles De Gaulle, que desde Londres en 1940 en solitario llamó a resistir de todas las maneras, a no plegarse. En ese momento lo hacía sin apoyo. No sabía De Gaulle que sus palabras inspiradoras serían la convocatoria a uno de los movimientos más heroicos de resistencia que recuerde la humanidad. En el momento que De Gaulle habló eran sólo palabras, ideas, una actitud de principios, enarbolar valores; luego fue lo que fue. O lo que hizo Winston Churchill que en 1941 en una escuela lanzó uno de sus pensamientos más incitantes, precisamente cuando Hitler arrasaba Europa y se proponía tomar Inglaterra: “nunca, nunca, jamás, rendirse”. Y este hombre condujo a su país y al mundo, junto con los líderes de EEUU, Francia y la Unión Soviética, a la victoria en 1945.
Enunciar la ilegitimidad del régimen imperante en Venezuela es levantar las banderas de la libertad en medio de un desierto de complicidades, desvaríos, pragmatismos. Es decirle al mundo: ustedes podrán avalar lo que quieran, pero acá no hay democracia; se impondrán porque tienen la fuerza pero como dijo Unamuno “no convencerán”; sí, tienen el poder para obligarnos a hacer cosas que no queremos (como concurrir a elecciones amañadas) pero no por obligarnos dejamos de denunciarlas como fraudes. Es, en fin, la palabra que denuncia y que no “colabora” la que se dice desde las modestias, limitaciones y lugares de cada cual. Es el adusto gesto civil que se enfrenta a la complacencia que el régimen quiere de sus súbditos. Es nombrarles su traición a la República cuando en nombre de una ideología que no comprenden entregan el Estado venezolano, amarrado, para que lo violen los jefes cubanos. Es reclamar a los jefes políticos que se les dé nombre apropiado a los acontecimientos que nos arruinan porque sólo se supera nombrando con propiedad lo que hay que superar.
No se llama desde este rincón de la palabra a asaltar el Palacio de Invierno, ni tomar el Cuartel Moncada, ni volar el polvorín junto a Ricaurte. Se llama a algo mucho más duro: el ejercicio de la palabra responsable por despiadada que ella sea; después, más adelante dentro de tres años o de tres días -¡quién sabe!- fructificará de modo imprevisible.
Cuando en forma desesperada alguien pregunta qué hacemos, cómo tomamos la calle, pienso que siempre, en el principio, ha sido el Verbo, es decir, la comprensión, el saber propio de la sabiduría. Hoy existe una acción contundente: revelar (nos) que el Rey anda desnudo.
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