“Quien no conoce la historia está obligado a repetirla”. Esa es la famosa frase con la cual se inicia cada uno de los aterradores capítulos de la serie sobre la vida de Pablo Escobar Gaviria que se exhibe en la televisión de muchos países.
Me voy a referir a la enfermedad y muerte de Lenin. Años de agotadores esfuerzos fueron minando la salud del personaje. Sufría de insomnio, irritabilidad, depresiones e infinidad de otros males. Trabajaba sin embargo hasta altas horas de la noche. Era obvio que la revolución que había creado lo estuviera consumiendo. Quizá todos eran síntomas, porque la verdadera causa de su enfermedad era mucho más grave. Versiones posteriores a su fallecimiento parecen indicar que su mal coincidía con la evolución clínica de la neurosífilis. Sin embargo, su muerte fue finalmente el resultado de al menos tres accidentes cerebrovasculares.
Desde 1920 experimentaba breves pérdidas de conciencia. En mayo de 1922 sufrió un primer infarto. Tras su segundo infarto en diciembre de ese mismo año se quedó paralizado del lado derecho y perdió el habla. A partir de ese momento se retiró de la política y fue trasladado al pueblo de Gorki.
Su enfermedad fue tratada como un secreto de Estado y fue ocultada al pueblo. Lenin se transformó en un prisionero de Stalin, quien en verdad manejaba las riendas del poder. Veamos:
Tras su primer infarto, Lenin había publicado una serie de instrucciones en caso de que llegase a faltar. El más famoso de ellos es el llamado Testamento de Lenin, donde afirmaba que Stalin tenía: “una autoridad ilimitada concentrada en sus manos, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarla con suficiente prudencia”. De Trotski, Lenin afirmaba en aquel testamento: “Quizá sea el hombre más capaz del actual comité central” aunque lo percibía como“demasiado concentrado en los aspectos puramente administrativos”. Buena parte de su testamento lo dedica a advertir sobre el peligro que para la revolución implicaba la división entre los dirigentes después de su fallecimiento.
Durante la larga enfermedad de Lenin, Stalin controlaba las informaciones que el mundo recibía sobre el líder supremo de la revolución, quien en apariencia aún conservaba el mando.
Durante ese tiempo, Stalin aprovechó para apoderarse del dominio burocrático absoluto, de la nomenclatura y para deshacerse de sus adversarios.
Finalmente Lenin muere en marzo de 1924. Fue embalsamado y -en medio de una impresionante ceremonia- colocado en exhibición tras un muro de vidrio en un gran mausoleo en la Plaza Roja en Moscú. Su cuerpo se transformó en una suerte de trofeo que servía para afianzar el poder -ahora omnímodo- de Stalin. La memoria del padre de la revolución soviética se transformó en una suerte de religión que durante muchos años ha servido para alimentar la imaginación de los comunistas. La ciudad de Petrogrado (fundada por Pedro el Grande) fue rebautizada como Leningrado y el mausoleo del líder se transformó en lugar de peregrinación.
Poco después de la muerte de Lenin, Trotski -quien había sido el más popular de los líderes comunistas soviéticos- fue expulsado de la URSS y posteriormente asesinado en México.
Como antes afirmé, quien no conoce la historia está obligado a repetirla. Ciertamente en Venezuela están ocurriendo hechos que impactarán nuestro futuro. Tenemos un presidente enfermo recluido en otro país. Tal como ocurrió en el caso de Lenin, no se ha emitido ni un solo parte médico con respecto a su salud. Hay un grupo gobernando en su nombre, en base a una decisión del TSJ que en opinión de muchos abusó de su facultad para interpretar la Constitución. No sabemos qué fantasmas se mueven detrás de esta compleja situación. Muchos sugieren que hay intereses extranjeros involucrados en las decisiones que se están tomando en nuestro país a espaldas de los venezolanos.
El caso de Lenin pone de manifiesto la necesidad de transparencia cuando la salud de un estadista está en juego. Al esconder la incapacidad del líder durante la etapa final de su enfermedad se facilitó la usurpación del poder soviético por parte de Stalin. Esto demuestra las terribles consecuencia que puede tener la desinformación acerca de la salud de los jefes de Estado. Se trata de una lección que cada día cobra mayor relevancia.