Quien visita un abasto, mercal o supermercado puede observar cómo cuando llegan productos que no se conseguían o que se presume que pronto van a escasear, los parroquianos se abalanzan sobre ellos y compran todo lo que pueden, en cantidades que exceden sus necesidades inmediatas. A esto lo llama la prensa “compras nerviosas”.
Se trata casi siempre de alimentos y otros bienes de primera necesidad que forman parte de la canasta básica. Ante la experiencia de no conseguir lo que se necesita para alimentar a la familia o por evitarse el peregrinar por diferentes establecimientos en su búsqueda, los compradores prefieren acumular en sus despensas lo indispensable para no encontrarlas vacías al preparar la cena o darle de comer a sus bebés.
Tales compras nerviosas agotan rápidamente las mercancías y dejan vacíos los estantes. El Gobierno considera que la causa es el acaparamiento, y lo atribuyen a productores, distribuidores y comerciantes inescrupulosos que quieren lucrar con las necesidades populares o tumbar al Gobierno. Por ello se dirigen a las grandes plantas productoras acompañados de la Guardia Nacional y profieren o ejecutan todo tipo de amenazas. Pero no logran disminuir el problema. La escasez sigue o aumenta y en su perplejidad intentan descubrir nuevos culpables, entre los que destacan los buhoneros y los contrabandistas de extracción.
No reparan en que gran parte del acaparamiento se trata de un “acaparamiento popular”. El ama de casa no quiere quedarse sin los alimentos o los pañales y recurre a la medida defensiva de asegurarse su abastecimiento para los próximos días o semanas.
La reacción instintiva de protegerse contra la anomalía del desabastecimiento conduce a multitud de consumidores, en los más diversos lugares de nuestra geografía, a actuar de esa manera.
Y tal comportamiento colectivo no puede combatirse mediante la represión. Se harían pocas todas las policías y milicias si fueran a visitar a los hogares para evaluar y castigar a quienes guarden, por poner un ejemplo, harina de maíz para más de tres días. No lo pudieron hacer con los buhoneros, a quienes en otras oportunidades amenazaron por vender a altos precios los productos escasos, menos podrían hacerlo con quienes simplemente toman la previsión de que no les falte la comida.
El acaparamiento popular representa, sin duda, una distorsión en el funcionamiento de la economía. Las compras nerviosas lo acentúan y provocan un círculo vicioso según el cual no hay porque se compra mucho, y se compra en exceso porque se teme que no habrá. Pero más que tratar de buscar el remedio mediante acusaciones y penalizaciones se puede encontrar yendo a las causas y procurar que alcance la producción para satisfacer las necesidades populares. Para ello resulta necesario cambiar las nefastas políticas económicas que provocan, primero, la escasez y, luego, el acaparamiento popular y las conductas especulativas.