El Dr. Machillanda nos muestra de manera científica (objetiva), cómo nuestro estamento militar pasó de ser un cuerpo profesional, referencia en América Latina y el mundo, a una institución frágil, desarticulada, cercana a la milicia. Es lo que el académico resume como el sometimiento a un estado de “perturbación mayor” de criminalidad, miedo, incertidumbre y sumisión ideológica. A la pregunta por qué -según su decir- nuestro ejército se convirtió en un apéndice del PSUV, no vaciló en responder: por la pérdida de la ética militar. Ética que define la exaltación del concepto de profesionalismo en el campo militar. Que consagra al oficial de carrera a la experiencia, responsabilidad y pertenencia a la profesión de las armas, con la aceptación incondicional del cumplimiento del deber. Ética que se nutre de la formación del “soldado-ciudadano“, conductor del liderazgo militar guiado por el amor a la patria, el sentido del deber y los valores morales y espirituales de la sociedad venezolana, y blinda el carácter del soldado: coraje, disciplina, decisión y, subrayado nuestro, probidad y firmeza… asegurando la soberanía plena y jurisdicción de la República.
Nuestras FFAA son garantes permanentes de nuestra heroicidad histórica, que rinde honor a valiosos oficiales como el Capitán para ese momento, Simón Bolívar. Son las que personifican el espíritu de “Marina y Guerra” de oficiales de la talla de Fernando del Toro o Juan Bautista Arismendi, libertadores de Oriente, del Orinoco, de Guayana. Son ellas la expresión de majestad del Almirante José Prudencio Padilla, al frente de la batalla naval del lago de Maracaibo, epitafio de la independencia de Venezuela. ¿Qué pasó con las FFAA? Me dirán cándido, pero pienso que ese espíritu aún sigue ahí. Veremos.