La renuncia del papa Benedicto XVI abrió la puerta a todo tipo de conjeturas sobre su posible sucesor y a un período de incertidumbre inédito en la Iglesia católica desde hace 700 años.
Pasada la sorpresa inicial, los feligreses católicos saludaron en general la “valentía” del Papa, de 85 años, que el lunes invocó su avanzada edad y su “falta de fuerzas” para anunciar que el 28 de febrero, a las 20H00 (19H00 GMT) cesaría su misión al frente de una Iglesia de 1.200 millones de fieles.
Un cónclave cardenalicio para designar al sucesor comenzará en los 15 a 20 días siguientes y un nuevo papa será designado “para Pascua”, es decir antes del 31 de marzo, precisó el portavoz del Santo Padre de los católicos, Federico Lombardi.
Benedicto XVI, que no participará en ese cónclave, se retirará durante un tiempo a la residencia pontificia de verano de Castel Gandolfo, cerca de Roma, y luego a un monasterio situado dentro del Vaticano, agregó Lombardi.
Los cardenales tendrán que tomar una decisión difícil, en una época en que la Iglesia se ve confrontada a cuestionamientos internos y a las rápidas mutaciones de un mundo cambiante: no se excluye la elección de un Sumo Pontífice de América Latina, África o Asia, y no necesariamente de un europeo.
Las casas de apuestas se lanzaron de inmediato a la carrera de anticipar el nombre del sucesor del obispo de Roma, mencionando entre otros a un africano, el cardenal ghaneano Peter Turkson, al arzobispo italiano de Milán Angelo Scola o al cardenal canadiense Marc Ouellet.
“Yo creo que en este momento los (aproximadamente 120 cardenales) electores están fuertemente desorientados”, dijo el vaticanista Sandro Magister. Sin embargo, añadió, Benedicto XVI ha abierto el camino “y los próximos pontificados no serán seguramente de por vida”, agregó.
El arzobispo de Burdeos (sudoeste de Francia), Jean-Pierre Ricard, uno de los cardenales electores, dijo que los participantes en el cónclave evitarán seguramente “escoger a uno de los de más edad”, porque “lo que Benedicto XVI ha manifestado es que se trata de una carga muy pesada”.
“No será necesariamente un europeo, puede ser un sudamericano, un filipino, un africano”, sugirió.
En todo caso, la decisión del Papa de partir a causa de su edad tendrá “mucha influencia en la elección de un nuevo papa”, dijo el vaticanista Marco Politi.
“Marca el final del pontificado que dura toda la vida”, recalcó.
La decisión de Benedicto XVI es inédita en la historia de la Iglesia moderna. En 1294, el papa Celestino V había abdicado poco después de haber sido escogido, en el mismo año. Antes había vivido como un ermitaño, y reconoció que no se sentía preparado para asumir su ministerio.
En su anuncio, pronunciado en latín delante de un consistorio, posteriormente traducido por el Vaticano, Benedicto XVI dijo que dimitía “por la edad avanzada”.
“Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio” de San Pedro, agregó.
“El Papa nos ha tomado por sorpresa”, reconoció el propio portavoz.
¿Y porqué justo ahora? “La respuesta lógica es que se encontraba ante un grupo de numerosos cardenales, que son los que deberán escoger al nuevo Papa”, respondió a la AFP el estadounidense Greg Burke, nombrado en junio pasado consejero del Vaticano para asuntos de comunicación.
Según Lombardi, “nadie se lo ha sugerido” y no hay “ninguna enfermedad que haya influido en esta decisión”. “El Papa sintió que disminuyeron sus fuerzas en los últimos meses y lo ha reconocido con lucidez”, apuntó.
Nacido el 16 de abril de 1927 en el seno de una familia alemana modesta y muy católica, Joseph Ratzinger sucedió al carismático Juan Pablo II el 19 de abril del 2005, tras haber dirigido por un cuarto de siglo y con mano de hierro la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio.
El hermano del Papa, Georg Ratzinger, contó al diario alemán Die Welt que conocía desde hace varios meses la decisión.
“Mi hermano desea tranquilidad en su vejez”, explicó.
Según el diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, Benedicto XVI no consultó su decisión y la tomó después del agotador viaje a México y Cuba en marzo 2012.
Durante su pontificado de ocho años, Benedicto XVI estuvo acosado por los escándalos, las intrigas y la enfermedad.
Las denuncias de pedofilia de clérigos, la filtración masiva de sus documentos privados, las luchas por el poder en la Curia Romana y las irregularidades en el Banco del Vaticano (IOR), revelaron la profunda crisis que atraviesa la Iglesia.
El año pasado, cuando se descubrió que su mayordomo, Paolo Gabriele, el fiel Paoletto, había filtrado documentos y cartas confidenciales a la prensa (el caso Vatileaks), Joseph Ratzinger se sintió solo y profundamente traicionado.
En el libro-entrevista “Luz del mundo”, de 2010, el Papa había abordado la posibilidad de renunciar al pontificado en caso de que no pudiera continuar.
Benedicto XVI sostenía que tenía “el derecho y según las circunstancias, el deber de retirarse” si las “fuerzas físicas, psicológicas y espirituales” le faltaran.
Una opción que su predecesor Juan Pablo II se negó a aceptar, permaneciendo en el trono de Pedro hasta el final, en una larga y dolorosa agonía seguida en directo por millones de televidentes.
“De la cruz no se baja”, comentó el secretario de Juan Pablo II, el actual cardenal polaco Stanislaw Dziwisz, en una suerte de crítica a la renuncia del Papa.
Se trata tal vez del mayor reproche que ha recibido hasta ahora, ya que la mayoría de los líderes políticos y religiosos del mundo han expresado solidaridad y comprensión.
“Ha sido como un rayo en cielo sereno”, admitió el decano de los cardenales, Angelo Sodano, resumiendo el sentimiento reinante dentro de la Iglesia.
El presidente Barack Obama mostró su aprecio por ell Papa y ofreció plegarias en nombre de todos los estadounidenses. AFP