Los herederos de Chávez presentan la nueva devaluación del bolívar como si se tratase de una medida forzada por circunstancias con las cuales ellos nada tienen que ver. Siempre hacen lo mismo. Cuando la primera devaluación, luego de instituido el “bolívar fuerte”, argumentaron que la crisis planetaria del sistema capitalista obligaba a tomar esa medida dolorosa e impostergable. Ahora repiten la misma cantaleta, pero moderan lo de la “crisis del capitalismo” por los evidentes signos de recuperación de Estados Unidos, el permanente crecimiento de la economía brasileña y el auge de algunos países asiáticos, incluidas China e India. América Latina, considerada globalmente, ha experimentado una notable expansión con baja inflación y mejora en la distribución del ingreso.
El Gobierno señala que el nuevo retroceso del bolívar frente al dólar favorecerá las exportaciones no tradicionales y hará más competitivos a los empresarios nacionales. ¿Cómo puede ocurrir semejante prodigio si fue eliminado el SITME -vehículo a través del cual se moviliza un volumen alto de importaciones- sin que se haya definido un mecanismo alterno que lo sustituya, ni se hayan reactivado las casas de bolsa, que servirían para aumentar la oferta de dólares? La vocación centralizadora y controladora del régimen se manifiesta con furia. Al desaparecer el SITME sin que se ofrezcan opciones, toda la oferta y distribución de divisas se coloca en Cadivi, organismo al que convierte en una superpoderosa megaalcaba . Además, el control de precios se mantiene inalterable, lo mismo que la supervisión sobre las ganancias. Entonces, eso de fomentar las exportaciones suena a chiste de mal gusto.
La devaluación se anuncia sin que exista un plan global de recuperación del aparato productivo, defensa de la propiedad privada y protección del Estado de Derecho. La onerosa e inconveniente Ley del Trabajo se conserva intacta. No existe ni el menor atisbo de que en el futuro cercado se desmonte gradualmente el control de cambios y se avance hacia un esquema en el que predomine la relación entre oferta y demanda en el mercado de divisas. Al contrario, el marco teórico de esa medida lo dictan las necesidades de profundizar la “revolución socialista”. Socialismo y mercado, y socialismo y eficiencia económica sostienen una rivalidad irreductible, que ni este ni ningún otro gobierno podrá superar. La devaluación del 8 de febrero revela, una vez más, el fracaso del intervencionismo, que el régimen ha llevado al paroxismo.
El otro aspecto que los herederos callan se relaciona con el plan de ahorro de divisas. El factor básico que conduce a la devaluación reside en su escasa oferta. ¿Cómo puede ocurrir esto en un país de dimensiones tan modestas como Venezuela, si el barril de petróleo promedia más de $100? En teoría, deberíamos contar con suficientes divisas para cubrir las necesidades internas y obtener un excedente destinado al ahorro y al fortalecimiento de las reservas internacionales. Esto no sucede. Las reservas internacionales se han esfumado y la deuda externa anda por los 130 mil millones de dólares, con todo y los altos precios del crudo.
¿Por qué ocurre semejante paradoja? Porque el Gobierno destina los recursos petroleros a finalidades que nada se relacionan con el interés nacional: se los regala a Cuba, los compromete con China, subsidia a los pobres países del ALBA y, como si este derroche no bastara, gasta miles de millones de dólares en unas armas inútiles. El punto de partida de la filosofía gubernamental es más o menos el siguiente: la riqueza petrolera convirtámosla en un festín del que participen los países aliados; a los venezolanos les soltamos las migajas.
La devaluación luce como una medida agónica, dirigida a atenuar temporalmente la crisis fiscal del régimen. No contribuirá a resolver ninguno de los graves problemas que presenta la economía, por la sencilla razón de que no forma parte de ningún esquema coherente concebido para adecuar el aparato productivo a las demandas del mundo interconectado que la globalización ha conformado. Los controles, las regulaciones desmedidas, el estatismo exacerbado y los ataques a la propiedad privada, forman parte de un pasado lejano y ominoso que empobrecieron a las naciones donde se aplicaron. Después de 54 años de revolución, Cuba es una de las naciones más pobres del continente. Hacia allá avanzamos desde hace catorce años. Los herederos quieren mantener la ruta.
@trinomarquezc