Con su amplia sonrisa y sus enormes ojos, Anne Hathaway conquistó al público como princesa de historias infantiles, pero ganó su primer Óscar el domingo gracias a su poderoso número “I Dreamed a Dream” en el musical “Los Miserables”.
Leila Macor
La voz de soprano de Hathaway triunfó como la prostituta Fantine en la versión musical del clásico francés de Víctor Hugo, llevada al cine por el británico Tom Hooper, ganador en 2010 del Óscar por “El discurso del rey”.
Hathaway se impuso sobre Amy Adams, por “The Master”; Sally Field, por “Lincoln”; Helen Hunt, por “Las sesiones”; y Jacki Weaver, por “Silver Linings Playbook”.
Al recibir la estatuilla, la actriz agradeció a sus contendientes y a sus colegas del elenco, en particular al australiano Hugh Jackman, que interpretó a Jean Valjean, así como a todo el equipo técnico.
“A mis amigos especialmente”, continuó, “a la familia que tengo la bendición de tener, a mi marido. De lejos, el mejor momento de mi vida fue cuando apareciste, te amo tanto”, dijo al también actor Adam Shulman.
Era un trofeo cantado para la actriz, que dominó la temporada de premios de la industria del cine tras llevarse, entre otros, el Globo de Oro, el galardón del Sindicato de Actores y el británico BAFTA.
La artista de 30 años, que tiene un papel relativamente pequeño en el filme, impactó a la audiencia en particular por el tema “I Dreamed a Dream” (Soñé un sueño), que cantó emotivamente y en un mar de lágrimas, en una sola toma y bajo un invasivo primer plano.
Este Óscar tiene una significación especial para Hathaway, que creció viendo a su madre, Kate, interpretando al mismo personaje en el musical de Broadway.
“Acudí a ella”, dijo la actriz en una entrevista reciente a The Hollywood Reporter. “Me enseñó mucho sobre su experiencia interpretando a Fantine y me inspiró mucha más confianza en mí misma de la que tenía en mi sangre”.
“Creo que eso me permitió conectarme a un nivel mucho más profundo con el personaje”, dijo. Y agregó, respondiendo a los críticos que arrugaron la nariz ante su llorosa personificación, que en ocasiones conspira contra el canto:
“No puedes juzgarte a ti misma por no sonar perfecta. Fantine tiene buenas razones para llorar. Yo sólo confié en la verdad”.
Nacida en Nueva York en 1982, Anne Jacqueline Hathaway fue nominada por primera vez al Óscar en 2009 por “La boda de Rachel”, donde interpretó a una drogadicta que sabotea todos sus tratamientos psiquiátricos por su incapacidad de zanjar una tragedia del pasado.
Tras haber sido figura del estudio Disney con “El Diario de una Princesa”, los reflectores la iluminaron por primera vez como una artista de peso cuando interpretó a la esposa de uno de los vaqueros homosexuales de “Brokeback Mountain”, en 2005, del taiwanés Ang Lee.
Al año siguiente protagonizó la comedia “El diablo se viste de Prada” junto a su admirada Meryl Streep y, en 2007, volvió a despertar la aclamación de la crítica por “La joven Jane Austen”, donde encarnó a la escritora británica de la era pre-victoriana.
Luego el público vio a la prolífica actriz en papeles tan diversos como la agente 99 de “Get Smart” -versión fílmica de la serie de televisión “El Super Agente 86”, con Steve Carell- y la Reina Blanca de la versión de Tim Burton de “Alicia en el país de las maravillas”.
El año pasado, Hathaway tomó el relevo de Michelle Pfeiffer y asumió el atlético rol de Gatúbela en la última entrega de Batman, “The Dark Knight Rises”, dirigida por Christopher Nolan y estelarizada por Christian Bale.
En el plano personal, su primer escándalo le llegó en 2008, cuando su exnovio, el empresario italiano Raffaello Follieri, fue condenado muy poco tiempo después de su ruptura a cuatro años de cárcel en Nueva York por un caso de estafa ligado al Vaticano.
En 2011, Hathaway se convirtió, junto al actor James Franco, en la anfitriona más joven de la gala de los Óscar, pero la dupla presentadora será recordada como uno de los mayores desastres de la historia de los premios.
En 2012, y tras tres años de noviazgo, se casó con el también actor Adam Shulman, en una ceremonia privada en Big Sur, California. AFP