Fiordos, canales, glaciares. La Antártica es un gigantesco laboratorio natural que reúne unas condiciones excepcionales para el desarrollo de la investigación básica, pero también de las ciencias aplicadas.
Manuel Fuentes/EFE
Silvia Murcia, una investigadora española que empezó estudiando biología marina y después se especializó en ecología de agua dulce en la Universidad de Montana (Estados Unidos) dice que es un privilegio poder trabajar sobre el terreno en este lugar.
“Aquí hay una diversidad de ecosistemas apasionante para una bióloga”, explica la doctora Murcia, quien reside en Chile desde hace cuatro años y actualmente dirige el programa de magíster de la Universidad de Magallanes, en el extremo austral del país.
Conocedora tanto de los hábitats marinos como de la ecología en los lagos y ríos, esta científica trabaja en una línea de investigación que mezcla ambos ambientes comparando algas procedentes de la Antártica, Nueva Zelanda y las islas Malvinas.
Murcia y su equipo navegan estos días por el archipiélago de las Shetland del Sur a bordo de un buque de la Armada que presta servicio al Instituto Antártico Chileno (INACH) para realizar una nueva edición de la Expedición Antártica, que comenzó en 1947.
Durante los días que dura esta campaña, un grupo de científicos de diversos países realiza investigaciones sobre el terreno que después continúan en los laboratorios de sus respectivas universidades.
Apoyado por Jaime Ojeda, un joven buzo que no teme zambullirse en las gélidas aguas antárticas a las seis de la mañana, el equipo de científicos de la Universidad de Magallanes extrae las algas del fondo marino para después, en un rudimentario laboratorio montado a bordo del “Aquiles”, analizar su eficiencia fotosintética.
“Trabajamos desde las seis de la mañana hasta las once de la noche, resulta agotador, pero es una suerte estar aquí, hay mucho por estudiar”, comenta la doctora Murcia.
“El estudio en el que estamos trabajando es muy bonito. La idea es conocer los patrones de distribución de dos grupos de algas, uno que sólo se encuentra en la región subantártica, y otro que habita tanto en la región subantártica como en la antártica”, describe.
Canales, islotes, archipiélagos, glaciares, desembocaduras de ríos, zonas expuestas al fuerte oleaje del mar de Drake y otras muy protegidas gracias a los fiordos. La heterogeneidad ambiental en que viven las especies antárticas es extraordinariamente diversa.
La existencia de múltiples nichos propicia que las especies se adapten a ambientes muy diferentes y ahí es donde los científicos encuentran la oportunidad de desarrollar su investigación.
“Buscamos identificar los patrones de distribución de estos dos grupos de algas; por qué unas se han adaptado a los ambientes antárticos, que tienen climas muy extremos, carecen de luz en invierno y están sometidas a una fuerte radiación en verano, y las otras no”.
Si se han logrado adaptar, por algo será. Una de las posibilidades es que contengan pigmentos extremadamente fotoprotectores que pueden servir para fabricar cremas de protección solar o quizás tengan proteínas anticongelantes.
Pero ésta es sólo una parte del estudio de la doctora Murcia. La otra línea busca identificar si existe alguna conexión entre las algas que viven en la zona próxima al continente americano y las que, además de encontrarse en ese hábitat, también se han desarrollado en los mares antárticos.
“Si vemos que unas y otras difieren mucho genéticamente es porque debió haber una divergencia cuando se separaron los continentes o porque una de las especies desarrolló una gran capacidad de adaptación a ambientes muy diferentes”, señala.
Pero si todavía mantienen una genética parecida es porque se mantienen conectadas, ya sea por efecto de las corrientes o de los peces y aves migratorios, puesto que las algas se reproducen por esporas, como los helechos.
“Entender estos organismos básicos, que son fundamentales en la cadena trófica, es decisivo para la conservación de los ecosistemas”.
La ciencia aplicada, orientada a usos específicos en la industria, la medicina o el desarrollo tecnológico, no sería posible sin la investigación básica, explica la doctora Murcia.
“A partir de la investigación básica se pueden entender ciertos parámetros de una especie y eso luego puede ser útil, por ejemplo, para la alimentación o el cultivo de salmones. Por eso entiendo que los gobiernos también financien la investigación aplicada”, concluye. EFE