Texto: pijamasurf.com
Hacia el final del siglo XX, uno de los últimos íconos de la caridad, la abnegación, la entrega desinteresada y el altruismo fue la Madre Teresa de Calcuta, religiosa que fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad y cuya labor social de orientación católica se enfocó sobre todo en la construcción y cuidado de hospicios para personas con SIDA y otras enfermedades y también para niños huérfanos. En la década de los 90, su asociación mediática con Lady Di le reportó mucho mayor reconocimiento y popularidad, aunque es cierto que desde antes su trabajo le mereció numerosos premios y homenajes, entre ellos el Nobel de la Paz en 1979.
Pero como sabemos, la santidad no es, en modo alguno, una condición natural del ser humano. La pureza de las intenciones y los actos, la bondad, son posibles solo parcialmente, solo vistos desde una perspectiva particular que al cambiarse revelan esas máculas que los relatos hagiográficos prefieren pasar por alto.
En el caso de la Madre Teresa, los críticos se han enfocado sobre todo en dos aspectos: por un lado, el manejo financiero de las instituciones que presidía o con las cuales estaba asociada; en segundo lugar, la función política que desempeñó en ciertos procesos sociales al defender la idea de que el sufrimiento es una condición de beatitud en la medida en que acerca al sufriente a Cristo, plegándose así a ese carácter pasivo de la doctrina cristiana y católica que tácitamente llama a mantenerse en la condición de miseria y no hacer nada por revertirla porque todo ese sufrimiento será compensado en la vida ultraterrena.
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