Los 115 cardenales electores que se reúnen desde este martes en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Benedicto XVI tras su histórica renuncia el pasado 28 de febrero, siguen un ritual sencillo pero estrictamente pautado desde hace siglos, reseña Afp.
En cuanto se haya pronunciado el “Extra Omnes” (¡Fuera todos!) y las personas ajenas al Cónclave hayan abandonado la capilla renacentista, los cardenales electores se quedan solos y completamente aislados del mundo.
Para votar, cada cardenal rellena primero una papeleta rectangular que lleva impresa la mención “Eligo in Summum Pontificem” (Elijo sumo pontífice) en la parte superior. Tiene que escribir el nombre de su candidato con una caligrafía “lo más irreconocible posible”.
Dobla su papeleta y, siguiendo un orden preestablecido, se levanta y la lleva -de forma que la papeleta esté siempre visible- al altar donde está instalada una urna cubierta con una bandeja. Pronuncia entonces en voz alta el juramento siguiente: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”.
Deposita entonces su papeleta en una bandeja y la deja resbalar por la rendija de la urna, se inclina hacia el altar y regresa a su lugar.
Cuando hayan votado todos, un escrutador agita enérgicamente la urna para mezclar bien las papeletas y otro las cuenta. Si el número de papeletas no corresponde con el número de electores, se queman inmediatamente.
Haya o no un elegido, las papeletas son comprobadas por los revisores. Si ningún nombre obtiene el mínimo de votos necesarios, se lleva a cabo inmediatamente una segunda votación. Luego se queman las papeletas de las dos votaciones juntas con las notas de los cardenales.
El papa debe ser elegido por una mayoría de dos tercios (77 votos) de los candidatos presentes.
Estos votan cuatro veces al día, dos por la mañana y dos por la tarde, hasta que haya una decisión.
Después de tres días sin resultado, sin contar el día del comienzo del ritual, la elección se interrumpe para un día de oración y discusión, antes de llevar a cabo otras siete votaciones.
En caso de que al cabo de 34 votaciones no haya todavía nuevo papa, la elección se limita a los dos candidatos más votados, que para ser elegidos deberán imponerse por una mayoría de dos tercios.
En el último siglo, sin embargo, el cónclave más largo ha durado cinco días.