Junto a las de Nueva York, las de París son las calles más cinematográficas del plató del mundo. El buen aficionado al cine no necesita haber visitado la capital francesa para conocer sus puentes, sus callejuelas, la grandeza de sus avenidas y, claro, la Torre Eiffel. Alrededor del Sena se han construido las mejores historias de amor, pero también abundan los dramas y el cine negro, con momentos para el humor y, casi siempre, buena música. Lo peor de esta lista, que respeta el orden cronológico, son los títulos que se quedan fuera, con «Ratatouille» y «La invención de Hugo» como recientes ejemplos dolorosos.
París bajo fondos: Jacques Becker es uno de los grandes pintores de París. Sin salirnos de su filmografía, ya hay que elegir entre esta magnífica muestra de cine negro y «Los amantes de Montparnasse», sobre las desventuras del gran Modigliani. En «París, bajos fondos» (1951), se disputan el amor de una prostituta (Simone Signoret) un humilde carpintero y un hampón de baja estofa. El cineasta, padre de Jean Becker, otro gran director, se inspiró en un conocido escándalo que sacudió la ciudad de las luces a principios de siglo. Aunque parte se rodó en estudio, se pueden ver la rue des Gardes y la rue Messier, entre otras.
Al final de la escapada: Jean-Luc Godard se va de gira con Belmondo en 1960, aprovechando que roba coches y es capaz de matar. El contrapunto tierno lo encontramos en la deliciosa Jean Seberg, a la que también vemos vendiendo ejemplares del «Herald Tribune» por las calles. Con la colaboración de François Truffaut en el guión, «À bout de souffle» era tan innovadora que el público actual quizá no esté preparado todavía para disfrutarla.
Playtime: Puede que no sea una de las grandes obras maestras del granJacques Tati. Lo interesante de la película (de 1968), en este caso, es que el inconfundible señor Hulot, diez años más viejo, llega a la gran ciudad y queda asombrado por la arquitectura moderna, interior y exterior, que le inspiran algunos chistes visuales.
La chica del puente: Vanessa Paradis está a punto de saltar al Sena con intenciones suicidas, pero Daniel Auteuil, de profesión lanzador de cuchillos, aparece justo a tiempo. Patrice Leconte, un cineasta que estuvo muy de moda hace algunos años («El marido de la peluquera») juega al circense más difícil todavía con esta parábola de 1999 sobre el amor, el destino y la muerte, puñalada trapera contra las comedias románticas al uso, rodada en un afilado blanco y negro con más talento que dinero.
Amelié: Jean Pierre-Jeunet, sin su Caro habitual, nos contó en 2001 el fabuloso destino de Amelie Poulan con tanta gracia que Audrey Tautou jamás se despegará del todo el personaje, unido a su vez de forma inseparable a las calles de París. Los sueños de la joven se asoman a través de sus ojos inmensos, ventanas abiertas a un mundo de fantasía y a una docena larga de localizaciones parisinas que llegan hasta el cielo.
En la ciudad sin límites: Hay otros ejemplos procedentes de nuestro país, como «Españolas en París» (1971), de Roberto Bodegas, pero parece preferible la película de Antonio Hernández (2002). Fernando Fernán-Gómez vive sus últimos días en la capital francesa, arropado por su familia y atormentado por viejos temores, mientras se dirime el reparto de la inminente herencia. Espléndido drama de intriga, sobresaliente en cada apartado. Mención especial merecen el guión, la fotografía, la dirección artística, la música y absolutamente todo el reparto.