Bergoglio no es tampoco el pontífice joven que muchos esperaban, ya que le tocará acometer tan formidable empresa con 76 años. Por eso nunca estuvo en las quinielas de papables, pese a que en el anterior cónclave quedó en segundo lugar, por su considerable edad. Aunque de salud quebradiza -perdió el pulmón derecho por una pulmonía a los 21 años- no se le conocen problemas importantes y sus allegados aseguran que se trata de una persona enérgica y con valor, a pesar de que su frágil apariencia de hombre delgado y desgarbado y su innata timidez pudieran hacer pensar lo contrario. Es una persona de carácter.
Bergoglio está acostumbrado a los desafíos. «Es un hombre al que no le tiembla el pulso y con agallas para terminar la limpieza que no pudo o no le dejaron hacer a Benedicto», aseguran quienes lo conocen. El primer papa latinoamericano y el primer jesuita en acceder al trono de San Pedro es, de hecho, un hombre habituado a la batalla, a la defensa de sus fieles y de los más desfavorecidos. Tampoco se arredró ante el poder político ni ante los dictadores. / Lavozdegalicia
El hasta ahora arzobispo de Buenos Aires es un jesuita con una sólida formación académica, considerado una persona dialogante y moderada, amante del tango e hincha del equipo de fútbol San Lorenzo. También es visto como un hombre prudente, lo que no le ha impedido que mantuviera fricciones con el actual Gobierno del país, en temas como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es un progresista en lo social, pero en lo doctrinario es un guardián del dogma, no muy alejado de las tesis de Benedicto XVI.
Bergoglio es, pese a su posición, una persona sencilla, de trato afable y a la que los bonaerenses están acostumbrados a ver viajando en autobús o en metro. Dista mucho del fasto y del oropel, como demostró estos días en Roma, donde solía pasear sin su birrete de cardenal. Fue de los pocos príncipes de la Iglesia que no llegó a subirse a un coche oficial.
Es una persona muy espiritual, recta y sumamente austera. En sus relaciones no le gusta que le llamen eminencia y, siempre que le preguntaban cómo habían de dirigirse hacia él, contestaba: «como padre Bergoglio». Ahora habrá que tratarlo como Francisco.