La diatriba, lanzada hace ocho años frente al rostro del entonces mandatario estadounidense George W. Bush en una cumbre continental de las Américas, puso el primer clavo en el ataúd del pacto comercial ALCA que Washington impulsaba en la región.
Por Pablo Garibian/Reuters
Y con eso se ungió como el contrapeso “antiimperialista” de Estados Unidos, al que desafió sumando aliados izquierdistas con millones de dólares de ayuda, abrazando a archienemigos de la Casa Blanca y concibiendo organismos regionales alternativos.
Los esfuerzos de Chávez por diluir la influencia estadounidense prosperaron tras décadas de intervencionismo político y comercial de Washington. Y la llegada de China con su enorme voracidad por materias primas abrió una grieta en la dependencia comercial de la región con la potencia del norte.
Con el deceso la semana pasada del tan carismático como controvertido líder socialista, se abrió una oportunidad para un acercamiento de Estados Unidos a una región que había dejado olvidada mientras sus gobiernos giraban a la izquierda.
“La muerte de Hugo Chávez marca el fin de una era en Latinoamérica, lo que (…) podría marcar un período de mejora en las relaciones con Estados Unidos”, escribió Heather Berkman, analista de Eurasia Group.
Luego de tener por décadas a la Casa Blanca como faro, hoy en la región conviven gobiernos conservadores como los de Chile, México o Colombia, izquierdas “duras” como Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador y otros que combinan ortodoxia económica y acento social como Brasil, Uruguay o Perú.
Las preocupaciones de Washington sobre la región han disminuido porque sus funcionarios reconocen que ya no es un foco rojo y hay estabilidad económica y política.
La muerte de Chávez por un cáncer dejó la pelota en la oficina oval del hombre que había prometido una nueva era de relaciones con la región.
Barack Obama tiene que pensar si aprovecha la ausencia de la voz radical de Chávez para subir a Latinoamérica en su lista de prioridades, entre presiones en casa por revivir la economía y dolores de cabeza externos como el conflicto en Oriente Medio.
Obama había desaprovechado la oportunidad de enmendar los lazos desgastados por Bush, oponiéndose en la última Cumbre de las Américas a un unísono latinoamericano que reclamaba sumar a Cuba a ese foro y discutir la legalización de las drogas.
Aunque admitió que sin Chávez podría haber más espacio para acercarse a Venezuela y algunos otros países de la región, un funcionario de Estados Unidos que pidió omitir su nombre dijo que Washington no cambiará su postura en ciertos temas.
De amores y odios
La novela entre Estados Unidos y el voluble presidente venezolano no siempre estuvo marcada por el rencor.
Cuando pisó por primera vez suelo norteamericano como mandatario en 1999, se reunió con el presidente Bill Clinton, bateó en el estadio de los Mets y hasta hizo sonar la campana en Wall Street, el templo del capitalismo mundial.
La historia cambió después de que sufriera un golpe de Estado en el 2002. Chávez no pudo olvidar que en los dos días que permaneció apartado del poder, el embajador de Estados Unidos -en nombre del Gobierno de Bush- se apuró a presentarse ante el gobernante de facto, el empresario conservador Pedro Carmona.
Chávez tomó el cetro izquierdista del octogenario líder cubano Fidel Castro y recorrió de punta a punta América ofreciendo su generosidad alimentada por petrodólares. Y fue la voz antagónica de Estados Unidos en los foros internacionales.
“Siento que ya no soy el único diablo en estas cumbres”, contó Chávez que le escribió alguna vez en un papel Castro durante una reunión de presidentes.
El fallecido ex comandante paracaidista se autoproclamaba heredero de Simón Bolívar, héroe independentista de Venezuela: Bolívar rompió cadenas con el reino español, Chávez quería acabar con la dependencia del “imperialismo” de Estados Unidos.
Con su vozarrón abrió camino a mandatarios como el ecuatoriano Rafael Correa, el boliviano Evo Morales o Daniel Ortega en Nicaragua que fustigan a la Casa Blanca, pero ninguno tiene la influencia ni bolsillos para ponerse en sus zapatos.
Aunque Venezuela vote en abril por su heredero político Nicolás Maduro, un fiel pero poco carismático ex canciller que sigue la misma retórica anti estadounidense, nada será igual.
“La muerte de Chávez puede llevar a una eventual pérdida de radicalismo en el continente”, dijo un diplomático brasileño que pidió omitir su nombre.
Pero Maduro se esfuerza por mantener los exabruptos de su mentor. Horas antes de anunciar la muerte de Chávez a los 58 años, expulsó a dos agregados militares estadounidenses con el argumento de que tenían planes para desestabilizar al país.
En represalia, Washington expulsó diplomáticos venezolanos.
“Podemos estar en desacuerdo en un montón de cosas (…), pero hay ciertas cosas que necesitamos hablar, como drogas, terrorismo, relaciones comerciales y otros temas también”, dijo el funcionario de Estados Unidos que pidió el anonimato.
Desde noviembre ha habido interés de Venezuela en retomar el diálogo con Estados Unidos, agregó. “No hemos avanzado mucho desde entonces, veremos qué pasa después de las elecciones”, sostuvo.
En el legado de Chávez figuran organismos que integran a Latinoamérica excluyendo intencionalmente a Estados Unidos, como el pacto comercial de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), o la reciente Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que incluye a Colombia, Chile y México.
Pero también cultivó amistades peligrosas. Sus aliados del otro lado del océano incluyeron al presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, al bielorruso Alexander Lukashenko y al sirio Bashar al-Assad, todos ellos en la lista negra de Washington.
El torbellino de la región
Casi cinco lustros en el poder le alcanzaron para cambiar el rostro de Venezuela con ingentes planes sociales que le ganaron el corazón de los pobres, y un intervencionismo con controles de precio, cambios y nacionalizaciones de empresas privadas que despertaron aversión en las clases medias y acomodadas.
Su reelección en el 2006 con una votación récord y el precio del crudo marcando máximo tras máximo otorgaron a Chávez el margen de maniobra y recursos para lanzar su plan socialista regional, dando petróleo a precios preferenciales al Caribe y créditos a varios países, y erigiendo escuelas y viviendas.
Pero algunos de sus amigos comenzaron a moderar sus posturas antes de su muerte. El boliviano Morales nacionalizó empresas privadas, aunque ganó elogios de Wall Street por su buen manejo fiscal y las reservas récord del banco central.
Hasta en Cuba el presidente Raúl Castro impulsa cautelosas reformas para dar un incipiente lugar a la empresa privada.
Brasil podría aprovechar la ausencia de Chávez para ganar mayor liderazgo en la región con su modelo político económico más moderado, algo que al menos hasta ahora no fue prioridad para la potencia emergente.
“En el mediano a largo plazo empezarán a ocurrir cambios, empezando con un menguante rol de Venezuela como poder regional en beneficio de Brasil”, dijo en un reporte Irene Mia, analista de The Economist Intelligence Unit.
Bajo el gobierno del magnético ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva, Brasil y Venezuela estrecharon sus vínculos. Pero tras la muerte de Chávez, la presidenta de centroizquierda Dilma Rousseff confesó no haber comulgado siempre con sus políticas.
Lo visceral y procaz de Chávez, que tomaba las cosas a nivel personal, fastidiaba a mandatarios conservadores de la región.
Sin embargo, hasta sus aliados tuvieron alguna vez que tomar distancia, como el peruano Ollanta Humala, que se alejó del venezolano para llegar a la presidencia en el 2010, o el propio Correa, que según observadores moderó su lazo con Chávez para ganar en el 2006.
“Te van a sacar los gringos”
Si alguien sabe lo controvertido que era el líder socialista es el ex presidente de Honduras Manuel Zelaya.
En una madrugada de junio del 2009, Zelaya fue removido del poder a punta de pistola, acusado por el Congreso de violar las leyes con un referéndum considerado un intento de reelección.
“Cuando nos hicimos amigos, me dijo ‘Zelaya cuenta conmigo, pero tienes que hacer un balance, si te haces amigo de Chávez te van a sacar los gringos'”, recordó el ex mandatario a Reuters.
“Tres años después, cuando desperté en Costa Rica en ropa de dormir, me acordé de esa advertencia”, dijo, pese a que no han surgido pruebas de que Washington apoyara su salida.
Entonces, el líder venezolano agitó las aguas amenazando con enviar tropas, como había hecho un año antes con Bolivia cuando dos departamentos del país buscaban un plebiscito autonomista.
“Si tuviéramos que crear un Vietnam, dos Vietnam, tres Vietnam en América Latina, aquí estamos dispuestos”, dijo Chávez en ese momento en defensa de su amigo Morales.
Pero el momento de mayor tensión fue en el 2008 cuando Chávez puso en alerta a sus tropas en la frontera con Colombia, después de que su vecino bombardeara intempestivamente un campamento en Ecuador que acabó con la vida del líder Raúl Reyes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
La crisis fue superada una semana después con un apretón de manos de Chávez y el ex mandatario colombiano Álvaro Uribe.
A pesar de la polarización que despertó en tierra venezolana y más allá de sus fronteras, cuando murió no estaba abiertamente enemistado con nadie en la región.
Su funeral reunió a jefes de Estado en las antípodas ideológicas, desde el príncipe Felipe de España hasta el propio Ahmadinejad, que despidió el féretro con un beso.
“Uno podría estar en desacuerdo con la ideología de Chávez y su estilo político que sus críticos veían como autocrático”, escribió Lula da Silva en una columna de opinión en el New York Times un día después de la muerte de Chávez.
“Sin embargo, ninguna persona remotamente honesta, ni siquiera sus oponentes más feroces, pueden negar el nivel de camaradería, confianza y hasta amor que Chávez sentía por los pobres de Venezuela y por la causa de la integración de Latinoamérica”, sostuvo.