El Presidente fallecido se fue dejando un país dividido, arruinado, endeudado y descuadernado en el plano institucional, aunque los poderes sigan respondiendo a los dictados de Miraflores. La Venezuela desfigurada de hoy, es la nación que el caudillo construyó a lo largo de catorce años de excesos de todo género. Chávez, a pesar del caos que deliberadamente fomentaba, siguiendo el viejo libreto de Mao Zedong y Fidel Castro, lograba imponer su autoridad de forma indiscutible. Alimentó el culto a la personalidad, que le sirvió para lograr lealtades perrunas y crear la sensación de un liderazgo incuestionable. Se proyectó como el líder vitalicio de un movimiento que giraba a su alrededor. Todo el régimen se estructuró a partir de su figura. Promovió las rivalidades internas, las sospechas mutuas, la desconfianza entre sus colaboradores más cercanos. Este es el estilo tradicional de las figuras autocráticas para abortar cualquier disidencia interna que busque relevarlos del poder. Fidel Castro fue un maestro en estas lides, hasta que la edad y las enfermedades lo vencieron. Los dictadores más conocidos apelaron a este procedimiento: Trujillo, Somoza, Franco.
Al modesto Maduro le corresponde gobernar un país plagado de graves problemas, con un gabinete que combina a los fanáticos marxistas más extraviados con los pragmáticos inescrupulosos, cuyo único fin consiste en sobrevivir en medio de la tormenta. Para que Maduro logre estabilizarse y definir las nuevas coordenadas de la gobernabilidad, está obligado a introducir cambios de 180 grados en sus políticas económicas, abandonar el Estado Comunal y toda la superchería que lo acompaña, y reducir el peso clientelar y asistencialista de los programas sociales, para convertir la creación de empleo estable y bien remunerado en el centro del bienestar y la distribución del ingreso. De no introducir un giro significativo que supere la escasez y el desabastecimiento, y reanime las inversiones y el empleo, la gente que acompañó y toleró con benevolencia los desmanes del Comandante, puede perder la paciencia.
No le quedará a Maduro otra alternativa que acudir al expediente de la represión, minimizar el rasgo civil de su mandato y apoyarse en los militares, quienes se convertirán en sus guardianes y tutores. Desde que Chávez desapareció de la escena como protagonista cotidiano, esta ha sido la tónica de la gestión del heredero. Se ha amparado en dos refugios: la exaltación del líder fallecido y la entrega de protagonismo a las Fuerzas Armadas. Los altos oficiales declaran cada vez más y en un tono cada vez más agresivo contra la oposición. Utilizan a la Guardia Nacional para hostigar a Henrique Capriles e impedirle cumplir con sus compromisos electorales. Los militares despojan los comicios del 14 de abril de todo elemento cívico y republicano, y tratan de convertirlo en un ritual de legitimación del funcionario canonizado por el difunto Presidente. El Ministro de la Defensa, el Jefe del Comando Estratégico Operacional y el Jefe de las Milicias Bolivarianas atemorizan al país con un lenguaje agresivo en contra de los líderes de la oposición.
Estos oficiales consideran que por haber sido compañeros de promoción de Hugo Chávez o Diosdado Cabello, o porque Chávez haya alcanzado el grado de Teniente Coronel, poseen el derecho de actuar movidos por la solidaridad mecánica entre miembros de un mismo cuerpo. Borraron la noción de institucionalidad. Tergiversaron la misión de las Fuerzas Armadas, transformándola en el apéndice de un proyecto hegemónico que trata por todos los medios de eternizarse en el poder.
Los gobernantes que se entregan de forma incondicional a los militares y se olvidan de fortalecer los nexos civiles con el país, terminan siendo sus prisioneros y sus marionetas. En cualquier momento los encachuchados pueden decidir que ellos no necesitan intermediarios, sino que pueden asumir directamente el control del poder. Si usted quiere recuperar la República civil, vote por Henrique Capriles el próximo 14 de abril.
@trinomarquezc