Fernando Luis Egaña: La mala copia

Fernando Luis Egaña: La mala copia

La mala copia del original puede ser aún más dañina para Venezuela. La realidad lo está indicando en la suprema gravedad de la crisis.

La encargaduría de Nicolás Maduro está probando ser una de las etapas más gravosas de los más de 14 años del proyecto de dominación en marcha. Ya lo reconoce el propio Diosdado Cabello al declarar que “Chávez era el muro de contención de muchas ideas locas que a veces se nos ocurren a nosotros”… Esto es a los que ahora fungen como sucesores.

Cierto que la “operación sucesoral” ha sido concebida y ejecutada de manera eficaz, en cuanto al continuismo del avasallamiento político, comenzando por la misma Constitución. Pero también lo es que la descomposición gubernativa se siente con más fuerza que antes, y sus efectos serán muy difíciles de compensar con la nueva idolatría de Estado alrededor de la figura del finado ex-mandatario.





La cuestión principal no es tanto que la mega-crisis nacional sea ahora más profunda y extendida que a finales del 2012, sino que se percibe con mucha más intensidad porque ya el oficialismo no cuenta con la capacidad comunicacional de Chávez. Maduro intenta persuadir pero no convence, y sobre todo no convence a una parte importante de la base bolivarista.

Y si ello puede que no sea decisivo de aquí al 14-A, si lo sería en adelante. La retórica del sucesor designado es una mezcla de radicalismo ñangara y culto al predecesor, que deja por fuera a los mil y un problemas que agobian el presente venezolano. Y al respecto no hace falta agregar que la jerarquía roja no aporta muchas luces, como tampoco lo hacía en el monólogo de los largos años del siglo XXI.

Y no se trata de un juicio apresurado tomando en cuenta que a Maduro le ciñeron la banda hace menos de 3 semanas. Es que Maduro viene desempeñando el papel sucesoral desde su designación pública, a comienzos de diciembre del 2012. Y en todo este tiempo lo que más se ha visto es a un funcionario abrumado por parecerse al jefe político.

Y además hay otro atributo ominoso del señor Maduro: su empeño en hacer evidente su alineación castrista; lo que desde luego caracterizó el discurso y el proceder de Chávez, pero acaso desde una posición más voluntarista. Se nota cada vez más que el castrismo de Maduro no es una opción sino una realidad de vida. Y de vida antigua.

Sería absurdo suponer que Nicolás Maduro es un incapaz para la política y para los recovecos del poder. Si fuera así, ni Chávez ni los Castro lo habrían seleccionado para colocarlo donde está. Pero de allí a reunir las condiciones para dirigir a la hegemonía imperante, puede haber un trecho insalvable.

Si el hegemón de la hegemonía, o el original, le hizo tanto daño al país, no hay que ser muy perspicaz para imaginar el daño que está causando su mala copia.

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