“La invencibilidad radica en la defensa;
la posibilidad de la victoria,
en el ataque”.
Sun Tzu
Un país como Venezuela presenta retos inimaginables. El espiral de caída de nuestra economía a lo largo de veinte años ha sido imparable. Revisando nuestra historia económica vemos cómo desde 1993 –por partir del hito de la crisis financiera- la economía venezolana ha estado tambaleándose; pero desde 2003 es injustificable. Los precios del petróleo han traído consigo una bonanza económica que debió traducirse en estabilidad económica y social. No desmerezco los esfuerzos en inversión social que el, hoy fallecido, presidente Chávez realizó; sin embargo esa inversión lejos de traducirse en emancipación económica de las clases populares, las sumió en una dependencia absoluta del Estado y éste, a su vez, es un parásito de los precios del petróleo y del endeudamiento. ¿Conclusión? Las clases populares hoy dependen, más que antes, de los vaivenes de una economía atada a la cotización del crudo. ¿Misiones? Sí, las misiones como planes de emergencia para saldar deudas históricas de ineficiencia fueron un buen plan, el tema está en que ninguna es autosustentable; sino que dependen directamente del dinero que el ejecutivo les entregue.
Crear un país que se enrumbe camino al desarrollo pasa por terminar de una buena vez de entender que la sociedad debe ser productiva y que el principal papel del Estado ha de ser “regular la dinámica de distribución de riqueza; más que con su intervención directa, con el establecimiento de normas claras de juego económico y comportamiento social” evidentemente, hay aspectos básicos como salud, educación, vivienda y alimentación que deben ser especialmente supervisados por el Estado y que, en varios casos, requieren de su intervención para garantizar el acceso a ellos pero además porque se entiende que estos cuatro elementos son la base para la movilidad social.
La movilidad social es el norte básico de un Estado social que se respete; porque ésta indica que la inversión social es en efecto inversión y no gasto político, o manipulación electoral. La movilidad social es el mejor indicador de eficiencia y eficacia en políticas pública y ejecución del presupuesto de la nación.
Ahora la pregunta pre-electoral: ¿Para qué un presidente? Porque bajo un sistema presidencialista como el nuestro, el presidente es el capitán del barco. Y lejos de caer en la crítica del exceso de poder que se le confiere –y con el cual personalmente no estoy de acuerdo- el presidente en Venezuela, marca la pauta de la planificación y ejecución de los planes de la nación; es decir, es el responsable del éxito o fracaso de las políticas que se dicten y lleven a cabo. Debe responsabilizarse por cada una de las decisiones tomadas.
¿Qué necesitamos? Una persona que más allá de su persona, con un equipo de trabajo técnicamente eficiente, políticamente comprometido y socialmente responsable de sus actos, rompa el ciclo dependiente del Estado y abra el camino a una sociedad libre a la autorrealización, esto es generando igualdad de oportunidades en igualdad de condiciones; cosa sólo posible si los cuatro elementos mencionados antes generan individuos competitivos, profesionalizados (no me refiero a títulos sino a especialización en labores técnicas, manuales, o bien cualificaciones para desempeño de tareas) y responsables de su devenir.
La pobreza es el enemigo a vencer; por ello la cita de Sun Tzu. Debemos defendernos de la pobreza con eficacia y eficiencia –empezando por abrirnos a una administración pública de carrera y competencia- continuando por la racionalización del tamaño y función del Estado e incluso revisando sus atribuciones; debemos propender a la victoria atacando directamente a la pobreza, eso se logra con movilidad social.
Necesitamos un presidente que haga las cosas diferentes; necesitamos un pueblo que se encargue de romper el ciclo exigiendo un cambio y vigilándolo.
Callarse es admitir que esta realidad nos es suficiente. ¿Lo es?
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