No es sencillo imaginarse nuevos espacios para la incursión desesperada de los herederos del Comandante por aferrarse al poder. Algunos de los últimos ejemplos incluyen la amenaza de una maldición ancestral a la gente que vote en contra de Nicolás Maduro. Poco importa la dislexia repetitiva en llamar Macarapana al lugar donde tuvo lugar la batalla entre los caribes y los españoles y sus indios aliados. Como se puede verificar con facilidad en las fuentes históricas, el lugar tenía un nombre poético, Maracapana, el lugar de las maracas de las cuales se fabricaban las totumas y otros utensilios de importancia para la economía familiar de los indígenas, mientras que Macarapana es una población del estado Sucre. Nadie corrige al Presidente-Encargado-Candidato probablemente porque todavía queda mucho de la adulación que rodeó a Chávez.
Tampoco nadie le señala que Margarita no es un estado, o que no hay un gobernador de La Guaira. A Maduro, autodeclarado descendiente de Guaicaipuro y Tiuna, solo le interesa continuar la manipulación de lanzar a unos venezolanos contra otros.
Cuando se constituye un país, la condición más elemental que identifica a sus pobladores es la de pertenencia a una nueva entidad. Nosotros no somos indios, ni negros, ni españoles. Somos todos venezolanos, ciudadanos de un país llamado Venezuela cuyas raíces étnicas, culturales e históricas son muy variadas y las cuales debemos entender y comprender para ser mejores como nación y respetarnos mutuamente. Pero la pretensión del chavismo irredento y manipulador de lanzarnos a los unos contra los otros en razón de diferencias raciales, religiosas y culturales constituye una profunda traición contra los principios fundacionales de nuestra nacionalidad.
En verdad que cuesta entender cómo esta gente se proclama heredera del pensamiento bolivariano de unidad nacional y latinoamericana y actúan en la práctica como una fuerza disgregante y disolvente de la integridad del país, al tiempo que nos somete a una vergonzosa sumisión a la entidad imperialista insular caribeña donde se deciden los destinos de Venezuela.
Por absurdo que parezca, el espectáculo de los poderes públicos movilizados para aprehender a los responsables del monumento al mal gusto, la procacidad y la balurdería que fue el video de los bailecitos de Semana Santa en Los Juanes es de antología. En un país presa de la violencia, donde los pranes dominan las cárceles, donde los “enchufaos” que denuncia Capriles manejan el Estado a su antojo, donde a una jueza la violan en la cárcel, en fin, en un país fracturado y violento, somos testigos asombrados de la acción acelerada de la policía y los órganos del poder público para localizar a “Cabeza e’Caja”, el apodo con el que se conoce al hombre al que le bajaban los calzones en el video de marras. Pienso que lo que la gente hace en su intimidad, por extraño que pueda parecernos, debe estar fuera de cualquier consideración moral si no le hace daño a otros ni violenta a personas que no están en condiciones de decidir por si mismas. Dicho esto, tanto la vulgaridad y mal gusto de “Cabeza e’Caja” y sus colegas del bailecito, como la mojigata reacción de algunos funcionarios que descubren el infierno en el acto de Los Juanes cuando lo tienen a su vista en todo el país y no hacen absolutamente nada para remediarlo, son igualmente condenables.
Como si todo esto resultara poco, el excanciller nos sale nuevamente con el libreto aprendido a lo largo de estos catorce años: el magnicidio, los sabotajes y los atentados.
La trilogía de habilidosas fantasías, a las cuales se le une la peregrina idea sobre la inoculación del cáncer al fallecido presidente Chávez, forma parte del efectivo imaginario de manipulación oficialista para explicar lo inexplicable. En verdad que la preparación y el pulimento intelectual que según algunos había alcanzado Maduro en su paso por la cancillería, no solamente no se ha evidenciado, sino que en su lugar hemos asistido a un surrealista acto de impostura que pretende transmitir la impresión de que se produjo una transferencia de la esencia del fallecido comandante a su discípulo dilecto. El resultado ha sido decepcionante, especialmente para sus propios seguidores que ven evaporarse la ventaja que inicialmente distanciaba a Maduro de Capriles y que parecía imposible de remontar.
Que el miedo parece estar irrumpiendo con su mano fría en los ánimos de la oligarquía de los enchufaos está surgiendo como la mejor explicación de algunos de las actos desesperados de represión contra los estudiantes, saboteo a los actos de Capriles, cierres anticipados de la frontera y otras medidas de intimidación que forman parte de la caja de herramientas paralegales a las que el régimen nos tiene acostumbrados. El temor a perder, está haciendo que las costuras del oficialismo, sus divisiones y precariedades estén asomando por todos lados, en un espectáculo de decadencia que debe producirnos una profunda vergüenza.
Uno quisiera pensar que todo lo que ha ocurrido en estos 14 años y el irrespeto y la burla que implican cosas como las del pajarito que se le apareció a Maduro, deberían ser suficientes para que el excanciller perdiera las elecciones. Pero precisamente el drama del país es que el chavismo sigue contando con el apoyo de una parte del pueblo y que, a pesar de toda su obra de desgobierno, puede ganar las elecciones. Pero eso ya es una historia vieja. Lo nuevo es que ya la oligarquía chavista perdió la tranquilidad de quienes se sienten seguros en el poder y que una rendija por la que se asoma la luz de la reconciliación del país se está abriendo cada vez con más fuerza.